:''—Y el industrialismo. Hace falta oro para atrapar la conciencia de los hombres. Así como hubo el misticismo religioso y el caballeresco, hay que crear misticismo industrial. Hacerle ver a un hombre que es tan bello ser jefe de un alto horno, como hermoso antes descubrir un continente. Mi político, mi alumno político en la sociedad será un hombre que pretenderá conquistar la [[felicidad]] mediante la industria. Este revolucionario sabrá hablar tan bien de un sistema de estampado de tejidos como de la desmagnetización de un acero. Por eso lo estimé a Erdosain en cuanto lo conocí. Tenía mi misma preocupación. Usted recuerda cuántas veces hablamos de la coincidencia de nuestras miras. Crear un hombre soberbio, hermoso, inexorable, que domina las multitudes y les muestra un porvenir basado en la ciencia. ¿Cómo es posible de otro modo una revolución social? El jefe de hoy ha de ser un hombre que lo sepa todo. Nosotros crearemos ese príncipe de sapiencia. La sociedad se encargará de confeccionar su leyenda y extenderla. Un Ford o un Edison tienen mil probabilidades más de provocar una revolución que un político. ¿Usted cree que las futuras dictaduras serán militares? No, señor. El militar no vale nada junto al industrial. Puede ser instrumento de él, nada más. Eso es todo. Los futuros dictadores serán reyes del petróleo, del acero, del trigo. Nosotros, con nuestra sociedad, prepararemos ese ambiente. Familiarizaremos a la gente con nuestras teorías. Por eso hace falta un estudio detenido de propaganda. Aprovechar los estudiantes y las estudiantas. Embellecer la ciencia, acercarla de tal modo a los hombres que de pronto...
El argumento prefigura refleja la orientación industrialista que tendrían tenían los militares argentinos hasta la década de 1960 (véase el artículo [[Industrialismo militar]]) y su (efímera) valoración popular. Disquisiciones similares se repiten a lo largo de la trilogía, culminando en la detallada descripción por Erdosain de una gran fábrica de [http://es.wikipedia.org/wiki/Fosgeno fosgeno] —gas asfixiante muy usado en la Primera Guerra Mundial— en uno de los capítulos finales de ''Los lanzallamas'' (Obras Completas, tomo I, p. 501‐511).
Las admirables destrezas de Arlt en la estructuración del mundo de la ficción, no se reflejaban en el [[realidad|mundo real]] de los [[artefacto]]s, como ilustra el siguiente relato de Bompadre:
:''Una tarde entra exaltado a la redacción de El Mundo.'' Me voy a hacer millonario, pibe. ¡Largo todo esto! Encontré una fórmula fantástica. Un invento. Lo usa todo el mundo, ricos y pobres, gordos y flacos, niños, adultos y viejos, blancos, negros... se gasta enseguida... ¡La media, pibe, la media! Conseguí hacer la media eterna. Reforzada en la puntera y en el talón con una combinación de caucho. ''Se forma un revuelo en su alrededor, se hace sacar una foto con la patente para enviársela a «la vieja», a quien ya sueña con comprarle una casa. Luego pide un voluntario para probarla: se ofrece un joven de mensajería.'' A las tres horas apareció el muchachito. '' Pero ¿qué te pasa? —preguntó Roberto—. A ver, sacáte los zapatos. '' Las medias vulcanizadas se habían convertido en una masa única entre la piel, el zapato y la goma. Entre varios forcejearon y con dificultad consiguieron arrancar la media eterna de los pies del muchachito. Arlt se quedó con algunos trozos en la mano, convencido de que había que hacer algunas reformulaciones. ''Este nuevo fracaso —que se suma a otros inventos fallidos (algunos de ellos en coautoría con su padre), como una máquina para engordar gansos y venderlos, que en realidad no es sino un descomunal embudo; una máquina automática para hacer ladrillos y una máquina de escribir— lo devuelven a la literatura.''
===Fuentes===
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