Schumpeter atribuye el origen del sistema capitalista a una evolución gradual de la sociedad medieval —donde los excedentes productivos de las casi autosuficientes comunidades campesinas pertenecían a la iglesia y al señor feudal— hacia una concepción más racional del mundo circundante y de las instituciones políticas. Diferenció claramente entre progreso económico, estabilidad política y progreso social. Auguró la decadencia del capitalismo —por razones muy diferentes a las de Marx— víctima de su esclerosamiento interno y del creciente rechazo de los intelectuales (cuya influencia probablemente sobrestimó), y de la creciente injerencia del Estado en la planificación económica. No era partidario de la intervención estatal en los mercados, sino de la libre concurrencia. Consideraba al capitalismo el mejor sistema para el progreso económico, pero no encontró ni propuso la manera de evitar su para él inevitable colapso.
Schumpeter señala que en las teorías económicas vigentes hasta ese momento, los mercados donde está asegurada la libre concurrencia, la propiedad privada de los medios de producción y los precios se fijan según la ley de la oferta y la demanda, tienden por sí solos a generar la [[división social del trabajo ]] y una distribución eficiente de los medios de producción (capitales) y sus productos. La consecuencia de ese modelo es un equilibrio dinámico —no uno estático, ya que hay flujos incesantes de insumos, dinero, mano de obra y productos industriales— donde entra tanto como sale, estado que técnicamente se denomina estacionario. Este modelo clásico no explica los hechos históricos donde períodos de expansión económica son seguidos por otros de depresión, seguidos luego por otros de expansión y así sucesivamente.
Según Schumpeter, una innovación tecnológica significativa (como la introducción de la iluminación eléctrica domiciliaria por Edison o la del automóvil económico por Ford) genera una fase de expansión económica. El éxito produce un significativo aumento de las ganancias del empresario innovador que es así estimulado a invertir más en maquinarias y mano de obra, esto estimula la mayor disponibilidad de créditos para la adquisición del producto con la consiguiente multiplicación del consumo, las ganancias, las inversiones y los créditos. Este proceso autoacelerado (técnicamente denominado de retroalimentación positiva) se desarrolla durante un tiempo que varía según el producto, pero que no puede perdurar indefinidamente porque la cantidad de compradores con poder adquisitivo apropiado es finita, hay un tope. El ritmo de expansión comienza a disminuir a medida que la producción se acerca al tope, e idealmente se llegaría a un nuevo estado estacionario diferente del previo a la innovación. Schumpeter señala que el proceso posterior es en realidad de depresión. El monopolio inicial del empresario innovador desaparece a medida que otros empresarios compiten por el nuevo mercado, lo que disminuye sus ganancias y le obliga a reducir los precios y las inversiones, aumentar la rapidez de amortización de las inversiones ya hechas y hasta reconvertir su producción. La abundancia de créditos genera inflación, lo que disminuye el poder adquisitivo real de los compradores y por lo tanto la cantidad de compras que hacen. Es decir, se inicia un proceso de desaceleración creciente (técnicamente, de realimentación negativa) de la economía, la fase de depresión. Se produce así un ciclo económico de Kondratieff, que puede volver a comenzar cuando se genere otra innovación significativa.
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Joseph Schumpeter

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