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Todo cambia cuando las encendemos. Ejercen entonces la misma fascinación que lleva a la polilla a morir en la llama. Porque el encanto de la lámpara no reside en ella sino en lo que genera: la luz. Esto hace más comprensible que un hombre eminentemente práctico como Edison les dedicara tanto esfuerzo y dinero. En aquella época, además, encender una lámpara debe haber sido casi mágico. En vez de tener que buscar fósforos, hallar el pico de combustible y encenderlo, para que recién entonces, si todo anduvo bien, brillara la luz, con la lamparita eléctrica bastaba tocar el interruptor con la punta del dedo. Es que no sólo importa la apariencia de las cosas, sino lo que simbolizan, que muchas veces es más importante que su valor práctico. Cuando entendemos algo, decimos ''está claro'' (iluminado). Cuando tenemos una gran idea, la calificamos de ''brillante'' o decimos que tuvimos una ''iluminación''.Si todo ha sido bien ordenado y explicado, es que ''se hizo la luz''. Si, como se señaló antes, resolver un muy problema difícil equivale a que se nos ''prenda la lamparita'', queda claro que ésta simboliza la fuente del saber.