Ética en ciencias y tecnologías

La enciclopedia de ciencias y tecnologías en Argentina

Revisión del 18:17 3 nov 2009 de Csoliverez (discusión | contribuciones) (primer texto)

Niña chaqueña desnutrida.


Planteamiento del problema

Las actividades científicas y tecnológicas pueden proporcionar satisfacción y prestigio a sus practicantes e importantes ingresos a sus contratantes. Pueden centrarse en develar apasionantes incógnitas, como la naturaleza de la materia oscura interestelar, o en agrandar las fronteras del consumo con rutilantes artefactos que aumentan el placer y el estatus de sus poseedores. La búsqueda de la belleza y la verdad (placer intelectual) y del placer físico parecen ser las principales impulsoras de estas actividades, especialmente en los países que están en la vanguardia de los saberes científicos y los desarrollos tecnológicos. ¿Es en esta frontera de lo desconocido adonde podemos y debemos encontrar las finalidades justificatorias de las cuantiosas inversiones que Argentina hace hoy en estos campos? La duda no es si en el país se puede o no hacer buena ciencia, según los estándards internacionales, o tecnología innovadora y de avanzada. Está probado que sí por nuestros tres premios Nobel en ciencias biológicas y por empresas tecnológicas como INVAP, Tenaris y Vassalli (véase mi artículo sobre la industria de maquinaria agrícola, publicada en este diario el 19 de agosto pasado). No hay dudas, tampoco, de que las ciencias y las tecnologías pueden tener resultados valiosos. La pregunta crucial a contestar no es ¿ciencias y tecnologías para qué? sino ¿ciencias y tecnologías para quién? La incógnita, que debería ser un desafío, es si podemos hacer ciencia y tecnología que ayude a nuestras mayorías, los pobres y postergados de todos los rincones del país, a comprender mejor su mundo natural y social y a transformarlo más eficazmente en beneficio de todos, a la vez que usando de modo sustentable los recursos y preservando las formas de vida naturales.

La teoría conspirativa de la historia afirma que no podemos dar una orientación moral a estas actividades —como a muchas otras— porque los poderosos de aquí y de afuera no nos dejan. Tal vez tengan razón, pero es demasiado peligroso pensar que si ésto realmente sucede (personalmente no lo creo) no es por culpa nuestra sino porque “ellos” son ocasionalmente más fuertes. Al igual que en el fútbol, no ayuda pensar que somos “por ley natural” los mejores del mundo, que los brasileños podrán tener ocasionalmente un Pelé o un Ronaldo, pero que nosotros siempre tendremos un Maradona y un Messi (aunque no siempre, otra vez por azar, en el lugar correcto). Cuando Marx afirmó que “la religión es el opio de los pueblos” no cuestionaba las prescripciones morales inherentes a todas ellas. Lo que condenaba era el conformismo, la inacción a que lleva postergar para el más allá la búsqueda de la justicia y el bienestar, por los que debemos actuar y luchar aquí y ahora. Como en la película The wall y en demasiados callejones de todas las villas miseria del país, cuando la realidad nos abruma postergamos nuestras legítimas aspiraciones viviendo comfortably numb, confortablemente drogados y ajenos a la realidad por los medios que sea. O, si nuestro instinto de supervivencia prima sobre nuestro respeto al prójimo, robamos y matamos para salvarnos a cualquier precio.

Argentina tiene enormes recursos naturales mal aprovechados, como el potencial algodonero del Gran Chaco o los minerales extraídos del modo más contaminante posible por la minería a cielo abierto y subrepticiamente extraídos del país en no controlados embarques a granel. Tiene más de 50.000 científicos y tecnólogos trabajando en costosas instalaciones, la mayoría de los cuales generan conocimientos y lucro sólo para el exterior o para unos pocos empresarios argentinos —aunque con algunas excepciones gloriosas por lo escasas, como la Fundación Favaloro. Nuestros brillantes biólogos estudian las fascinantes bacterias que viven a miles de metros de profundidad en las sulfurosas fuentes termales de la dorsal mesoatlántica, mientras la vulgar pero insuficientemente estudiada vinchuca sigue transmitiendo el todavía incurable mal de Chagas-Mazza a millones de argentinos. Nuestros tecnólogos desarrollan sofisticados materiales e ingeniosos dispositivos mientras los campesinos de vastas regiones del país no pueden sacar el agua que tienen a pocos metros de profundidad en el subsuelo por falta de molinos de viento o generadores eléctricos o bombas solares Stirling baratos y fáciles de reparar. El país —todos nosotros, a través de impuestos (incluso a la comida), retenciones y aranceles de todo tipo— invierte en 2009 casi 4.400 millones de pesos en ciencias y tecnologías, ¿con qué beneficios y para quién? La desconcertante y ojalá que indignante respuesta es que aunque fácilmente lo podemos presumir, no lo sabemos con certeza por que no se hacen las evaluaciones y rectificaciones indispensables para la buena orientación de las tareas.

El mero rebalse de actividades científicas desorientadas no genera tecnologías socialmente valiosas, sólo multiplica información irrelevante y de difícil o imposible acceso. La multiplicación de la producción con ayuda de los científicos y tecnólogos, como hoy promueve activamente la Ley de Vinculación Tecnológica, aunque bien orientada hacia pymes (las mayores proveedoras de fuentes de trabajo) no es suficiente si es indiscriminada. El derrame de la riqueza concentrada de un escaso y decreciente número de ricos no resuelve los problemas vitales de los más pobres, sólo genera cartoneros.

No es que falten temas de investigación sobre problemas nacionales todavía no bien conocidos o resueltos, como la enfermedad de Chagas-Mazza. Para confirmarlo basta ver algunos de los excelentes programas del Canal Encuentro (lamentablemente excluido del futuro ente estatal de radio y televisión), hojear los más de 500 estudios científicos de la revista Ciencia Hoy y las más de 700 páginas del trabajo Debilidades y desafíos tecnológicos del sector productivo. Hay abundantes soluciones tecnológicas, muchas veces muy antiguas y simples, para la adecuada satisfacción de las necesidades vitales de los más pobres: alimento, vestimenta, vivienda, salud. Ni siquiera es válida la histórica excusa de que escasean los fondos, ya que hoy muchos quedan sin usar por falta de suficientes proyectos bien encarados y con actores idóneos. Lo que falta son obras estatales de infraestructura tecnológica como caminos, electricidad, riego artificial, medios de transporte baratos y rápidos, reciclado de metales, inactivación centralizada de materiales peligrosos como las pilas... Lo que falta es una educación no sólo comprometida con la mejor comprensión del mundo, sino capaz de brindar destrezas de resolución no clientelista de los problemas humanos (que el gobierno haga lo que debe, pero yo debo hacer también mi parte); una educación que brinde medios y metas a desorientados adolescentes que no saben cómo insertarse constructivamente en una sociedad que las raras veces que les da capacitación no les da un trabajo en donde les valga. Lo que falta son tecnologías que den trabajo en los lugares donde más se necesitan, en los rincones rurales de todo el interior del país de modo de revertir la migración hacia los aceleradamente crecientes bolsones de indigencia y marginalidad de los cinturones urbanos. Lo que falta son científicos y tecnólogos con compromiso social y con amor a la justicia, a los sucios, a los andrajosos y a los enfermos, capaces de arremangarse e ir a trabajar adonde más se los necesita, no adónde se gana más.

Sin embargo —como reiteradamente ha mostrado la historia— ninguna elite, por bien intencionada e ilustrada que sea, puede por sí sola construir una sociedad democrática que satisfaga con justicia las necesidades esenciales de todos. Ésto sólo podrá lograrse mediante enérgicas demandas de mayorías que comprendan que los métodos clientelistas nunca satisfarán bien sus necesidades; que se necesita la racionalidad y la eficacia que sólo pueden dar bien ciencias y tecnologías con orientación popular. Es decir, se necesita la racionalidad que sólo puede generar una buena educación implementada por políticos honestos con visión de futuro. Es un círculo vicioso ya que los malos políticos se benefician con el aumento de la ignorancia y la generalización de la indiferencia; el desafío del Bicentenario es actuar para transformarlo en un círculo virtuoso.

Fuentes

Enlaces externos