Última modificación el 15 dic 2009, a las 21:44

Discusión:Ética en ciencias y tecnologías

Sugerencias de Tomás Buch

Ética en ciencias y tecnologías

El problema de la ética en ciencias y tecnologías es el de las finalidades que tienen estas actividades en el país, el de quienes son los beneficiarios y quienes son los perjudicados (o no beneficiados) por la realización de estas actividades


Ética y moral

Etimológicamente, las palabras ética y moral son una la traducción de la otra: ética (de ethos) en griego, moral (de mores) en latín, significa costumbres). En ambos casos, se trata de la teoría y práctica de los valores: de aquello que cierta sociedad considera que está bien o mal. Desde un punto de vista funcional la principal diferencia entre la ética y la moral es que la ética es descriptiva y más bien teórica mientras que la moral es prescriptiva o normativa – es decir, indica lo que debemos (o deberíamos…) hacer en una situación dada.

La ética o moral es una parte de la filosofía, pero más que eso, es una práctica social. Según la mayoría de las religiones, el Bien y el Mal son de origen divino, y en consecuencia, eternas e inmutables. Sin embargo, las costumbres evolucionan y varían con las épocas y las sociedades. No vale la pena dar ejemplos de esto: los ejemplos son demasiado abundantes. Sólo uno: en nombre de una norma moral (los 10 Mandamientos, uno de los cuales dice: “no matarás”) se han cometido un número casi infinito de asesinatos y crueldades inenarrables. La cuestión práctica, sin embargo, no es ésta: es el hecho de que aún hoy se producen conflictos entre una moral presuntamente eterna y fenómenos totalmente desconocidos e insospechados cuando esta “eternidad” se concibió: hace entre tres y cuatro mil años atrás.

En los últimos años, al surgir actividades y posibilidades nuevas – muchas de ellas derivadas de las tecnologías más recientes o de la profundización del conocimiento en distintas áreas – las reglas morales están sometidas a un proceso de revisión. Esto ocasiona no pocos problemas. Situaciones totalmente novedosas (el trabajo con células troncales multipotentes o con células embrionarias, o la posibilidad de la clonación) a veces son evaluadas con criterios arcaicos que resultan disfuncionales. El control de la natalidad es un caso típico: proveniente de una época en que la humanidad era poco abundante, la mortalidad infantil era del 50% y los humanos corrían peligro constante de perecer por acción de animales feroces o enfermedades infecciosas, la orden bíblica “creced y multiplicáos” contribuía a la supervivencia de la especie. En la actualidad, sólo contribuye a la sobrepoblación y a la miseria. Las tecnologías más recientes han puesto en manos de los humanos la posibilidad de su propia extinción o – por lo menos – la muerte de millones de personas por un solo golpe de un arma nuclear. O bien: la existencia de maquinarias modernas permite la modificación del paisaje en gran escala – por ejemplo, la deforestación con variantes varias del motivo del lucro. O la posibilidad de manipulación genética de los seres vivos para producir quimeras – como las bacterias del género Esherichia que producen insulina humana. Este tipo de posibilidades ha hecho aparecer una serie de ramas teóricas de la ética: la bioética, la ética ecológica, la ética médica, el estudio ético de las posibilidades de la biotecnología, etc. – al margen de las ramas más antiguas, como la ética de la guerra (si tal cosa no es un oxímoron).

Valores y finalidades

El estudio y la práctica de las ciencias “duras” y de las tecnologías relacionadas con objetos o materiales se centra mayoritariamente en los objetos; también cuando se ocupa de las personas, las trata como objetos. De allí que en el último caso sea necesario establecer reglas, como las que restringen los experimentos con seres humanos que puedan afectar no sólo su integridad física (como objeto) sino también psíquica (como sujeto). La ética, en cambio, se ocupa de las relaciones entre sujetos y de las acciones que los afectan o pueden afectarlos individual o grupalmente. Se ocupa de lo que la experiencia transmitida por la cultura, indica que es conveniente hacer, dejar hacer, dejar de hacer o impedir hacer.

A diferencia de las leyes naturales, que deben descubrirse, las leyes morales son construcciones históricas transmitidas por tradición y por religión. Los principios morales básicos que condicionan los comportamientos, los valores, deben ser explicitados porque distintas personas consciente o inconscientemente se rigen por sistemas de valores que pueden ser muy diferentes. Un sistema de valores, construcción mucho más compleja que una mera escala de prioridades, queda bien definido sólo cuando se establece cual prima respecto de otro cuando entran en conflicto (véase Kohlberg). Diferencias entre sistemas de valores explican en parte, aunque no totalmente, los conflictos entre partidos políticos. Si prevalece el derecho a la propiedad sobre los derechos humanos básicos como el de la alimentación (caso de los regímenes conservadores) se tiene un orden político muy diferente que si prima la afiliación partidaria sobre la autonomía (régímenes clientelistas), la religión sobre la autonomía de los sujetos (regìmenes teocráticos), el poder de un grupo reducido sobre las mayorías (regímenes oligárquicos, cuyo extremo es la monarquía absoluta); la racionalidad sobre la solidaridad (regímenes tecnocráticos), administración sobre lo administrado (regímenes burocráticos) o los intereses empresarios sobre los sociales (regímenes plutocráticos); cuando se respetan los intereses de las mayorías, hablamos de democracia. Claro que ninguno de estos sistemas aparece nunca en toda su pureza, ya que aún el autócrata más unipersonal se rodea de una oligarquía y de una burocracia.

Un régimen democrático es mucho más que la posibilidad de elegir entre varios candidatos a ciertos puestos para cuyo ejercicio pueden carecer de idoneidad. En un régimen democrático (que sigue siendo una ideal inalcanzado en el mundo) se daría predominio a los derechos básicos de los habitantes, entre los cuales se incluye el derecho a la vida, a la dignidad, a la autonomía (la cual implica educación, para poder comprender las relaciones entre los hechos y decidir con conocimiento de causa) y la libertad. En una sociedad democrática, la desnutrición aguda como la que se observa en la figura no es admisible.

Finalidades de las actividades científicas y tecnológicas

Las tecnologías contemporáneas han alterado profundamente el estilo de vida de aquella parte de la humanidad que tiene acceso a ellas. Incluso en los países más pobres han producido cambios indirectamente relacionados con aquellos – aunque en muchos sólo haya contribuido al aumento descontrolado de la población y un aumento de la miseria y de la violencia – también del bienestar de una minoría. Pero antes de profundizar en este tema debemos hacer una distinción tajante entre dos conceptos que a menudo se mezclan si no se confunden. La aplicación tecnológica casi inmediata de ciertos descubrimientos científicos ha hecho borronearse los límites al punto de que hay quien habla de Tecnociencia (Bunge). Sin embargo se trata de actividades y productos de naturaleza totalmente diferentes – aunque ambas se pueden dar en un mismo individuo o grupo. En palabras del físico húngaro von Kármán (….-….), “la ciencia estudia lo que existe; la tecnología crea lo que no existe”.

Si bien la tecnología es tan antigua como nuestra especie, la ciencia que permite los desarrollos modernos no tiene más de cuatrocientos años. Esto va desde el uso del fuego hasta la máquina de vapor, cuya invención fue anterior a la ciencia de la termodinámica – aunque el desarrollo de ésta pronto permitió comprender, racionalizar y hacer mucho más eficaz a aquella, empleando el principio básico de transformar energía térmica en energía mecánica.

El objetivo fundamental de la investigación científica es el conocimiento más detallado y profundo posible de la naturaleza y de los seres humanos. Existe la costumbre de clasificar las ciencias en “duras” – las que investigan las cualidades de la naturaleza incluídos los seres humanos (medicina, antropología física) al margen de los observadores – y “blandas” – las que estudian a los seres humanos individuales en sus aspectos menos “tangibles” (psicología) o a sus agrupaciones o sociedades (sociología, antropología social). La terminología tiene un origen sobre todo histórico. La ciencia “dura” fue inventada por los griegos clásicos (siglo V AEC), pero adquirió sus características modernas en el siglo XVII, con el descubrimiento del método experimental. En aquellos tiempos, la medicina era una mezcla de práctica, tecnología y superstición, y las ciencias sociales eran inexistentes: en todo el mundo occidental, lo relacionado con lo “intangible” era del resorte de la Iglesia y se encontraba al margen de todo lo que no fuesen las interpretaciones de los libros considerados sagrados. Las imposiciones religiosas se extendían también al mundo físico, ya que la autoridad de la Biblia era suprema. La ciencia como conocimiento verificable tuvo sus mártires, como Giordano Bruno, y aún ahora, en pleno siglo XXI hay sectores fundamentalistas que afirman la literalidad de la Biblia y luchan enconadamente contra la enseñanza de la Evolución, por estar en contra de la idea de que Dios creó la Tierra tal cual la conocemos y con todos sus habitantes “según su especie” en seis días. Observación: El debate acerca del efecto de la observación sobre lo observado, o aún de la existencia de lo observable cuando nadie lo está observando es un antiguo problema de la filosofía tradicional. Las ideas al respecto van desde el idealismo de un obispo Berkeley (siglo …) y ciertas doctrinas hindúes que afirman que el mundo sensible es una ilusión o una invención de nuestra mente, hasta el materialismo según el cual esta mente no es más que un epifenómeno de nuestra estructura material. Entre ambos extremos hay multitud de doctrinas, como el empirismo según el cual todo nuestro conocimiento del mundo se basa en nuestras experiencias sensoriales, hasta el dualismo cartesiano de postular la existencia de dos clases de sustancias, la “res extensa“ (o mundo material) y la “res cogitans” o mente. Actualmente tiende a predominar la idea de que la realidad externa tiene existencia independiente de nosotros, pero que nuestras percepciones están influenciadas por nuestra estructura mental, que, a su vez, depende de factores sociales. O sea: el mundo existe aunque no lo estemos mirando, pero lo que vemos depende de lo que estemos preparados para ver. La Mecánica Cuántica – en especial el Principio de Indeterminación, formulado por W. Heisenberg, según el cual no es posible conocer simultáneamente la velocidad y la posición de una partícula subatómica – ha sido interpretado por algunos como fundamento de nuestra libertad. Ello se basa en un desconocimiento de la naturaleza exacta de lo expresado en el Principio de Incerteza. El problema de la libertad (libre albedrío) sigue siendo un tema no resuelto, fuera del marco de una pretendida instancia no-material en nuestra constitución.

Las ciencias sociales son mucho más recientes y su desarrollo intentó sin mayor éxito copiar los métodos de las ciencias “duras” – hasta el punto en que muchos científicos “duros” se niegan a aceptar que las ciencias sociales sea verdaderas ciencias. No es éste nuestro caso, pero debemos reconocer que las ciencias sociales son observacionales y no experimentales – so pena de causar desastres humanos. La misma diferencia existe también entre las ciencias “duras”; la física o la química son experimentales y los experimentos se pueden repetir cuantas veces sea necesario; pero la astronomía, astrofísica y la geología y la meteorología son ciencias observacionales ya que no se puede experimentar con las estrellas ni con las montañas. Un ejemplo menos comentado de ciencia observacional es la ecología.

Observación. Hay partes experimentales y otras observacionales en la zoología: se describe y se clasifica las especies observadas, pero se pueden hacer experiencias sobre su comportamiento ante ciertos estímulos. Esta parte de la zoología se llama etología. Existe también una tendencia actual a considerar los sistemas ec0ológicos como campos de experimentación, lo cual conduce a una pretendida “eco-ingeniería” que pretende atacar los problemas ecológicos a gran escala. Un ejemplo es la experimentación con el vertido de sales de hierro en el mar, para fomentar el crecimiento de algas que absorberían CO2. La peligrosidad de tales experimentos es enorme, ya que se está jugando con sistemas de los que depende la existencia de la vida sobre la Tierra sin tener una idea clara de las consecuencias que estos experimentos pueden ocasionar. En estos casos se impone la aplicación del principio precautorio, según el cual no se deben realizar experiencias cuyas consecuencias no son previsibles.

Si bien se hicieron ensayos de sistematizar los conocimientos acerca de la sociedad y de sus estructuras a partir del siglo XVII (Montesquieu, Hobbes, …) éstos eran más bien ensayos filosóficos, que al comenzar la Revolución Industrial en la última mitad del siglo XVIII se transformaron en apologéticos del capitalismo en ascenso. Adam Smith es considerado el primer economista – el inventor de la economía como ciencia – pero su obra es una apología del naciente capitalismo. Esto caracteriza a la mayoría de las ciencias sociales aún hoy. Se basan en las categorías de la sociedad existente, y, además de tratar de explicar a éstas, tienen un contenido normativo abierto u oculto. Además, en comparación con las ciencias “duras” tienen la gran diferencia de que afectan su objeto de estudio. El ejemplo más conocido es el marxismo, que desde una teoría sobre el funcionamiento del capitalismo generó un poderoso movimiento político. Un ejemplo menos conocido (o menos aceptado) es el de la “ciencia” de la economía – una ciencia en la cual la ideología predomina sobre el conocimiento objetivo.

Un caso intermedio es el de la etnología, el estudio de culturas muy diferentes de la nuestra, que hoy es una rama de la antropología pero que dio origen a una concepción filosófica completa, el estructuralismo, en la pluma de Claude Lévy-Strauss (1908-2009).

Además de sus objetivos abiertos u ocultos, la ciencia es una actividad humana y, como tal, está sometida a su propio escrutinio. Así, dentro del campo general de la sociología existe una rama específica, la Sociología del Conocimiento, que toma a la misma ciencia – y sobre todo, al grupo social de los que se dedican a cultivarla - como objeto de estudio. Los científicos “duros” no son muy afectos a esta disciplina, ya que ellos creen que su único objetivo consiste en la búsqueda de la “verdad” – un concepto un tanto vidrioso, del cual algunos se consideran como sacerdotes. Pero la comunidad de los científicos es un subgrupo de la sociedad humana en general, y no escapa a las reglas generales que rigen a todo conjunto humano.

Decimos “parecen” con plena conciencia de que esa palabra significa apariencia. Eso no quiere decir que los que practican esas ciencias no extraigan tal placer de sus actividades, ni de que el conocimiento de la naturaleza no sea un móvil digno de los mayores esfuerzos. Sin embargo, la estructura socioeconómica predominante valora sobre todo aquellos conocimientos que permitan lograr beneficios económicos. Los ejemplos no escasean, pero tomaremos sólo dos de gran actualidad: la bioquímica y la genética molecular y las nanociencias. Las primeras han logrado penetrar muchos de los secretos de la estructura íntima y del funcionamiento de los seres vivos; inmediatamente – a veces por los mismos descubridores - han sido tomados por las fuerzas productivas para sus propios fines, y han generado la biotecnología, los organismos genéticamente modificados (OGM), la posibilidad de regenerar o reemplazar órganos enfermos, etc. El segundo caso está aún en sus fases iniciales: se trata de lo que ocurre en aquel intervalo de tamaños que se encuentra entre lo macroscópico (donde rigen las leyes de la física “clásica”) y el nivel atómico (donde predominan los fenómenos cuánticos. Pero ya han aparecido en el mercado docenas de productos “nano”.

Bariloche, diciembre de 2009.

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