España en tiempos de la conquista de América

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No se puede comprender bien el proceso de conquista y colonización en el actual territorio argentino, así como la cultura argentina, sin conocer como era España en tiempos de la conquista de América, tema de este artículo.


Cultura

Estamentos sociales

Fernando II de Aragón, El Católico.

Con escasas excepciones los conquistadores castellanos provenían de dos de los tres estamentos bien diferenciados de la sociedad de esa época: la gran nobleza, la pequeña nobleza y la plebe. La gran nobleza —las 25 familias de condes, duques, marqueses, príncipes y reyes que se consideraban primos entre sí— disfrutaba de suficientes honores y riqueza como para emprender la dudosa aventura de "hacer la América". La casi totalidad de los pocos grandes nobles que vinieron al territorio lo hicieron sólo temporariamente, usualmente como virreyes de alguno de los reinos de Indias. No se crearon títulos nobiliarios en el territorio, con las dos excepciones de los Fernández Campero marqueses del Valle del Tojo, encomenderos en la Puna de Atacama, y del muy posterior conde de Buenos Aires, Santiago de Liniers. Para evitar la división de sus fortunas por herencia, los grandes y pequeños nobles crearon la institución del mayorazgo por la cual la parte principal de la fortuna familiar era herededada por el primogénito varón de modo indivisible e inalienable. Esta institución no fue casi aplicada en el actual territorio argentino, donde hubo sólo unos pocos mayorazgos, como el de Anillaco.

El estamento superior de los conquistadores fue así el de la pequeña nobleza: los caballeros o hidalgos de capa y espada, las nobles hermanas y hermanos menores (y sus descendientes) del primogénito varón que heredaba la gran fortuna familiar, merecían el tratamiento de don o doña. Eran estos caballeros, no siempre ricos, quienes desempeñaban un rol principal en la vida municipal. Algunos se dedicaban al comercio, aunque en la península ibérica se consideraba un baldón la excesiva dedicación a asuntos mercantiles, prejuicio que no tuvieron los colonizadores de América. El título de caballero era otorgado por el rey, que en la época ya no requería ser de buena familia sino tener la fortuna suficiente para comprarlo. En ocasiones, las necesidades del servicio real hacían que fueran incorporadas a la pequeña nobleza personas que acreditaran un buen nivel de educación. Los nobles, en general, solamente podían ser juzgados en lo criminal por las audiencias o por alcaldes especiales cuyas sentencias debían ser confirmadas por la Corte de Castilla. También tenían otros privilegios, como la exención de pagar tributos, salvo los escasos de carácter general, como la alcabala, equivalente al actual IVA.

La pequeña nobleza por sangre o por mérito podía aspirar a cargos de funcionario cuyos requisitos de designación —aparte de la indispensable gestión de personajes influyentes de la corte— eran básicamente tres:

  1. Acreditar limpieza de sangre: no tener antepasados moros, judíos, o negros hasta por lo menos la generación de los tatarabuelos.
  2. Ser ser bautizado, descendiente de matrimonios consagrados por la iglesia y creyente en la doctrina católica (cristiano viejo).
  3. No haber ejercido nunca oficios viles y mecánicos.

El primer requisito era de dudoso cumplimiento y difícil o imposible verificación. Muchos conquistadores castellanos —así como sus reyes— descendían de la nobleza de Asturias, cuyos primeros reyes casaron sus hijos con moros en prenda de alianza. El rechazo de los moros no se fundaba en prejuicios raciales sino en razones políticas. Los musulmanes del norte de África (que en rigor no eran mayoritariamente moros) habían dominado buena parte de la península ibérica durante varios siglos y su reconquista acaba de terminar cuando Colón llegó a América en 1492. Sí tenía fundamentos racistas el rechazo de los africanos de piel negra, a los que consideraban inferiores y hasta no humanos. Es así que fray Bartolomé de las Casas, que abogó por el respeto a los indígenas, justificó inicialmente la esclavitud de los africanos (aunque luego se rectificó).

El fundamento del rechazo de los judíos se originaba en la intolerancia religiosa explicitada en el 2º requisito. Cuando comenzó la conquista de América los Reyes Católicos habían expulsado a todos los judíos de los territorios de sus reinos (Edicto de Granada del 31 de marzo 1492). Para no perder sus bienes y su fe muchos judíos simularon convertirse al catolicismo, practicando su religión secretamente. De allí el requisito de ser cristiano viejo.

El tercer requisito para el acceso a los cargos públicos coloniales, especialmente los de las órdenes militares como la de Santiago, y el más relevante desde el punto de vista tecnológico, era que el pretendiente y sus antepasados no hubieran hecho nunca oficios "viles". Los así denominados incluían la agricultura y la ganadería —que los gobernantes mercantilistas de la época no consideraba formas de riqueza—, así como todas las labores manuales, artesanales y técnicas, incluidos trabajos artísticos como la pintura de cuadros. Este desprecio de los nobles ibéricos por el trabajo fue imitado también por los conquistadores plebeyos. Resultó así que la aspiración común de la casi totalidad de los conquistadores era adquirir el oro y la plata que les permitirían terminar sus días alternando entre la gloria de la guerra y el ocio rodeado del máximo bienestar material. La única excepción fueron los que tomaron los hábitos religiosos, hastiados de la sangre derramada en la guerra o en busca de sustento para el ejercicio de tareas intelectuales como la escritura. Esta desvalorización cultural de las técnicas, en esa época necesariamente manuales, fue uno de los principales condicionantes de las actividades tecnológicas de los creadores de Hispanoamérica.

Mientras la nobleza moraba en las ciudades, el grueso de la población, más del 80%, eran plebeyos que vivían en los campos que trabajaban, con libertad de mudarse salvo en algunas regiones de Galicia, la región más atrasada de los reinos. Allí subsistía todavía la servidumbre de gleba por la que los campesinos quedaban sujetos a la tierra aunque ésta cambiara de dueño. Una servidumbre similar, el yanaconazgo, fue usada por los incas y adoptada por los conquistadores españoles para castigar a las tribus indígenas rebeldes. El sector más próspero del campesinado eran los arrendatarios de tierras señoriales. El resto eran trabajadores asalariados, generalmente en agobiante estado de pobreza, sino de indigencia. Se estima que los ingresos de un campesino de la época eran unas 2.000 veces menores a los ingresos medios de un gran señor. Estos plebeyos sólo podían aspirar a alcanzar la nobleza de privilegio por servicios muy destacados, usualmente aportes de riqueza o militares a la corona. Francisco Pizarro, el analfabeto hijo bastardo de un empobrecido hidalgo extremeño, fue hecho marqués en premio a las aproximadamente 30 toneladas de plata y oro que envió al monarca castellano en concepto de participación real en el saqueo del imperio incaico. Aunque los verdaderos colonizadores del territorio, como Hernán de Mejía Mirabal, no tuvieron iguales recompensas, todos los primeros conquistadores y sus descendientes fueron reconocidos como nobles sin títulos. Así lo celebra un popular dicho de la época: en las Indias, vale más la sangre vertida que la heredada.

Religión

La prolongada lucha contra los invasores árabes de la península ibérica se justificó y alentó por razones religiosas, lo que dio al clero una gran influencia política, poder económico y privilegios extraordinarios. La toma de Granada por Isabel y Fernando el 2 de enero de 1492 —que significó la expulsión de los musulmantes del territorio europeo— fue tanto un triunfo político como religioso que les valió el título de Reyes Católicos. El aporte de estos monarcas en lo religioso fue atrozmente negativo. En 1483 en Castilla, y poco después en Aragón, instituyeron el Tribunal del Santo Oficio, vulgarmente conocido como la Inquisición. Puesto directamente bajo jurisdicción real, su principal función fue vigilar a los judíos y moriscos conversos, sospechos todos de practicar secretamente sus creencias originales. La Inquisición torturaba para obtener confesiones, genuinas o no, y daba muerte a los que consideraba herejes. Junto las cruzadas, fue la mayor muestra de crueldad e intolerancia religiosa que dio la cristiandad de la Edad Media.

La necesidad que tenía el entonces papa Inocencio VIII del apoyo de Fernando en Italia (donde era rey de Nápoles) obtuvo para la corona española un derecho en América que no tenía ningún otro reino europeo en su propio suelo: el de la designación de obispos (patronato religioso) y el de la libre disposición de los diezmos (aporte de los fieles a la iglesia del 10% de sus producciones). La iglesia en América quedó así totalmente subordinada a las decisiones de los monarcas españoles: ningún clérigo podía establecerse allí sin autorización real y una vez afincados ya no tenían comunicación directa con el Vaticano. La energía empleada por Isabel y Fernando para matar herejes no se aplicó al control de excesos del clero peninsular como el concubinato, el ejercicio lucrativo del comercio y la explotación de los indígenas encomendados (véase, por ejemplo, el artículo Día de la Industria).

Valores

Los 7 siglos de luchas contra los ocupantes musulmanes mostraron a los guerreros de la Reconquista la facilidad con que el saqueo proporcionaba riqueza. Señala Elliott (p. 27) que:

De este modo se estableció el concepto del perfecto hidalgo como hombre que vivía para la guerra, que podía realizar lo imposible gracias a un gran valor físico y a un constante esfuerzo de voluntad, que regía sus relaciones con los otros de acuerdo con un estricto código de honor y que reservaba sus respetos para el hombre que había ganado riquezas por la fuerza de las armas y no con el ejercicio de un trabajo manual. Este ideal de la hidalguía era esencialmente aristocrático, pero las circunstancias ayudaron a difundirlo por toda la sociedad castellana, ya que la migración popular hacia el sur, a remolque de los ejércitos victoriosos que caracterizó a la Reconquista, alimentó el desprecio popular por la vida sedentaria y los bienes fijos e imbuyó así en el pueblo ideales semejantes a los de la aristocracia.

Economía

La estructura de tenencia de la tierra en España, que fue consolidada por los Reyes Católicos, era típicamente feudal, con grandes latifundios mal explotados en manos de unos pocos nobles: se calcula que a comienzos del siglo XVI el 2% de la población de Castilla poseía el 97% de las tierras. Estos señores feudales amaban la guerra, el lujo, el ocio y diversiones como la caza, despreciaban las tareas manuales, productivas o comerciales de cualquier tipo y su idea de la economía era la acumulación de metales nobles y piedras preciosas. Es necesario, sin embargo, señalar que en esa época no existía el papel moneda, de modo que éste era el único tipo de circulante universalmente aceptado. A fines de 1492, cuando se inició la conquista de América, Castilla acababa de expulsar a los dos grandes grupos de infieles que habitaban sus territorios: los moros y los judíos. Al costo en vida y bienes de la Reconquista —nombre con que se designaba a las guerras de liberación del territorio ibérico ocupado por los invasores árabes— se sumó la casi aniquilación de las actividades mayoritariamente hechas por los expulsados: las agrícolas bajo riego artificial que hacían los moros, y las mercantiles y financieras que ejercían los judíos. Con escasos comerciantes y capital, la reducida producción subsistente era obra de campesinos y pastores relativamente independientes y muy pobres. La drástica disminución de cultivos tuvo por consecuencia una gran emigración de campesinos analfabetos a las ciudades y su enrolamiento en los ejércitos conquistadores de América. Así, la Castilla que hizo la conquista era más guerrera que mercantil y los conquistadores eran mayoritariamente analfabetos.

El suelo de la península era en general pobre, no se abonaban las tierras para reponer el nitrógeno y aún las tierras nuevas se arruinaban rápidamente. Las técnicas de cultivo era no sólo artesanales sino también muy primitivas. Grandes zonas padecían periódicas sequías y no se mantuvieron sistemas de riego artificial como los que ya tenían en esa época las culturas nativas del noroeste argentino. Grandes zonas de Galicia, Asturias y Vizcaya no producían alimentos suficientes para cubrir la alimentación de sus pobladores y debían ser abastecidas desde Andalucía, Castilla y Sicilia (estado entonces dependiente de la corona de Aragón). Cuando el clima era desfavorable, hasta Castilla dependía de las importaciones para la alimentación de su población.

Isabel y Fernando favorecieron las actividades ganaderas sobre las agrícolas debido a la facilidad de control y recaudación tributaria de su principal producto exportable, la lana. Un ejemplo extremo de esta política es la ley dictada en 1501 por la cual toda tierra donde los rebaños trashumantes hubieran pastado una sola vez quedaba reservada a perpetuidad para el pastoreo y no podía ser destinada a otros usos por sus dueños. Las amplias praderas españolas sirvieron así de sustento para una ganadería que sería la principal producción de los reinos españoles durante varios siglos. Como la ganadería es expulsora de mano de obra, su práctica reforzó el despoblamiento de las campiñas castellanas.

El resultado de todo ésto fue, en palabras de Elliott (véase Fuentes):

La Reconquista proporcionó, pues, a la sociedad castellana un carácter distintivo en el que predominaban los rasgos religiosos, militantes y aristocráticos. Pero resultó igualmente importante en la determinación de la forma de vida económica castellana. En el sur de España se establecieron grandes haciendas y allí creció un pequeño número de grandes centros urbanos, como Córdoba y Sevilla, que vivían de las riquezas de la campaña que los rodeaba. Sobre todo, la Reconquista contribuyó a asegurar en Castilla el triunfo de una economía pastoril. En un país cuyo suelo era árido y estéril, y en una época en que las algaras (tropas de a caballo que salían a recorrer y saquear la tierra enemiga) constituían un peligro frecuente, la ganadería era una ocupación más segura y más remunerativa que la agricultura; y la reconquista de Extremadura y Andalucía abrió nuevas posibilidades a la ganadería lanar trashumante de Castilla la Vieja.
El acontecimiento que transformó las perspectivas de la ganadería lanar castellana fue la introducción, hacia 1300, en Andalucía, procedente del norte de África, de la oveja merina, acontecimiento que coincidió con —o creó— un aumento creciente en la demanda de lana española. La economía castellana se fue adaptando durante los siglos XIV y XV, de modo firme, para hacer frente a esta demanda. En 1273 la monarquía castellana, en su búsqueda de nuevos ingresos, había reunido en una única organización a las diferentes asociaciones de ganaderos y les había conferido importantes privilegios a cambio de contribuciones económicas. A esta organización, que llegó a ser conocida más tarde con el nombre de Mesta, fueron confiadas la supervisión y control del complicado sistema de trashumancia, de acuerdo con el cual los grandes rebaños eran conducidos desde sus pastos de verano del norte a los pastos invernales del sur y de vuelta otra vez al norte en primavera.

La exportación de la lana se hacía exclusivamente a través de Burgos, que funcionaba como centro de acopio de todo el territorio a pesar de encontrarse a más de un centenar y medio de kilómetros del puerto más cercano. Ésto no era caprichoso, la concentración resultante del monopolio simplificaba y aseguraba el cobro por los monarcas de los impuestos que gravaban las actividades comerciales de cualquier tipo. Desde Burgos los arreos de mulas o caravanas de carretas (las mismas que después se introducirían en el actual territorio argentino) transportaban unos 12.000 o 15.000 fardos de lana hasta el puerto de Bilbao en el País Vasco. De allí partían, una o dos veces por año, flotas de barcos que transportaban la lana hasta el puerto de Amberes en los Países Bajos, donde se transformaba la materia prima en productos textiles que se vendían en todo el mundo conocido de la época.

Las principales industrias de la península eran la fabricación de paños en el centro, la fundición de hierro en el norte (especialmente en Vizcaya), la industria de la seda en el sur (Granada), la producción de vinos y de aceite de oliva (especialmente en Valencia) y la construcción de buques en los astilleros catalanes. Todas ellas sufrieron por la falta de capital causada por la expulsión de los judíos y los malos medios de transporte. Tropas de mulas y carretas de bueyes atravesaban lentamente los malos caminos, provocando fletes que frecuentemente excedían el valor en origen de los productos transportados. Fernando e Isabel repararon algunos viejos caminos y abrieron otros nuevos, pero la tarea fue insuficiente. Al elevado costo de transporte se sumaba el tener que pagar derechos cada vez que los productos pasaban de una región a otro, malas prácticas que se replicaron todas en las colonias americanas.

En el reino de Aragón los catalanes hacían ya de larga data actividad comercial en el Mediterráneo, pero la falta de apoyo de la monarquía produjo su decadencia. La inicial coexistencia entre dos sistemas económicos, el atlántico de la lana y el mediterráneo de los textiles catalanes, se definió a favor del primero. Dificultaba también el intercambio interno la persistencia de monedas diferentes en Castilla y Aragón, problema no resuelto por los Reyes Católicos. Cuando se inició el comercio con las colonias americanas, el monopolio comercial de la castellana Casa de Contratación de Sevilla terminó de arruinar a las flotas mercantes catalanas.

Política

Reinos de España a comienzos del siglo XVI.

En el momento en que "descubrió" América (véase el artículo Día de la Raza) lo que hoy se llama España no existía como nación en el sentido moderno del término, sino como una débil alianza de cinco mal integrados reinos: Aragón, Castilla y León, Cataluña, Navarra y Valencia, cuyos territorios aproximados se muestran en el mapa adjunto (basado en Elliott, p. 10). El monarca del reino de Aragón gobernaba, a través de virreyes, a los dominios institucionalmente autónomos de Cataluña y Valencia. Navarra, inicialmente también un reino independiente, fue incorporado a la corona de Castilla en 1515. El reino de Castilla y León, que cubría unos dos tercios del actual territorio español, abarcaba las regiones de Andalucía, Asturias, Castilla la Nueva, Castilla la Vieja, Extremadura, Galicia, León y Murcia, la mayoría de ellos recientemente reconquistados de los moros. Castilla era el reino más poblado, unas 6 millones de personas contra menos de 1 millón para el de Aragón.

No existía todavía el concepto moderno de Estado y los reyes, en particular los autoritarios reyes castellanos, consideraban que los territorios y habitantes de sus dominios eran sus posesiones personales. Ésto se ponía claramente en evidencia en las subdivisiones que hacían de sus reinos para darlos en herencia a sus hijos. El uso de lo que hoy se llama la cosa pública en beneficio exclusivamente personal, fue uno de los conceptos de que estaban imbuidos los conquistadores castellanos y perdura en Argentina hasta nuestros días. Por otra parte, tampoco hay evidencias de que los grandes imperios americanos, los mayas, aztecas e incas, hayan tenido concepciones diferentes. La América cuya conquista inició Colón (en esa época denominadas Las Indias) era una posesión personal de los reyes de Castilla y en tiempos de la conquista no tenían acceso a ella los vasallos de otros reinos, ni siquiera los aliados a Castilla.

Las colonias americanas fueron posesión personal de Isabel de Castilla, quien había autorizado y financiado las operaciones de conquista. Como Isabel quería favorecer los intereses de sus vasallos directos, los castellanos y leoneses, ellos fueron durante mucho tiempo los únicos que pudieron instalarse allí y comerciar con ellas. Así, el testamento de Isabel consigna que al haber sido las Indias conquistadas a costa de estos mis reinos y con los naturales de ellos, es razón que el trato y negocio de ellas se haga y trate y negocie destos mis reinos de Castilla y León.

Sin embargo, debido a la influencia de su esposo Fernando, rey de Aragón, las instituciones y la legislación de Indias no fueron exclusivamente de origen castellano, sino tuvieron una fuerte impronta aragonesa y catalana.

Isabel La Católica, en 1482.

El casamiento de Isabel y Fernando a mediados del siglo XV había unificado sus reinos para sus descendientes, pero cada uno de ellos seguía rigiendo el suyo del modo habitual. Resultó así que los habitantes de diferentes regiones vivían bajo normas frecuentemente muy diferentes. Tampoco había unidad de las políticas exteriores, rasgo de los estados modernos inexistente en esa época. El gran mérito político de Isabel y de Fernando, fruto de 30 años de denodados esfuerzos, es haber doblegado el poder de la gran nobleza y sentado las bases para la constitución de la nación española. Sin embargo, no quisieron o no pudieron unificar la enorme y contradictoria variedad de instituciones y prácticas existentes en las muy heterogéneas regiones de sus reinos.

La organización política de Castilla tenía como basamento el gobierno de las ciudades, o poblaciones reconocidas como tales, por un Concejo Municipal integrado por los cabeza de familia (denominados vecinos) y administrado por funcionarios municipales (oficios). Éstos eran uno o más alcaldes, que ejercían funciones judiciales, varios regidores que desempeñaban tareas administrativas y una variedad de funcionarios menores tales como los alguaciles y los escribientes. La ciudad de Burgos, frecuentemente tomada como modelo de organización municipal, tenía 6 alcaldes y 16 regidores. Aunque originariamente los alcaldes y regidores debían ser nombrados y reemplazados por el Concejo Municipal, en la práctica los cargos de funcionario desempeñados por la pequeña nobleza eran vitalicios por herencia o por compra. En las poblaciones bajo jurisdicción de señores feudales, las villas de señorío, originariamente los funciones municipales eran designados por éstos; posteriormente, para disminuir el poder feudal, se concedió a los concejos la autoridad de designarlos, sujeta a la confirmación del monarca. El monarca designaba directamente a 1 o más corregidores que no eran vecinos de la ciudad y ejercían funciones administrativas, judiciales y de contralor. Cuando cesaban en el cargo los corregidores debían rendir cuentas de su actuación en juicios de residencia.

Los tribunales superiores de Castilla eran las chancillerías o audiencias (nombre que tomaron en América), integradas por oidores o jueces. La máxima institución de gobierno, sólo por debajo del rey, era la Corte de Castilla, integrada por representantes de la gran nobleza, el clero y procuradores que representaban a las ciudades reconocidas (18 a comienzos del siglo XV). Las apelaciones a todas las medidas dispuestas por concejos municipales o tribunales de cualquier tipo debían presentarse a la Corte. El soberano de Castilla tenía la obligación de convocar periódicamente a la Corte, pero podía tomar medidas legislativas y administrativas por real decreto sin consultarla, a diferencia de lo que sucedía en Aragón. Aunque no fue ejercida de esa manera por Isabel, Castilla era una monarquía absoluta.

Aragón, comunidad más mercantil que guerrera, tenía un sistema de gobierno más democrático (dentro del orden aristocrático existente) que el castellano, basado en los Diputats catalanes. El cargo del justicia aragonés, por ejemplo, era un contralor del cumplimiento de las leyes por los administradores, algo así como un actual Defensor del Pueblo. Es particularmente ilustrativo el texto del juramento aragonés de lealtad al rey (Elliott, p. 25):

Nos, que valemos tanto como vos, os hacemos nuestro Rey y Señor, con tal que guardéis nuestros fueros y libertades. De lo contrario, no.

El rey Fernando de Aragón colaboraba activamente con su esposa Isabel en el gobierno de Castilla, ejerciendo entre otras responsabilidad el manejo de las relaciones exteriores de todos los reinos. Como además de rey de Aragón lo era también de Cataluña y Valencia, sus tareas le impedían estar en todos sus dominios el tiempo necesario para ejercer debidamente una conducción tan unipersonal como la monarquía. Esto fue resuelto con la institución catalano-aragonesa del virreinato. A diferencia del posterior virrey colonial, el peninsular tenía todas las atribuciones del verdadero rey. Cuando la conquista de América agregó dos nuevos virreinatos, los de Nueva España y el Perú, Fernando de Aragón participó activamente en la elaboración de la nueva legislación que allí se puso en práctica, incorporándoles varias de las instituciones aragonesas y catalanas. A pesar de que en teoría los aborígenes americanos eran súbditos con plenos derechos, en la práctica los monarcas españoles se reservaron el total poder de decisión en sus asuntos. El resultado fue un desordenado transplante de normas e instituciones peninsulares que, sólo en apariencia, habían resuelto problemas similares a los americanos. Las normas eran absurdas para los aborígenes, como las que regían el derecho de propiedad, pero también para los españoles provenientes de regiones diferentes a las de su origen.

El resultado fue que España dejó a sus colonias americanas una frondosa herencia legislativa de dudoso valor práctico, así como una gran burocracia y mucha confusión o impotencia administrativa originada en la frecuente superposición de jurisdicciones y funciones. Esto generó innumerables oportunidades de corrupción a las que se sumó la heredada venalidad de la venta de los cargos públicos vitalicios y la arbitraria elección de sus ocupantes, situación que en buena medida se prolonga hasta hoy en Argentina.

Se debe a Fernando de Aragón la creación del cuerpo diplomático y del ejército profesional. El primero contó con la colaboración como embajadores de personalidades destacadas de la cultura, caso de Fernando de Rojas, autor de La Celestina. El ejército estaba bien entrenado y equipado: la infantería con yelmos ligeros y corazas de hierro, la mitad armada de largas picas, un tercio con lanzas cortas y jabalinas y un sexto con arcabuces. Este fue el ejército que dominó los campos de batalla europeos durante más de un siglo, y los americanos por más de tres siglos.

Fernando e Isabel crearon un sistema oficial de correos que hizo mucho por la efectiva integración de las regiones. El cargo hereditario de Correo Mayor fue ocupado a partir de 1505 por sucesivas generaciones de la familia originalmente italiana de los Taxis, de donde proviene el nombre del actual sistema de transporte automotor.

Saberes

La Universidad de Salamanca, una de las primeras del planeta, fundada en 1218, tenía unos 6.800 estudiantes en el siglo XVI y marcó la pauta para la creación de universidades hispanoamericanas. Isabel estimuló las letras y las artes, fundó la Universidad de Alcalá de Henares, donde fue catedrático de Griego don Alonso Manrique, y protegió a eruditos como Elio Antonio de Nebrija, autor de la primera gramática castellana. La principal marca que el imperio español dejó en América fue la lengua castellana, derivada del latín con fuerte influencia del griego. Estas dos lenguas fueron la lingua franca de los europeos alfabetos hasta bien avanzada la Edad Media, y en ellas se escribían los textos anteriores a la invención de la imprenta de tipos metálicos por Gutenberg. Esto explica, por ejemplo, que se diga inteligencia en castellano, intelligenza en italiano, intelligence en inglés y francés, intelligen en alemán.

Conclusiones

El reinado de los Reyes Católicos, para algunos historiadores la Edad de Oro de España, logró el ascenso de sus reinos al primer plano del poder europeo, la expulsión de los moros, la conquista de América y el comienzo de la formación de España como nación. Dejó, como señala Elliott, muchas cuentas pendientes (Elliott, p. 131):

Habían unido dos coronas, pero no habían ni siquiera intentado emprender la tarea, mucho más ardua, de unir a dos pueblos. Habían destruido el poder político de la alta aristocracia, pero habían dejado intacta su influencia económica y social. Habían reorganizado la economía castellana, pero al precio de consolidar el sistema de latifundios y la preeminencia de la ganadería sobre la agricultura. Habían introducido en Castilla ciertas instituciones aragonesas de espíritu monopolístico, pero habían fracasado en el intento de unir siquiera un poco las economías catellana y aragonesa. Habían restablecido el orden en Castilla, pero habían derribado en la empresa las frágiles barrera que se levantaban en el camino del absolutismo. Habían reformado la Iglesia, pero habían creado la Inquisición. Y habían expulsado a uno de los sectores más dinámicos y ricos de la comunidad: los judíos. Todo esto ensombrece un cuadro que a menudo se pinta demasiado risueño.

La conquista de América se hizo así bajo el doble signo de la espada y la cruz. La espada de conquistadores deseosos de riqueza y gloria personal, acostumbrados a obtenerla por la fuerza, no por la producción, que sometieron a la servidumbre a los pueblos originarios de América. La cruz de la conversión forzosa al catolicismo, de una intolerancia religiosa que destruyó todas las expresiones discordantes, condenadas como herejías u obras del demonio. Bajo ese doble signo creó una economía basada en la extracción de los excedentes productivos de las etnias indígenas más desarrolladas, como la diaguita, en los aportes de campesinos ibéricos desplazados que practicaban una agricultura más primitiva que la nativa, en ganaderos exitosos pero acostumbrados a la subordinación de los agricultores. Abandonada la infructuosa búsqueda del oro inexistente en el territorio hoy argentino, la colonización se hizo en el marco de instituciones noveles, muchas veces contradictorias entre sí, venales, políticamente corruptas, que crearon un escepticismo generalizado respecto de la validez de la justicia y la aplicabilidad de las normas legales (origen de la actual anomia argentina). Las Leyes de Indias, confusa mezcla de absolutismo castellano con feudalismo catalán, eran parcialmente incomprensibles tanto para castellanos como para catalanes.

El principal aporte ibérico a América no fue la lengua castellana, como muchos afirman, ya que recién comenzaba un proceso de estructuración que todavía la hacía muy inferior a las lenguas que le dieron origen, en especial la latina. Algunas de las lenguas aborígenes, en especial la aimara, eran muy superiores como medio preciso y bien reglado de comunicación. Los principales aportes positivos fueron el uso del hierro, los barcos y carretas de transporte, los ganados y cereales eurasiáticos y la predisposición (poco ejercitada por la mayoría de los conquistadores) al pensamiento racional que da basamento a las ciencias y a las tecnologías (en especial, la Medicina).

Fuentes

Véase también