España en tiempos de la conquista de América

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No se puede comprender bien el proceso de conquista y colonización en el actual territorio argentino, así como la cultura argentina, sin conocer como era España en tiempos de la conquista de América, tema de este artículo.


Organización política de los reinos

Isabel La Católica, en 1482.

En el momento en que "descubrió" América (véase el artículo Día de la Raza) lo que hoy se llama España no existía como nación en el sentido moderno del término, sino como una débil alianza de cinco mal integrados reinos: Aragón, Castilla y León, Cataluña, Navarra y Valencia. El monarca del reino de Aragón gobernaba a los virreinatos autónomos de Cataluña y Valencia. Navarra, inicialmente un reino independiente, fue incorporado a la corona de Castilla en 1515. El reino de Castilla y León, que cubría unos dos tercios del actual territorio español, abarcaba las regiones de Andalucía, Asturias, Castilla la Nueva, Castilla la Vieja, Extremadura, Galicia, León y Murcia. No existía todavía el concepto moderno de Estado y los reyes, en particular los autoritarios reyes castellanos, consideraban que los territorios y habitantes de sus dominios eran sus posesiones personales. Ésto se ponía claramente en evidencia en las subdivisiones que hacían de sus reinos para darlos en herencia a sus hijos. El uso de lo que hoy se llama la cosa pública en beneficio exclusivamente personal, fue uno de los conceptos de que estaban imbuidos los conquistadores castellanos y perdura en Argentina hasta nuestros días. Por otra parte, tampoco hay evidencias de que los grandes imperios americanos, los mayas, aztecas e incas, hayan tenido concepciones diferentes. La América cuya conquista inició Colón (en esa época denominadas Las Indias) era una posesión personal de los reyes de Castilla y en tiempos de la conquista no tenían acceso a ella los vasallos de otros reinos, ni siquiera los aliados a Castilla.


Organización social

Con escasas excepciones los conquistadores castellanos provenían de dos de los tres estamentos bien diferenciados de la sociedad de esa época: la gran nobleza, la pequeña nobleza y la plebe. La gran nobleza —los condes, duques, marqueses, príncipes y reyes que se consideraban primos entre sí— disfrutaba de suficientes honores y riqueza como para emprender la dudosa aventura de "hacer la América". La casi totalidad de los pocos grandes nobles que vinieron al territorio lo hicieron sólo temporariamente, usualmente como virreyes de alguno de los reinos de Indias. Las dos únicas excepciones conocidas son los Fernández Campero marqueses del Valle del Tojo, encomenderos en la Puna de Atacama, y el muy posterior conde de Buenos Aires, Santiago de Liniers.

El estamento superior de los conquistadores fue así el de la pequeña nobleza: los hidalgos segundones, las nobles hermanas y hermanos menores (y sus descendientes) del primogénito varón que en virtud de la institución del mayorazgo heredaba la parte principal (indivisible e inalienable) de la fortuna familiar. El estamento inferior de los conquistadores fue el de los plebeyos sin nobleza de sangre por no tener antepasados nobles. Estos plebeyos sólo podían aspirar a alcanzar la nobleza de privilegio por servicios muy destacados, usualmente aportes de riqueza o militares a la corona. Francisco Pizarro, el analfabeto hijo bastardo de un empobrecido hidalgo extremeño, fue hecho marqués en premio a las aproximadamente 30 toneladas de plata y oro que envió al monarca castellano en concepto de participación real en el saqueo del imperio incaico. Aunque los verdaderos colonizadores del territorio, como Hernán de Mejía Mirabal, no tuvieron iguales recompensas, todos los primeros conquistadores y sus descendientes fueron reconocidos como nobles. Así lo celebra un popular dicho de la época: en las Indias, vale más la sangre vertida que la heredada.

La pequeña nobleza por sangre o por mérito podía aspirar a cargos de funcionario cuyos requisitos de designación —aparte de la indispensable gestión de personajes influyentes de la corte— eran básicamente tres:

  1. Acreditar limpieza de sangre: no tener antepasados moros, judíos, o negros hasta por lo menos la generación de los tatarabuelos.
  2. Ser ser bautizado, descendiente de matrimonios consagrados por la iglesia y creyente en la doctrina católica (cristiano viejo).
  3. No haber ejercido nunca oficios viles y mecánicos.

El primer requisito era de dudoso cumplimiento y difícil o imposible verificación. Muchos conquistadores castellanos —así como sus reyes— descendían de la nobleza de Asturias, cuyos primeros reyes casaron sus hijos con moros en prenda de alianza. El rechazo de los moros no se fundaba en prejuicios raciales sino en razones políticas. Los musulmanes del norte de África (que en rigor no eran mayoritariamente moros) habían dominado buena parte de la península ibérica durante varios siglos y su reconquista acaba de terminar cuando Colón llegó a América en 1492. Sí tenía fundamentos racistas el rechazo de los africanos de piel negra, a los que consideraban inferiores y hasta no humanos. Es así que fray Bartolomé de las Casas, que abogó por el respeto a los indígenas, justificó la esclavitud de los africanos.

El fundamento del rechazo de los judíos se originaba en la intolerancia religiosa explicitada en el 2º requisito. Cuando comenzó la conquista de América los Reyes Católicos habían expulsado a todos los judíos de los territorios de sus reinos (Edicto de Granada del 31 de marzo 1492). Para no perder sus bienes y su fe mucho judíos simularon convertirse al catolicismo, practicando su religión secretamente. De allí el requisito de ser cristiano viejo.

El tercer requisito para el acceso a los cargos públicos coloniales, especialmente los militares), y el más relevante desde el punto de vista tecnológico, era que el pretendiente y sus antepasados no hubieran hecho nunca oficios "viles". Los así denominados incluían la agricultura y la ganadería —que los gobernantes mercantilistas de la época no consideraba formas de riqueza—, así como todas las labores manuales, artesanales y técnicas, incluidos trabajos artísticos como la pintura de cuadros. Este desprecio de los nobles ibéricos por el trabajo fue imitado también por los conquistadores plebeyos. Resultó así que la aspiración común de la casi totalidad de los conquistadores era adquirir el oro y la plata que les permitirían terminar sus días alternando entre la gloria de la guerra y el ocio rodeado del máximo bienestar material. La única excepción fueron los que tomaron los hábitos religiosos, hastiados de la sangre derramada en la guerra o en busca de sustento para el ejercicio de tareas intelectuales como la escritura. Esta desvalorización cultural de las técnicas, en esa época necesariamente manuales, fue uno de los principales condicionantes de las actividades tecnológicas de los creadores de Hispanoamérica.

Fuentes