Gajes del oficio

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Los hombres encargados por el rey de administrar justicia y de la gestión financiera eran, hasta el siglo XVI, en Francia lo mismo que en otros países, servidores del rey, elegidos por él, y a los cuales podía destituir. El rey, al nombrarlos, les mandaba una comunicación, en la que decía haberles elegido para permanecer en funciones "en tanto nos plazca". Durante la Edad Media los reyes empezaron a considerar los cargos como un medio para obtener dinero. Vendieron primero los cargos de tabelión o notario, es decir, el derecho a oficializar los documentos de los particulares, y los cargos de escribano, que daban el derecho de hacer copias de las sentencias. En el siglo XV vendieron también las funciones del juez.

Los Estados generales de 1484 protestaron contra este abuso, y el rey Luis XII prohibió vender los cargos (entonces se les llamaba oficios). Ordenó que todos los funcionarios, antes de entrar en el cargo, jurasen no haber dado nada para obtenerlo. Como el rey tenía demasiada necesidad de dinero para rehusar las ofertas de los ricos banqueros, deseosos de obtener cargos. Luis XII vendió funciones de Hacienda y el rey Francisco I de Francia vendió todos los cargos de justicia.

En 1522 se creó la oficina de las partidas eventuales. Desde ese momento los cargos se vendieron públicamente en nombre del rey, depositándose el precio de la venta en una caja especial. El que compraba el cargo, antes de tomar posesión de él, prestaba, sin embargo, el juramento de que no había dado nada para adquirirlo. Este perjurio obligatorio no fue abolido hasta fines del siglo XVI. Excepto los cargos de la casa del rey y los grados del ejército, que no se vendían, los otros cargos llegaron a ser venales. La justicia se administraba en su nombre por sus lugartenientes, que habían hecho estudios de Derecho, el lugarteniente civil para los pleitos y el lugarteniente criminal para los asuntos criminales. Todos juzgaban solos, pero de ordinario hacían que les ayudasen algunos abogados de su tribunal, que le servían de consejeros.

Pronto se crearon cargos inútiles, expresamente para venderlos. En Hacienda se crearon a miles de recaudadores y electos. En la administración de justicia se crearon cargos de consejeros de los Parlamentos. En tiempo de Enrique II, para tener nuevos cargos que vender, se cambiaron estos consejeros en funcionarios. En cada ciudad donde había un bailiaje, (en España se denominaban corregidores) se creó un tribunal presidial, formado por dos lugartenientes y siete consejeros. Se crearon de una vez 32, luego otros más. Se estableció también, bajo de los Parlamentos, un nuevo grado de jurisdicción al que los litigantes debieron llevar sus causas.

La venalidad de los cargos creó en Francia, al igual que en España, una clase de funcionarios burocráticos inexistentes en otras partes del mundo. Cuando un oficial compraba su oficio a perpetuidad no podía ser destituido, a menos de que se le condenara por un delito, y venía a ser funcionario vitalicio. Habiendo comprado el cargo, lo consideraba su propiedad. A su muerte, el cargo habría debido volver al rey, pero se admitió que el oficial tuviera el derecho de de presentar la dimisión designando su sucesor. Era preciso solamente que lo resignara cuarenta días antes de morir, y, si moría antes, el cargo volvía al rey, que lo vendía de nuevo. En el caso de España, estos cargos podían ser dados en herencia.

Al vender el cargo, no se atendía a la capacidad del postulante sino al dinero que se obtenía de la venta. Aunque antes de dar posesión a un juez había de hacerse una información acerca de su conducta y se le obligaba a sufrir un examen, no se exigían estudios universitarios y en el examen jamás era nadie desaprobado.

Los poseedores de cargos venales debían percibir un salario, que se llamaba gajes. Como el rey, siempre necesitado de dinero, descuidaba con frecuencia de pagarlos los jueces tomaron la costumbre de hacerse pagar por los litigantes, antes de dictar sentencia. Tratábase al principio de un regalo en especias, luego fue una suma de dinero, pero siguió la denominación de especias. Los oficiales de Hacienda se servían también de su poder para sacar dinero a los administrados. Los funcionarios venales recuperaban su inversión explotando a los súbditos del rey.

A pesar de que durante mucho tiempo hubo protestas en Francia contra la venalidad de los cargos, la práctica perduró hasta la Revolución francesa. Fue luego parcialmente restablecida durante el imperio de Napoleón I.


Fuentes