Gauchos argentinos

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La Payada, óleo de Enrique Mc Grech.

En la Argentina contemporánea se consideran gauchos a personas que hacen la mayoría de sus actividades montadas a caballo y que visten de modo semejante. Sin embargo, el grupo social al que pertenecían los gauchos varió considerablemente a lo largo del tiempo. A fines del siglo XVIII la denominación se aplicó por primera vez a jinetes sin asentamiento fijo que se presumían malhechores. Durante las guerras de la independencia Martín Güemes enalteció el nombre denominando así a los soldados, muchos de ellos pequeños propietarios rurales, que bajo su mando contuvieron el avance de las fuerzas realistas del Perú y Alto Perú. A mediados del siglo XIX la denominación se había extendido incluso a grandes propietarios ganaderos asentados en zonas rurales. A comienzos del siglo XX, ante el "aluvión" inmigratorio que diluyó la identidad nacional, Leopoldo Lugones mitificó al gaucho como prototipo de la argentinidad. La denominación perdura todavía hoy en su definición decimonónica, extendida en sentido figurado —sin tomar en cuenta su asentamiento urbano o rural ni sus destrezas ecuestres— a las personas hospitalarias e inclinadas a hacer favores sin esperar retribución. El origen del gaucho y de su denominación, la explicación de su forma de vida y de lo que simboliza hoy son el tema principal de este artículo.


El fenómeno del gaucho

Aunque se acuerde sobre su definición y la clase de personas a las que fue y es aplicable el nombre en diferentes épocas, aún subsisten preguntas como las siguientes.

  1. ¿Cuál es el origen de su nombre?
  2. ¿Cuán correctas son las descripciones canónicas de sus rasgos en obras como El gaucho Martín Fierro de Hernández y El payador de Lugones?
  3. ¿Cuáles fueron las relaciones de los gauchos con los aborígenes de sus territorios?
  4. ¿Cuando se originó, entre quienes y por qué?
  5. Si fue una clase social ¿qué mecanismos produjeron su aparición?
  6. ¿Qué medio ambiente lo determinó o condicionó y cómo se expresó en las diferentes regiones del país?
  7. ¿Cuál es su simbolismo pasado y presente?
  8. ¿Cuánto de gauchos tenemos los argentinos de hoy en día?

Origen del nombre

Según Assunção (p. 220) la primera vez que el vocablo se aplicó fue en una comunicación al virrey Vértiz del comandante de Maldonado (actual Uruguay), don Pablo Carbonell, fechada el 23 de octubre de 1771. En la misma se expresaba:

Haviendo tenido noticia que algunos gahuchos se havían dejado ver a la Sierra, mande a los Tenientes de Milicias dn. Jph. Picoomini y dn. Clemente Puebla, passasen a dicha Sierra con una partida de 34 hombres entre estos algunos soldados del Batton, a fin de azer una descubierta en la expresada Sierra, por ver si podían encontrar malechores, y al mismo tiempo viesen si se podía recoger algún ganado...

Aunque la ortografía no estaba bien fijada en esa época, el uso de la h intermedia, que alarga la duración de la vocal siguiente, sugiere que la pronunciación podría haber sido entonces gaúcho. Otros documentos de la época confirman que se denominaban así a los jinetes que faenaban animales en el campo sin autorización de los cabildos, instituciones que distribuían los cupos de las vaquerías. Es decir, malhechores para las autoridades de la época, aunque no para quienes sólo aplicaban el ancestral método de cazar para alimentarse.

No hay certeza sobre el origen del vocablo, inexistente hasta entonces en la lengua castellana, y diferentes autores le atribuyen provenir de una poco convincente deformación de guacho (huérfano) o de lenguas tan variadas como el árabe (washi), araucano (huachu), euskera (uaucho), francés (gauche o izquierda), guaraní (huauchú), portugués (gaudio) y quechua (guascho). Aunque sería interesante dilucidarlo, el aporte que haría a la comprensión del gaucho como fenómeno cultural sería escaso o nulo. Lo único que se sabe con certeza es que la palabra es equivalente a huaso en Chile y gauderio en Brasil.

El gaucho según Darwin

Cuando el naturalista inglés Charles Darwin visitó el Río de la Plata en 1833, escribió en su diario de viaje la impresión que le causaron los gauchos[3]:

Al anochecer hicimos alto en una pulpería o tienda de bebidas. Durante la noche vinieron numerosos gauchos a beber licores y a fumar puros; su continente atrae sobremanera la atención; por lo general son altos y bien formados, pero llevan en el semblante cierta expresión de orgullo y sensualidad. Usan con frecuencia bigote y cabellera negra rizada, que les cae por la espalda. Con sus trajes de brillantes colores, grandes espuelas, que suenan en los talones, y cuchillos sujetos a la cintura, como daga (y usados a menudo), parecen una raza de hombres muy diferente de lo que podría esperarse de su nombre de gauchos o simples campesinos. Excesivamente corteses; pero mientras os hacen una inclinación demasiado obsequiosa, parecen dispuestos a degollaros si la ocasión se presenta.
Durante los últimos seis meses he tenido ocasión de observar un poco el carácter de los habitantes de estas provincias. Los gauchos o campesinos son muy superiores a los que residen en las ciudades. El gaucho se distingue invariablemente por su cortesía obsequiosa y hospitalidad; jamás he tropezado con uno que no tuviese esas cualidades. Es modesto, así respecto de sí mismo como por lo que hace a su país, y a la vez animoso, vivaracho y audaz.
Por otra parte, es menester decir también que se cometen muchos robos y se derrama mucha sangre humana, lo que debe atribuirse como causa principal a la costumbre de usar el cuchillo. Da pena ver las muchas vidas que se pierden por cuestiones de escasa monta. En las riñas, cada combatiente procura señalar la cara de su adversario cortándole en la nariz o en los ojos, como con frecuencia demuestran las profundas y horribles cicatrices. Los robos son consecuencia natural del juego, universalmente extendido, del exceso en la bebida y de la extremada indolencia. En Mercedes pregunté a dos hombres por qué no trabajaban. Uno me respondió, gravemente, que los días eran demasiado largos; y el otro, que por ser demasiado pobre. La abundancia de caballos y profusión de alimentos hacen imposible la virtud de la laboriosidad. Además, hay una multitud de días festivos; y como si esto fuera poco, se cree que nada puede salir bien si no se empieza estando la luna en cuarto creciente; de modo que la mitad del mes se pierde por estas dos causas.

El gaucho mitológico

En El Payador —obra escrita en celebración del Martín Fierro de José Hernández— Leopoldo Lugones construye el mito del gaucho como paradigma de argentinidad. Afirma allí (p. 37) que el gaucho fue el héroe y el civilizador de la Pampa.

Aunque algunas de sus descripciones se acercan a la verdad, Lugones era un poeta, no un historiador, y todo el tono de su obra es literario y épico, tendiente a movilizar las emociones, no la indagación racional y sujeta a verificación de los hechos históricos. Su prestigio como escritor le permitió imponer en los círculos ilustrados de su época, y por inercia en los de muchos años después, al gaucho como prototipo de argentinidad. Es notoria y notable la contraposición con las ideas de Sarmiento, a quien Lugones admiraba, quien consideraba a los gauchos como los prototipos de la barbarie, justamente lo opuesto a la civilización. Desmesuras propias de grandes innovadores que deben ser señaladas.

Durante muchos años en las escuelas argentinas se leía el Martín Fierro, se hacían obras de títeres sobre él, se memorizaban algunas de sus estrofas, se vestía a los niños de gauchos y se representaban sus escenas. Se celebraba la sabiduría de su consejos, aunque se ignoraban estrofas denigrantes de los aborígenes como las siguientes (La vuelta de Martín Fierro, 4):


Tiene la vista del águila
del león la temeridá —
en el desierto no habrá
animal que él no lo entienda —
ni fiera de que no aprienda
un istinto de crueldá.

Es tenaz en su barbarie
no esperen verlo cambiar,
el deseo de mejorar
en su rudeza no cabe —
el bárbaro sólo sabe
emborracharse y pelear.

El indio nunca se ríe
y el pretenderlo es en vano,
ni cuando festeja ufano
el triunfo en sus correrías —
la risa en sus alegrías
le pertenece al cristiano.

Se cruzan por el desierto
como un animal feroz —
dan cada alarido atroz
que hace erizar los cabellos,
parece que a todos ellos
los ha maldecido Dios.

Todo el peso del trabajo
lo dejan a las mujeres —
el indio es indio y no quiere
apiar de su condición,
ha nacido indio ladrón
y como indio ladrón muere.

El que envenenen sus armas
les mandan sus hechiceras —
y como ni a Dios veneran
nada a los pampas contiene —
hasta los nombres que tienen
son de animales y fieras.

Y son, por ¡Cristo bendito!
los mas desasiaos del mundo —
esos indios vagabundos
con repunancia me acuerdo, —
viven lo mismo que el cerdo
en esos toldos inmundos.

Naides puede imaginar
una miseria mayor —
su pobreza causa horror
no sabe aquel indio bruto
que la tierra no da fruto
si no la riega el sudor.


¿Era el gaucho un enemigo irreconciliable del aborigen, como lo afirma el Martin Fierro y refirma Assunção? Abundan los relatos de gauchos que se refugiaban en las tolderías indígenas, huyendo del reclutamiento forzoso con que se formaban los ejércitos hasta fines del siglo XIX. El mestizaje con los aborígenes fue la regla y no la excepción para los hombres más pobres de la sociedad argentina, aunque fueran descendientes de españoles, como evidencian los apellidos y los análisis de ADN. Resulta entonces poco creíble ese desprecio y la poco menos que imposible segregación "racial" a la que habría conducido.

Fuentes

  • Lugones, Leopoldo; El Payador; Otero & Co. Impresores; Buenos Aires; 1916.

Origen de los gauchos

Fotografía de un gaucho en 1870.

Durante todo el período colonial la gran mayoría de la población del actual territorio argentino fue rural y debía procurarse la subsistencia por sus propios medios. En el interior boscoso o montañoso del país habían innumerables lugares de asentamiento bien protegidos, con abundantes materiales naturales de construcción y gran variedad de vegetales comestibles, no así en la llanura pampeana, casi totalmente carente de árboles y hasta de piedras pero con abundante ganado vacuno y equino. Así, mientras los habitantes del interior podían asegurar fácilmente su subsistencia de manera sedentaria, con pequeños cultivos de cereales y tropas de ganado, no sucedía lo mismo con los de las pampas. Para ellos la opción natural fue la alimentación exclusiva con carne vacuna y la cobertura de las necesidades restantes por trueque de cueros o productos fabricados con ellos, como lazos y aperos. Así surgieron los gauchos.

Es erróneo pensar al gaucho como el pastor de las pampas. El pastor identifica y marca a cada uno de sus animales, los lleva a pastar y abrevar, los traslada cuando el pasto o el agua se agotan, los protege en el invierno, ayuda a las hembras a parir y protege a sus crías, cuida las heridas de todos, favorece y selecciona su reproducción, aprovecha sus subproductos y los sacrifica de manera controlada para que su número no merme. En una palabra, los domestica. El gaucho fue un cazador y, como todos los cazadores que deben seguir a su presa adonde quiera que vaya, era nómade. Recién cuando las vaquerías cedieron el paso a las estancias y saladeros el gaucho se transformó en peón, a pesar suyo y sólo cuando no tenía otra alternativa. Cuando a fines del siglo XVIII Azara recorrió las actuales pampas argentinas observando la vida y costumbres de sus habitantes concluyó

... que los ganaderos de estas regiones son los menos civilizados de todos los habitantes, y que este género de vida casi ha reducido al estado de indios bravos a los españoles que lo han adoptado, (por lo que) es verosímil que la vida pastoril no sea compatible con la civilización.

El pantalón del gaucho, el chiripa o chiripá, era un pedazo de tela basta de lana que sujetaba con un cinturón de cuero, por debajo del cual usaba calzones de tela de algodón hecha en el Tucumán. Eran infaltables el sombrero de fieltro de alas anchas y el poncho de lana. Los más prósperos usaban chaleco o jubón y todos calzaban las botas de cuero de una sola pieza, sin suela, cortada de la articulación de la pata trasera de un caballo, conocidas como botas de potro. Salvo las botas que fabricaba él mismo, obtenía sus ropas de por trueque, ya que ni él ni su familia hilaban o tejían. La única artesanía que practicaban era el trabajo del cuero. Su mujer vestía una camisa de algodón que le llegaba a las rodillas, de la que usualmente no tenía recambio y lavaba ocasionalmente en el río dejándola secar mientras se tendía desnuda al sol. Tanto los hombres como las mujeres eran sexualmente promiscuos, y era poco común encontrar niñas mayores de 8 años que fueran todavía vírgenes.

Su vivienda era un rancho de adobe con techo de cañas y paja, las aberturas de cuya única habitación, sin puertas ni postigos de madera, se cerraban con cueros durante la noche. El piso era de tierra apisonada; la cama consistía en un cuero sujeto con tientos a estacas de madera o simplemente tirado sobre el suelo. No había usualmente mesas, bancos ni otro tipo de mobiliario o vajilla que un barril para almacenar agua, un cuerno para beberla y una pava para calentar el agua con que preparaba el mate. Se sentaban simplemente en cuclillas o sobre un cráneo de vaca o caballo alrededor del fogón. Éste era un simple círculo de piedras en cuyo interior se encendían los espinillos, bosta seca o huesos que eran el único combustible disponible en las pampas, y sobre el cual asaban su invariable alimento, tiras de carne vacuna atravesadas por ramas aguzadas que se hincaban en la tierra (cancana). Comían recortando delgadas tiras de carne sin sal con el facón, que les servía también para llevárselas a la boca. Colgaban de las paredes y techo sus lazos y aperos de montar, así como trozos de carne desecada, el charque o charqui que era la única provisión que llevaba consigo. Las únicas partes que comía de los vacunos eran la lengua y las carnes del lomo, las piernas y la que recubre el vientre y el estómago (matambre). Se mofaban de los europeos que ingerían legumbres y hortalizas, a las que calificaban desdeñosamente de "pasto", y el pan era desconocido para ellos. Los alrededores del rancho estaban siempre sembrados de osamentas, las más recientes pudriéndose al sol, cubiertas de aves carroñeras y apestando el ambiente.

El equipo personal del gaucho consistía en facón (cuchillo de doble filo, herencia cultural de los moros que ocuparon España durante siglos), espuelas —que obtenía por trueque—, rebenque, lazo, y boleadoras —que fabricaba él mismo con cuero. El único lujo que se daba eran las monedas de plata que fijaba a su cinturón, metal frecuentemente presente también en sus espuelas, los arreos de su caballo, el mango y la vaina de su cuchillo. En la sociedad virreinal la plata era símbolo de prosperidad y de tradición, y hasta los hogares humildes tenían algún trozo del metal precioso aunque más no fuera adornando un mate. Bien provisto de sus vicios (mate, tabaco y ginebra) y su caballo (al que trataba con dureza), el gaucho estaba listo para partir en cualquier momento hacia el rumbo que fuera.

Era un habilísimo jinete, el único nativo comparable al amerindio. El naturalista inglés Carlos Darwin relata en su libro El viaje del Beagle como un caballo muy brioso tres veces se alzó tan alto sobre sus patas traseras que cayó de lomo. Las tres veces el gaucho se deslizó antes de la caída y tan pronto el animal comenzó a ponerse en pie volvió a montarlo. Esta capacidad lo hizo indispensable para la caballería patriota de las guerras de la independencia. Hay numerosas anécdotas sobre cómo los gauchos de Martín Güemes, inmensamente sobrepasados en número por los ejercitos realistas, pudieron mantenerlos en jaque impidiendo la conquista del Noroeste argentino. Un general español de la época comentaba que eran extraordinariamente diestros en manejar sus caballos, expertos en el uso de todo tipo de armas, valientes, astutos para dispersarse y volver rápidamente a reagruparse, con gran confianza en sí mismos y una agilidad y sangre fría que despertaban la admiración de los oficiales europeos. Según el mismo general, eran iguales sino superiores a los cosacos, capaces de disparar con precisión montados o de a pie, con destacada habilidad para los ataques sorpresa y la guerra de guerrillas. Sin embargo, y a pesar de su destacada contribución a la emancipación de Argentina, el gobierno nunca les otorgó masivamente tierras donde pudieran establecer sus familias.

La vida del gaucho es un prototipo de desintegración social. Como en sus correrías recorría grandes distancias, y en las pampas habían muchos más hombres que mujeres, raras veces formaba una familia estable. Esto estaba compensado por la poliandría de la mujer rural pampeana, quien solía tener muchos hijos de padres diferentes. A diferencia de las tribus nómades, que en sus viajes se desplazaban con toda la familia, las mujeres estaban asentadas en sus ranchos, mientras los hombres vagaban solos, ni siquiera en grupos, por la llanura. El único centro rural de socialización de esa época era la pulpería, peculiar mezcla de almacén de ramos generales, bar, salón de juegos (como la taba), entretenimientos (como las payadas), deportes (como la riña de gallos, las cuadreras y el pato) y bailes. Que los comensales no siempre eran amigables lo ilustra el hecho que el dueño los atendía detrás de seguras barras de hierro. Los relatos de la época señalan la frialdad con que presenciaban o causaban derramamientos de sangre frecuentemente mortales. Acostumbrado desde su infancia a degollar y carnear animales, le parecía natural hacer lo mismo con las personas, a veces por mera diversión. Como despreciaba las tareas de pico y pala, a las que consideraba denigrantes, cuando los estancieros quisieron construir zanjas y setos o colocar alambrados debieron contratar mano de obra extranjera a muy alto precio.

Gaucho patatagónicos. Fotografía de Jimmy Nelson.[1]

Las pampas se caracterizaron por la escasez de mano de obra. Cuando los estancieros la necesitaron para atender la creciente producción de los saladeros, a falta de encomiendas se trató de recurrir a los gauchos. —El trabajo es pa’ los gringos —decía, negándose a afincarse, efectuando sólo changas ocasionales como domas, señaladas o arreos. Como el afincamiento es requisito esencial para una mano de obra estable, se usaron recursos legales para forzarlo. La provincia de Buenos Aires, por ejemplo, promulgó en 1815 un decreto por el cual se catalogaba de vagabundo a cualquier hombre en edad de trabajar que no pudiera presentar la papeleta, constancia de trabajo estable que debía renovarse cada tres meses. El castigo al vagabundeo era la incorporación por dos años al ejército o el trabajo en una estancia. Como relata el Martín Fierro, al trabajo forzado que intentaba imponerle la “civilización”, el gaucho respondió con la fuga hacia la “barbarie”. El alambrado que empezó a cercar las estancias a partir de 1850 fue la sentencia de muerte para el libre vagabundeo por las pampas, acelerando la transformación de gauchos en peones.

Hay un gran parecido entre los vaqueros estadounidenses, los cowboys, y los gauchos argentinos. Al igual que la existente entre los primeros jinetes de las estepas asiáticas y los amerindios ecuestres, la semejanza no es casual sino consecuencia de similares circunstancias geográficas y sociales. En su Historia de la Argentina, José Manuel Estrada señala acertadamente que los gauchos fueron el producto de un sistema de gobierno despreocupado de la agricultura, el comercio, la educación, el progreso material y el bienestar de los gobernados. Si las personas no pueden satisfacer sus necesidades esenciales dentro de la organización social preexistente, lo harán fuera de ella. En este proceso de alienación crearán nuevas maneras de resolución de sus problemas vitales y nuevos sistemas de valores compatibles con ellas.

La cultura gaucha fue la cabal adaptación a sus peculiares circunstancias:

  • Disponibilidad de una fuente de alimentación abundante y gratuita: la carne de los vacunos, cimarrones o no, que abundaban en las pampas.
  • Dominio de las técnicas de caza con lazo de a caballo y carneado de los vacunos con facón, de amansado de los caballos (tan disponibles como los vacunos) y de fabricación de sus aperos con cuero así como las de defensa contra sus enemigos de a caballo con lanza y facón. Estas destrezas eran fuente de autoestima por ser altamente valoradas por los otros gauchos y las milicias provinciales.
  • Abundancia de trabajos temporarios (en las cada vez más numerosas estancias) con qué solventar las ropas, los facones, los vicios y algún otro elemento ocasional.
  • Gran disponibilidad de cuero, material versátil y de gran duración para la confección de variados dispositivos de uso cotidiano. El cuero cumplía en la época una función similar a la de los plásticos actuales.
  • Facilidad para eludir el control de las autoridades, localizadas en los escasos centros urbanos, por la casi total libertad de circulación a través de los rara vez cercados campos.

Se puede simpatizar con las desdichas del gaucho, admirar su entereza ante la adversidad y su valor guerrero. Se puede reconocer sus virtudes a través de dichos como ser gaucho y hacer una gauchada. Lo que no se debe hacer es tomarlos como modelo; su historia, en todo caso, debe hacernos reflexionar sobre las drásticas consecuencias sociales de la elección de tecnologías para la resolución de las necesidades vitales.

Fuentes

Fuentes generales

  • Coni, Emilio A.; El gaucho: Argentina, Brasil, Uruguay; Ediciones Solar; Ciudad de Buenos Aires; 1969; ISBN 9789509086241 (Coni G).
  • Assunção, Fernando O.; Historia del gaucho - El gaucho: ser y quehacer; Edit. Claridad; Ciudad de Buenos Aires; 2007 (2ª edición); ISBN 9789506202057 (Assuncao HG).
  • El gaucho Martín Fierro. Versión digital, con ortografía modernizada, de El gaucho Martín Fierro y La vuelta de Martín Fierro.
  • Lois, Élida; Cómo se escribió el Martín Fierro.

Véase también


Gauchos en San Antonio de Areco. Fotografía de Jimmy Nelson.[2]