Historia de la ciudad de Buenos Aires

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En este artículo sobre la historia de la ciudad de Buenos Aires se dan algunos hitos de su desarrollo.


Puerto de Nuestra Señora Santa María del Buen Aire


Fuerte Santa María del Buen Ayre en 1536 (dibujo del libro de Schmidl).)

Fuentes

Ciudad de Buenos Aires

Según las Leyes de Indias entonces vigentes don Pedro de Mendoza no fundó una ciudad sino un asentamiento temporario —en este caso funo ortificado, un fuerte— ya que no creó el órgano de gobierno requerido, el Cabildo. Después que el asentamiento fuera mandado a destruir por Domingo Martínez de Irala en 1541, el sitio permaneció despoblado hasta 1580. En el transcurso de ese período surgieron y crecieron las poblaciones del Tucumán, Cuyo y Paraguay. Para garantizar la recaudación de los impuestos reales, el comercio de toda la región que hoy conforma el territorio de Argentina y Paraguay debía obligatoriamente hacerse a través del virreinato del Perú (en particular de su capital, Lima) y de Panamá (Cartagena de Indias), largo viaje que encarecía enormemente los productos traídos de España. El aumento de la población planteó a los habitantes la necesidad de contar con una comunicación más fluid, "abrir las puertas de la tierra" al Océano Atlántico.

La fundación de la Ciudad de La Santísima Trinidad y Puerto de Santa María del Buen Ayre por Juan de Garay e1 11 de junio 1580 no fue el comienzo de la colonización del territorio, sino una consecuencia del mismo.


Multiplicación natural de los ganados

Lo que después probaría ser uno de los recursos naturales renovables más importantes del país no surgió por designio sino por azar. Según Féliz de Azara, cuando los habitantes del asentamiento creado por Pedro de Mendoza abandonaron el lugar dejaron algunas yeguas y caballos que luego se multiplicaron naturalmente en la fértil pradera.

El contrabando

A comienzos del siglo XVII los rebaños de reses salvajes y los pequeños sembradíos de trigo proporcionaban alimento suficiente a sus escasos habitantes, pero los únicos excedentes que tenían para comercializar —los cueros, sebo, pezuñas y cuernos vacunos— eran insuficientes para financiar todos los demás productos necesarios para mantener un buen nivel de vida. Es natural, entonces, que los habitantes de Buenos Aires, considerados en esa época los más pobres de las Indias Occidentales, aguzaran su ingenio para conseguir otras fuentes de ingresos. Floreció así tanto el contrabando de todo tipo de mercaderías, en especial de metales preciosos, y el tráfico ilegal de esclavos africanos. Este tráfico se institucionalizó a partir del Tratado de Utrecht de 1713, que concedió a los ingleses un enclave en Buenos Aires que perduró hasta 1739. Las violaciones de las Leyes de Indias no eran furtivas, ya que las escasas autoridades locales hacían la vista gorda a estas casi públicas actividades. El desprecio de la ley comenzó así a arraigarse en nuestro pueblo ya desde aquellas remotas épocas.

Buques de registro

Buenos Aires no prosperó exclusivamente gracias a los recursos productivos de su territorio circundante hasta que se produjo el desarrollo masivo de la producción agropecuaria durante el siglo XIX. Durante la época colonial la ciudad medró gracias a tener el control de la entrada y salida del comercio, legal o ilegal, del interior del país; gracias a la intermediación comercial y no a la producción de riqueza.

Para fortalecer las barreras que Buenos Aires y las demás ciudades costeras del Paraná presentaban contra la expansión de los portugueses asentados en Brasil, la corona expañola hizo algunas concesiones comerciales. En 1618 se autorizó el envío de dos barcos anuales a España, que no debían superar las 100 toneladas cada uno; pero les estaba prohibido comerciar con ninguna de las otras colonias americanas.

La hasta entonces paupérrima Buenos Aires comienza a prosperar a partir del reemplazo, en 1740, del sistema de flotas y galeones por el de registros de navíos individuales. Desde ese momento, y hasta la liberación parcial del comercio en 1778, los buques de registro efectuarán el comercio con las colonias. Estó incrementó significativamente tanto el comercio legal como el contrabando, ya que los registreros aprovechaban sus viajes para introducir todo tipo de mercaderías.

Creación del virreinato del Río de la Plata

De esta revolución económica se benefició exclusivamente Buenos Aires ya que efectuaba la mayor parte de la intermediación comercial con el interior, proceso que se consolidó e intensificó al crearse el Virreinato, en 1776, para detener el avance portugués en la región. Una clara medida de esta prosperidad es el significativo incremento de su población, que en promedio se duplicó cada 31 años en el período de 1615 a 1810: 1.000 habitantes en 1615, 2.070 en 1639, 4.607 en 1674, 8.908 en 1720, 13.840 en 1750, 20.000 en 1753, 22.551 en 1770, 42.252 en 1810.

La creación del Virreinato del Río de La Plata en 1776 fue el impulso definitivo al crecimiento de Buenos Aires al convertirla en sede de las autoridades. El Reglamento y Aranceles Reales para el Comercio Libre entre España e Indias de 1778 legalizó el comercio directo de Buenos Aires con once puertos españoles, y con ello la intermediación forzosa en todo el tráfico comercial del interior del país. En 1796, debido a la guerra entre España y Gran Bretaña, se abrió el puerto al comercio con todas las naciones. Si bien la apertura sólo duró dos años, los grandes beneficios obtenidos en ese período no serían olvidados y el libre comercio se convertiría en uno de los reclamos permanentes de los porteños hasta la Revolución de Mayo. Fue el comienzo de la integración comercial con el mundo, que después se repetiría con creces a fines del siglo XIX.

Virrey Juan José de Vértiz

La gestión del Virrey Juan José de Vértiz fue particularmente beneficiosa para la ciudad. Vértiz inició el empedrado de las calles y el sistema de alumbrado público; creó el Protomedicato para supervisar las actividades de los médicos, sangradores, cirujanos y boticarios (farmacéuticos); fundó el Colegio Real San Carlos, antecesor del actual Colegio Nacional; estableció la Casa de Niños Expósitos en la que se imprimirían los primeros periódicos del virreinato (El Telégrafo Mercantil, El Semanario de Agricultura y el Correo de Comercio, entre otros). Se crearía después el Consulado, equivalente a los tribunales comerciales de hoy, cuyo Secretario Manuel Belgrano se convirtió así en vocero de los reclamos comerciales de la época.

Buenos Aires prosperaba, pero su economía se basaba exclusivamente en la intermediación y en las actividades financieras que esa intermediación permitía. El sector social más rico del período eran los comerciantes mayoristas, la mayoría de los cuales eran españoles. Los europeos recién llegados establecían sus redes de relaciones casando a sus hijos con los de los comerciantes más antiguos.

La cara fiscal de la intermediación porteña fue la Aduana, que recaudaba generalmente más de lo que salía que de lo que entraba, sangrando más aún a las actividades productivas del interior. La tensión que generó este hecho fue una de las causas principales de la posterior guerra civil entre federales y unitarios, en la cual triunfaron los principios centralistas. Al estar concentrado el poder político y económico en la actual Capital Federal, la histórica cultura especulativa (hasta podríamos decir antiproductiva) de los capitalistas porteños constituyó y constituye todavía hoy uno de los principales obstáculos al desarrollo tecnológico argentino.

Crecimiento de Buenos Aires

En en 1806 Buenos Aires tiene unas 200 casas de adobe de las cuales sólo 3 tenían planta alta. Los mayores edificios públicos son el Fuerte, la Aduana, el Cabildo y la Iglesia ¿Catedral?.

En 1826 sobre el lado Este de la Plaza de la Victoria (hoy Plaza de Mayo) se encuentraba la Recova (donde hoy se levanta la Casa de Gobierno) y en el lado opuesto el Cabildo de una sola planta. La Catedral está en construcción hacen ya muchos años. Los arcos de la Recova albergan comercios de textiles del país. Sólo las 7 u 8 primeras cuadras de las calles que se alejan del río paralelamente a la calle Victoria están empedradas, y otro tanto paralelamente al río. La propia plaza tiene suelo de arcilla que se convierte en un limo pegajoso cuando llueve, desalentando a los paseantes que habitualmente circulan al atardecer alrededor del monolito central rodeado de una reja de hierro. Eso sí, las veredas del entorno son de piedra caliza, pero prontamente se transforman en ladrillos puestos de pie, apuntalados por tablas de madera que marcan el desnivel hasta la calle propiamente dicha. Cuando llueve las calles con pendiente se convierten en verdaderos arroyos, que socavan el terreno dejando a veces las veredas a alturas mayores de 1 metro. Las calles horizontales se transforman en ciénagas holladas por las profundas huellas de las carretas y es sólo gracias a pilas de ladrillos colocadas en algunas esquinas por algún vecino precavido que los peatones logran cruzarlas sin embarrarse demasiado el calzado.

Las angostas y desparejas veredas, así como las salientes cajas de las ventanas enrejadas, obligaban al transeúnte a prestar mucha atención al caminar. Su atención era frecuentemente captada por las hermosas señoritas, ataviadas con grandes peinetones de carey, que coquetamente se instalaban alfombras en dichas ventanas, que deliberadamente dejaban entrever el salón de estar que usualmente da a la calle, y a veces un dormitorio. Al entrar a las casas se encuentraba un patio central con piso de mosaicos rodeado por galerías techadas sobre las que se distribuyen las habitaciones. A través de un pasillo que parte del fondo del patio se accedía a la cocina y las dependencias de servicio, de construcción más económica, las que usualmente daban a un terreno que llegaba hasta el centro de la manzana, con una pequeña huerta y algunos árboles frutales. Sólo las casas más lujosas de la calle Florida tenían planta alta con balcones.

A medida que uno se alejaba de la costa en dirección al interior, las inicialmente apretadas líneas de casas de ladrillo de una planta con azotea se van espaciando y la calidad de la construcción disminuía.


Plaza de la Victoria en 1828, con la recova del Cabildo al fondo.


Fuente generales

  • Azara.
  • D'Orbigny, II, p. 29.