;'''¿Es necesaria la tecnología?
Seguramente suscitará perplejidad que yo plantee esta pregunta en un foro donde vamos a discutir o proponer políticas, pero lo cierto es que esta pregunta encierra buena parte del contenido fundamental a partir del cual se podrán elaborar políticas concretas. Debo llamar la atención acerca del hecho de que, si bien es raro que en estas latitudes se formule esta pregunta sobre la necesidad o no de la tecnología, ella está en el centro mismo del debate sobre la sociedad post-industrial que tiene lugar en Estados Unidos y en Europa Occidental. No sería extraño que —con —con nuestra aptitud para importar modas, costumbres y debates— debates— en poco tiempo más tengamos aquí también un planteo similar. De todas formas, la razón por la cual he tomado esta pregunta como la primera etapa es para indicarles a todos la necesidad de reflexionar siempre sobre los primeros principios para llegar luego a las conclusiones más concretas que busquemos.
Este debate sobre la necesidad o no de la tecnología nace por supuesto en la sociedad post-industrial, como he dicho, ante la crisis de una sociedad que había tomado como uno de sus símbolos capitales a la tecnología. Esa tecnología, que el optimismo panglossiano de los positivistas convirtió en fetiche, hoy es atacada duramente, como en su momento lo hicieron con justicia filósofos, anarquistas, románticos y surrealistas. Muchas voces acusan a la tecnología de ser la causa fundamental de la crisis de nuestra civilización y otras tantas proclaman la urgencia de una vuelta a lo que sería el estado natural. El hombre crucificado de André Breton, el hombre engranaje de Ernesto Sábato, el hombre unidimensional de Marcuse, serían en esa postura el resultado inexorable de la indiscriminada tecnologización de la cultura, y su redención sólo podría lograrse por el rechazo total de una sociedad cientificista cuya máxima creación, la máquina —la —la MAQUINA con mayúsculas— mayúsculas— habría transformado al niño en obrero y al obrero en niño, como ha dicho Axelos parafraseando a Marx. Se trata, por cierto, de una posición de alerta sobre los graves peligros de idolatrar la técnica, algo así como la entrega del alma colectiva a una suerte de diablo del siglo XX, al tiempo que existen potencialidades humanas tanto o más importantes que la racionalidad científica.
No es posible, sin embargo, hacer un análisis ahora de la validez ontológica o de la coherencia epistemológica de esta posición y ni siquiera intentar un resumen de la profunda y dilatada polémica destada sobre el tema; pero se puede formular una observación muy simple, apenas una constatación, que lleva a una respuesta trivial pero suficiente en relación con los alcances de nuestra tarea de hoy, que no es epistemológica ni ontológica, sino praxiológica. La constatación a la que me refiero es la siguiente: no hay ni puede haber producción sin tecnología, sea aquella simple y natural o sofisticada y artificial, sea para responder a las necesidades básicas del hombre o para responder a sus demandas más superfluas. La tecnologia es, pues, imprescindible a la par que es también inevitable, porque es la reforma que el hombre impone a la naturaleza en vista a la satisfacción de sus necesidades, según la certera definición de Ortega y Gasset.
;'''La capacidad de manejo de la tecnología
Habrá que aclarar siempre que decir autónoma no quiere decir autárquica. No vengo aquí a proponer una Argentina cerrada desarrollando por cuenta y riesgo propio toda la tecnología necesaria para sus requerimientos. De ninguna manera. La autarquía tecnológica no solamente es una imposibilidad en el mundo de hoy, sino que en el país donde se hizo el mayor esfuerzo para probar hasta dónde se podía llegar en materia de autarquía tecnológica —me —me refiero a China bajo la Revolución Cultural— Cultural— unos pocos años fueron suficientes para mostrar un sonado fracaso. Los chinos ahora se han convertido, han cambiado su política casi radicalmente, son fervientes importadores de tecnología.
Quiero decir que la autonomía tecnológica significa la capacidad de elección de aquello que vamos a desarrollar, aquellos que vamos a importar y completar. Es la capacidad de armar lo que hemos definido muchas veces como los paquetes tecnológicos más convenientes, más adecuados para la resolución de un problema. Seguramente en este Encuentro se van a presentar numerosos ejemplos de paquetes; es decir, de complejos de conocimientos tecnológicos, con elementos de producción nativa y elementos de producción foránea.
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Jorge Alberto Sábato

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