Jorge Alberto Sábato

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Jorge Alberto Sábato

Jorge Alberto Sábato (quien aparentemente firmaba Sabato, a diferencia de su pariente Ernesto[1]) fue uno de los más destacados tecnólogos de Argentina.


Biografía

La siguiente autobiografía pertenece al prólogo de su libro Ensayos en campera:

Con tanto Sabato que anda por ahí conviene comenzar con un identi-kit del autor:
Nació hace mucho (¡en 1924!) pero allí cerca (Rojas, Pcia. de Buenos Aires). De profesión, físico (¡podría ser algo mucho peor!); de oficio, Investigador (que hace investigación, no que trabaja de "tira"); de vocación, hombre libre (de allá sus desplantes ante la prepotencia, como lo testimonia elocuentemente su renuncia a la presidencia de SEGBA S.A., hace algunos años).
Ha realizado investigaciones en la Universidad de Birmingham (Inglaterra), en la Comisión de Energía Atómica, en la Universidad de Stanford (Estados Unidos), en Place Pigalle (Francia), en la Universidad de Sussex (Inglaterra), en Colegiales (donde vive), en el Wilson Center de EE.UU., etcétera.
Como todo señor bastante maduro que se respete pertenece a una barra de instituciones: Fundación Bariloche, Club de Roma, Institute of Metals, Centro de Estudios Industriales, Club Gure-Echea, Foro Latinoamericano, Instituto de Desarrollo Económico y Social, etc. Por las mismas razones biológicas ha recibido importantes distinciones: Premio del V Congreso Nacional de Ingeniería, Orden del Ladrillo, Llave del Fogón de los Arrieros, Premio Multinacional de Metalurgia, etcétera.
Ha publicado trabajos científicos (y de los otros...) en castellano, francés, inglés, portugués, alemán, lunfardo y hasta en una revista distinguidísima llamada Ekistics. Ha sido centro-foward en el barrio de Palermo, socio de una librería en la calle Córdoba, asesor de las Naciones Unidas y del Pacto Andino, expositor en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, profesor en Canadá, gerente en Energía Atómica ... y una pila de cosas más. Ha pronunciado centenares de conferencias, charlas y afines entre las que se destacan Hipólito Irigoyen y el Surrealismo. EI Tango, el futbol y la crisis nacional y Reflexiones sobre la Chantocracia. De sus varios libros prefiere Segba, Cogestión y Banco Mundial que molestó por igual a peronistas y antiperonistas, a derechistas e izquierdistas, simplemente porque dice toda la verdad.
Es hincha de Gardel, Artaud, el Comandante Prado, Joyce, Arolas, Gramsci, el Malevo Muñoz, Dostoiesvski, Arlt, Joyce Cory, la Camerata Bariloche, Dante Panzeri, Vivaldi, el futbol de potrero, el guiso de arroz, las camperas, los foratti con tuco, la siesta ... En dos palabras: hincha de la autenticidad.
Es enemigo de la corbata, los currícula vitae, los discursos en las academias y en los cementerios, los organigramas, los agradecimientos por los importantes y patrióticos servicios prestados, los trepadores, los editoriales de los diarios serios, las funciones de gala, los maletines de los ejecutivos, la música enlatada, la literatura exquisita ... En dos palabras: enemigo de la solemnidad.

Fuentes

  • Sábato, Jorge A.; Ensayos en campera; Ciudad de Buenos Aires; 1979.

Ideas de Sábato respecto de las tecnologías

En un trabajo escrito en 1983, Sábato expresó lo siguiente:

Introducción

Debo advertirles que los voy a desilusionar un poco porque, pese a lo que promete el título de esta sesión plenaria, no voy a presentar una propuesta de política y organización en Ciencia y Tecnología.

Yo comprendo que todo el mundo esté apurado por disponer de propuestas concretas que puedan ponerse en ejecución al día siguiente de asumir el gobierno. Debo confesar, sin embargo, que yo, personalmente, tengo bastante miedo en relación a esa serie de disposiciones prácticas cuando no están sólidamente fundamentadas con algunas proposiciones teóricas acerca de la realidad que debemos gobernar. Por eso he preferido pasar revista a ciertas preguntas claves y hacerles llegar algunas de mis reflexiones al respecto. Si éstas son razonablemente correctas, creo que constituirán un buen punto de partida para que en la sesión plenaria se puedan elaborar algunas de esas propuestas tan esperadas de política.

Comenzaré con la más trivial de las preguntas.

¿Es necesaria la tecnología?

Seguramente suscitará perplejidad que yo plantee esta pregunta en un foro donde vamos a discutir o proponer políticas, pero lo cierto es que esta pregunta encierra buena parte del contenido fundamental a partir del cual se podrán elaborar políticas concretas. Debo llamar la atención acerca del hecho de que, si bien es raro que en estas latitudes se formule esta pregunta sobre la necesidad o no de la tecnología, ella está en el centro mismo del debate sobre la sociedad post-industrial que tiene lugar en Estados Unidos y en Europa Occidental. No sería extraño que —con nuestra aptitud para importar modas, costumbres y debates— en poco tiempo más tengamos aquí también un planteo similar. De todas formas, la razón por la cual he tomado esta pregunta como la primera etapa es para indicarles a todos la necesidad de reflexionar siempre sobre los primeros principios para llegar luego a las conclusiones más concretas que busquemos.

Este debate sobre la necesidad o no de la tecnología nace por supuesto en la sociedad post-industrial, como he dicho, ante la crisis de una sociedad que había tomado como uno de sus símbolos capitales a la tecnología. Esa tecnología, que el optimismo panglossiano de los positivistas convirtió en fetiche, hoy es atacada duramente, como en su momento lo hicieron con justicia filósofos, anarquistas, románticos y surrealistas. Muchas voces acusan a la tecnología de ser la causa fundamental de la crisis de nuestra civilización y otras tantas proclaman la urgencia de una vuelta a lo que sería el estado natural. El hombre crucificado de André Breton, el hombre engranaje de Ernesto Sábato, el hombre unidimensional de Marcuse, serían en esa postura el resultado inexorable de la indiscriminada tecnologización de la cultura, y su redención sólo podría lograrse por el rechazo total de una sociedad cientificista cuya máxima creación, la máquina —la MAQUINA con mayúsculas— habría transformado al niño en obrero y al obrero en niño, como ha dicho Axelos parafraseando a Marx. Se trata, por cierto, de una posición de alerta sobre los graves peligros de idolatrar la técnica, algo así como la entrega del alma colectiva a una suerte de diablo del siglo XX, al tiempo que existen potencialidades humanas tanto o más importantes que la racionalidad científica.

No es posible, sin embargo, hacer un análisis ahora de la validez ontológica o de la coherencia epistemológica de esta posición y ni siquiera intentar un resumen de la profunda y dilatada polémica destada sobre el tema; pero se puede formular una observación muy simple, apenas una constatación, que lleva a una respuesta trivial pero suficiente en relación con los alcances de nuestra tarea de hoy, que no es epistemológica ni ontológica, sino praxiológica. La constatación a la que me refiero es la siguiente: no hay ni puede haber producción sin tecnología, sea aquella simple y natural o sofisticada y artificial, sea para responder a las necesidades básicas del hombre o para responder a sus demandas más superfluas. La tecnologia es, pues, imprescindible a la par que es también inevitable, porque es la reforma que el hombre impone a la naturaleza en vista a la satisfacción de sus necesidades, según la certera definición de Ortega y Gasset.

Eventualmente un hombre solitario podría sobrevivir algún tiempo sin tecnología, pero ello sería imposible para cualquier grupo humano. En la medida que más seres humanos demanden más bienes y servicios , se necesitará más y más tecnología, nos guste o no nos guste, simplemente porque ella, la tecnología, es el desarrollo de estas fuerzas productivas y esta tecnología será, por los demás, cada vez más sofisticada, sencillamente porque el hombre continúa profundizando en el conocimiento de la naturaleza y consecuentemente extendiendo su dominio y control a través de más y más abstracción intelectual. De todas maneras hay que alegrarse, porque sólo así será posible atender a las necesidades permanentes de los miles de millones de hombres que pueblan el planeta.

A partir de esta constatación se ve que el problema no es el de saber si se necesita tecnología sino el de precisar qué tecnología se necesita, y ésta sería nuestra segunda pregunta.

¿Qué tecnología se necesita?

La respuesta que se dé a esta pregunta definirá las relaciones que se establezcan entre el hombre y esa inexorable herramienta de su realización. La situación que se da hoy en la mayoría de los países, tanto capitalistas como socialistas, en relación a la tecnologización de la sociedad es la consecuencia natural de que una determinada tecnología responde a esa cuestión no en términos de las necesidades fundamentales del ser humano sino de la sola racionalidad interna del sistema productivo al cual sirve. Por eso ¿cómo puede uno extrañarse de que la producción ciega de tecnología o su adquisición indiscriminada produzcan graves daños en la trama misma de la sociedad? Hay que procurar una respuesta diferente, o por lo menos proponérsela como meta a largo plazo. Una respuesta que aparentemente permitiría al hombre liberarse de la esclavitud de su propia reacción podría ser la siguiente: la tecnología que se necesita es aquella que ayuda a proveer las necesidades básicas de la humanidad y a desarrollar en plenitud todas sus capacidades, empleando los recursos disponibles de manera que no conduzca a la explotación o sojuzgamiento del hombre ni a la destrucción irreversible de la naturaleza. En esta especie de gran meta sobre qué tecnología necesita la humanidad están contemplados los aspectos que generalmente suelen ser los más críticos como consecuencia del uso indiscriminado de aquella tecnología basada exclusivamente en la racionalidad del sistema productivo al cual sirve.

¿Cómo lograr una tecnología más "humana"?

Llegamos así a la tercera pregunta, que es ¿Cómo lograr esa tecnología que acabamos de definir? Cómo lograrla en una determinada sociedad, para determinadas condiciones reales de funcionamiento del sistema, en función del pasado, del presente, del futuro, en función de la trama de múltiples relaciones socio-culturales que definen el conjunto social. Éstos son datos de la realidad que no podemos en absoluto ignorar y que deben ser como el telón de fondo de nuestra preocupación. ¿Cómo lograr, digo, esa tecnología? Hay que tener en cuenta de inmediato que en la situación actual la mayor parte de la tecnología que se utiliza, que se ofrece y que se busca está lejos de satisfacer aquella definición que dimos. En consecuencia, un problema capital que quiero subrayar es que será imperativo desarrollar una capacidad autónomas para dirigir el proceso tecnológico y para manejar la tecnología. Sólo mediante ese manejo autónomo podrá una nación comenzar a marchar en la dirección que eventualmente le permitirá disponer en cada caso de la tecnología más ajustada a sus propios objetivos, más respetuosa de su acervo cultural, más conveniente para sus propias necesidades y más adecuada a sus dotaciones de recursos y factores.

Surge así la primera conclusión de importancia en este razonamiento que hemos realizado formulándonos algunas preguntas fundamentales. La conclusión es que el primer objetivo, el objetivo central, el objetivo alrededor del cual hay que desarrollar el conjunto de acciones de una política tecnológica nacional, debe ser el del desarrollo de una capacidad autónoma en el manejo de la tecnología.

La capacidad de manejo de la tecnología

Habrá que aclarar siempre que decir autónoma no quiere decir autárquica. No vengo aquí a proponer una Argentina cerrada desarrollando por cuenta y riesgo propio toda la tecnología necesaria para sus requerimientos. De ninguna manera. La autarquía tecnológica no solamente es una imposibilidad en el mundo de hoy, sino que en el país donde se hizo el mayor esfuerzo para probar hasta dónde se podía llegar en materia de autarquía tecnológica —me refiero a China bajo la Revolución Cultural— unos pocos años fueron suficientes para mostrar un sonado fracaso. Los chinos ahora se han convertido, han cambiado su política casi radicalmente, son fervientes importadores de tecnología.

Quiero decir que la autonomía tecnológica significa la capacidad de elección de aquello que vamos a desarrollar, aquellos que vamos a importar y completar. Es la capacidad de armar lo que hemos definido muchas veces como los paquetes tecnológicos más convenientes, más adecuados para la resolución de un problema. Seguramente en este Encuentro se van a presentar numerosos ejemplos de paquetes; es decir, de complejos de conocimientos tecnológicos, con elementos de producción nativa y elementos de producción foránea.

Hablar de tecnología nacional, como a veces se hace, siempre me ha parecido una simplificación bastante inocente. No se trata de tecnología nacional, se trata de manejo propio de la tecnología que más nos conviene, nacional o no nacional. Por supuesto que si no hay un fuerte contenido de elementos propios esos paquetes pueden no estar bajo nuestro control: si el paquete tiene todos los elementos importados, sencillamente nos encontramos bajo el dominio del dueño del paquete.

La tecnología y su ligazón con la estructura productiva

Con referencia al manejo autónomo de la tecnología, es fundamental tener muy en claro que el acontecer tecnológico transcurre en el espacio de la estructura productiva de bienes y servicios, y que, en consecuencia, debe prestarse la máxima atención a las relaciones entre tecnología y estructura productiva. Por ejemplo, los actores que participan en el desarrollo tecnológico no son solamente los técnicos y científicos que han desarrollado los primeros conocimientos y han examinado ala aplicación de esos conocimientos a un determinado proceso o producto, sino también un sinfín de otras personas de la sociedad. Este conjunto funcionará con una racionalidad más próxima a la estructura productiva que a la de los actores del ámbito científico o cultural. Para los actores del ámbito científico rigen ciertos principios y normas que son los que durante siglos la humanidad ha definido para la actividad científica propiamente dicha. No necesariamente las mismas normas, principios y reglas rigen en el universo tecnológico, porque en él, ligado estrechamente a la estructura productiva, inmediatamente repercuten las actitudes, valores, normas, criterios y métodos que son habituales en la estructura productiva. Éste es un punto muy crítico, porque a causa de una serie de razones que sería largo discutir ahora, generalmente se suele considerar a la tecnología apenas como ciencia aplicada, como indisolublemente ligada y predeterminada por la ciencia, y de ahí se extraen consecuencias que no son las más saludables para las políticas científicas y tecnológicas de un país, tales como pensar que es condición necesaria y suficiente tener buenos científicos y buenos técnicos para tener buena tecnología.

No hay duda de que no es condición necesaria ni tampoco suficiente; y al respecto hemos conseguido en Latinoamérica toneladas de papeles, libros, ensayos, conferencias, que lamentablemente no son siempre consultadas por personas que vienen de otro ambiente, como el cultural o el cientìfico, en su sentido estricto, o el ambiente universitario, también en sentido estrito. Por lo tanto, es evidente que parece una inocentada, diría yo, simplificar el problema y tratar de verlo como una secuencia lineal. Don Bernardo Houssay decía en su buena época: Hágase ciencia y con eso estará todo más o menos resuelto en poco tiempo. Por supuesto es una cita muy libre. Nunca lo oí a don Bernardo decir las cosas de esa manera; pero era el pensamiento que lo iluminaba a él y a otros hombres ilustres de la época y a instituciones, también ilustres. Las cosas han mostrado ser más complejas; hay una experiencia ya ganada en el mundo entero. Yo rogaría encarecidamente a los que recién entran en este tema, a los que recién llegan a este tema, que no ignoren que hay bibliotecas inmensas dedicadas a él. No vaya a ocurrir lo que me pasó no hace mucho. Un bioquímico de muy buen nivel me vino a pedir bibliografía porque estaba interesado en estos problemas de la tecnología, y le dije: Dígame, ¿bibliografía sobre qué aspectos? Y bueno, Ud. sabe... esta cuestión de la tecnología, el desarrollo económico, si Ud. tuvieran, en fin, algo. Como diciendo dos o tres libritos. Yo verdaderamente me sentí disgustado y alarmado. Disgustado porque me pareció una falta de respeto y asustado porque me dije: ¡Diablos! Aunque estamos en 1983, hombres grandes siguen preguntando las cosas que se preguntaban sus maestros hace treinta años. La respuesta que le dí es la respuesta que hay que dar en estos casos. Le mostré, sencillamente, una parte de mi biblioteca para que viera que en materia de documentación sobre relaciones entre tecnología, desarrollo y ciencia había algo más de mil y tantos títulos, sólo en mi biblioteca particular. Entonces le dije, con bastante soltura, que eligiera lo que le gustase. El hombre se dio cuenta que él verdaderamente no había justipreciado la dimensión del problema.

La política económica es determinante de la política tecnológica

Me parece fundamental tener muy clara la conciencia de este problema. En esta relación con la estructura productiva es donde nace la necesidad de ligar la política económica. No puede haber política tecnológica a contrapelo de la política económica. Es una contradicción. Basta un solo cambio en la tarifa arancelaria de productos que se importan para que todo un desarrollo tecnológico se frustre, si este cambio de aranceles es desfavorable para la producción nacional. Por lo tanto, política económica y política tecnológica deben marchar a la par y con absoluta coherencia. Por supuesto que luego hay que establecer los vínculos entre política tecnológica y política científica, en la medida que la ciencia es contribuyente muy importante de los paquetes tenológicos. Y con la politica cultural, porque hay que tener una política de formación de cuadros para alimentar la producción y manejo de la tecnología en la sociedad.

Una vez que hayamos logrado asegurar la coherencia estaremos asegurando la existencia misma de una política tecnológica. Absolutamente inútil será declamar objetivos tecnológicos globales magníficos si la política económica implícita o explícitamente está diciendo otra cosa en la letra chica. Si está alimentando una capacidad de importación ciega de tecnología, por ejemplo, so pretexto de que nadie sabe importar mejor que el empresario que necesita la tecnología para satisfacer sus necesidades. Eso ha sido comprobado en estudios realizados en todas las sociedades, capitalistas, no capitalistas, socialistas, medio socialistas, alineados, semialineados, etc. Hay toda una bibliografía que les puede mostrar que eso es una falacia. No es cierto que la importación libre, que la importación ciega de tecnología favorezca la capacidad de desarrollo tecnológico de un país. También es cierto que no favorece la capacidad tecnológica del país una actitud negativa absoluta en materia de importación de tecnología. Se trata de ejercer, justamente, esa capacidad autónoma para constituir un paquete adecuado.

Fuentes

  • Sábato, Jorge A.; Propuesta de política y organización en ciencia y tecnología; Centro de Participación Política de la UCR, Encuentro Nacional de Ciencia, Tecnología y Desarrollo; Ciudad de Buenos Aires; 12 al 16 de octubre de 1983; pp. 39‑45.

El triángulo de Sábato

El llamado "triángulo de Sabato" es un realidad un análisis hecho conjuntamente con Natalio Botana. En el se plantea y discute detalladamente la interrelación entre el gobierno, la estructura productiva y la infraestructura científico-tecnológica. Forma parte del trabajo La ciencia y la tecnología en el desarrollo futuro de América Latina. Estudio prospectivo sobre América Latina y el orden mundial en la década de 1990 presentado en la The World Order Models Conference que se llevó a cabo en Bellagio (Italia) entre el 20 y el 25 de noviembre de 1968.

Fuentes

Fuentes generales