Este capítulo está dedicado a dilucidar las semejanzas y diferencias entre la evolución natural , que modifica los rasgos físicos de los animales , y la evolución cultural , que modifica las costumbres y el entorno artificial que las personas fabrican para adaptarse mejor al medio ambiente. Se incluyen tanto los rasgos físicos que hacen posible esa capacidad tecnológica, como los mentales.
Inicialmente señala rasgos físicos que facilitan la adaptacion de algunos animales salvajes a su medio ambiente: la gruesa lana del carnero lo protege del frío clima de las alturas; los conejos pueden excavar madrigueras subterráneas para protegerse del frío y los depredadores usando su hocico y sus patas; los leones cazan su alimento valiéndose de sus dientes y garras. Las personas prehistóricas, en cambio, se abrigaban calentaban haciendo fuego y usando abrigos de pieles o lana; construían viviendas con hachas, picos y palas; cazaban sus presas con flechas y lanzas. Childe conjetura aquí que los animales heredan, en forma de como instintos, las técnicas para cazar su presa, pero hoy se sabe que el aprendizaje también forma una parte importante (tal vez crucial) de su adquisición (véase, por ejemplo, [[Wilson SNS]]). Las personas, en cambio (más bien, en mucho mayor grado), aprenden de las enseñanzas y del ejemplo de sus mayores, pero especialmente del al tiempo que heredan el inmenso bagaje de tecnologías heredadas de sus predecesores. La diferencia fundamental es que la adquisición de los rasgos corporales depende de un proceso de selección que insume centenares de generaciones, mientras que los artefactos y las costumbres humanas pueden modificarse de modo mucho más rápido, aunque ello requiera vencer una importante resistencia mental al cambio.
[[Archivo:Mamut esbozo.jpg|300px|right|thumb|<center>'''Mamut, reducido a trazos, de una cueva prehistórica francesa.'''</center>]]
Childe profundiza entoncesilustra, mediante con un ejemplo, el proceso de selección natural. Antes de las Edades de Hielo había en Europa y Asia varias especies de elefantes, antecesores de los actuales y de piel desnuda como ellos. Al producirse la drástica disminución de temperaturas algunos elefantes desarrollaron por azar un abrigo de pelos que les permitió sobrevivir mejor al rigor del clima. No es que un día un elefante se decidió a tener pelos para estar más abrigado, sino que los que los tenían dejaron más descendencia transformándose en los mamuts que suplantaron finalmente a los elefantes de piel desnuda. La especie humana, en cambio, se adaptó mejor a esos mismos cambios climáticos mediante el uso de innovaciones técnicas que daban en herencia cultural a sus descendientes: una herencia de comportamientos adquiridos que no es genética sino cultural. La ventaja de la segunda forma de adaptación se puso en evidencia cuando la especie de los mamuts se extinguió a fines de las Edades de Hielo porque su adaptación física demasiado lenta no le permitió adaptarse al cambio de los alimentos y el aumento de las temperaturas. La especie humana, en cambio, cambió de presas y de ropas tan pronto como fue necesario. Childe enfatiza aquí un principio general descubierto por los estudiosos de los animales fósiles: en un planeta siempre cambiante el exceso de especialización es, a largo plazo, una garantía de extinción.
La gran adaptabilidad de la especie humana a medios cambiantes proviene de su sistema nervioso, en especial de su cerebro. El sistema nervioso y los órganos sensoriales proporcionan a las personas gran cantidad de [[información]] sobre su entorno. El control que el sistema nervioso tiene sobre los músculos usa esa información para actuar de modo rápido ante cualquier peligro o aprovechar en beneficio propio oportunidades favorables de alimentación o de protección. En vez de reacciones instintivas, mínimas y muy generales en nuestra especie, las personas pueden aprender y repetir comportamientos muy variados y mejor adaptados a cada situación, destrezas que mejoran mucho nuestra capacidad de supervivencia y de reproducción. Parte esencial de ese entorno artificial esta capacidad son las representaciones mentales que las personas se generan y comparten a través del lenguaje, transmitiéndola a los congéneres y a la descendencia sin necesidad de experiencias reales que pueden ser de alto costo personal, como el comportamiento ante animales salvajes peligrosos. Esto no excluye la importancia de ciertos rasgos físicos indispensables para que estos comportamientos sean posibles. El carácter bípedo liberó las manos y el pulgar oponible permitió una buena prensión, esencial para fabricar herramientas. La visión binocular de 2 ojos colocados al frente de la cabeza, en vez de ambos lados como en muchos animales, permitió la visión estereoscópica que da precisión a los desplazamientos rápidos y a los movimientos de las manos al permitir un buen cálculo de distancias. La particular conformación de su laringe habilitó la emisión de una gama de sonidos mucho más amplia que la del resto de los animales, base esencial del lenguaje hablado. La plasticidad del cráneo durante los primeros años de su vida, permite el desarrollo de un cerebro mucho más grande y aumenta la capacidad de aprendizaje. La gran importancia que el aprendizaje tiene en las personas prolonga la dependencia de los padres, la infancia, durante un tiempo mucho más largo que en los restantes animales. Esto favorece el comportamiento social, la actuación coordinada, la adquisición del lenguaje y la consecuente incorporación de experiencias ajenas y de complejas herencias culturales. Genera también una apego a la tradición que es el peor enemigo de las innovaciones, pero que no ha evitado continuos descubrimientos e inventos, frecuentemente mediante la mejora de inventos anteriores. El lenguaje también evolucionó hacia formas cada vez más abarcadoras, que Childe denomina ''pensamiento abstracto'' y corresponde a los ''procesos psicológicos superiores de [[constructivismo|Vygotsky]]. Señala, por ejemplo, que los [[aborígenes]] australianos tienen palabras diferentes para designar ''canguro macho'', ''canguro hembra'', ''canguro saltando'' y ''canguro joven'', en vez de tener un único sustantivo ''canguro'' calificado por [[rasgo]]s como ''macho'', ''hembra'', ''joven'' y [[estado]]s como ''saltando''. Esta capacidad de abstracción y especificación facilita la invención y permite crear conceptos sin contrapartida real, como el de [[número]], o designar entes invisibles a los sentidos, como la electricidad. Al final del capítulo Childe describe las tres edades clásicas de los arqueólogos: las 2 Edades de Piedra (Paleolítico y Neolítico, respectivamente), la Edad de Bronce y la Edad de Hierro. Analiza allí detalladamente como cada una de ella tiene requisitos culturales muy diferentes. En el '''Paleolítico''' las personas (Childe los denomina ''hombres'', como era la regla hasta no hace mucho tiempo):''vivían enteramente de la caza, la pesca y la recolección de granos silvestres, raíces, insectos y mariscos. Su número estuvo limitado por la provisión de alimentos ofrecida por la propia naturaleza y, en realidad, parece haber sido muy bajo.'' Durante el '''Neolítico''' se dominó el abastecimiento de alimentos mediante el cultivo de plantas y la cría de animales, pudiendose abastecer a una población mucho más numerosa y generando excedentes que iniciaron el intercambio social de bienes, el comercio. En la '''Edad del Bronce''' ya había industrias —es decir, especialización laboral— y comercio (los ingredientes del bronce, el cobre y el estaño, rara vez se encuentran juntos). Esto requería excedentes alimentarios, medios de transporte, concentración de las personas —es decir, ciudades— y buena organización social para regular y administrar todas las actividades. Una verdadera revolución cultural, la Revolución Urbana. Gracias a la abundancia de los minerales que lo contienen, durante la '''Edad del Hierro''' se fabricaron [[artefacto]]s más durables, menos costosos y más precisamente construidos que los de bronce. Los implementos de hierro permitieron abrir nuevas tierras al cultivo y facilitaron el desmonte de los bosques, generando así una nuevo explosión de población, especialmente en lugares antes inhóspitos como Escocia y Noruega.