Diferencia entre revisiones de «Los orígenes de la civilización»

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Apenas terminada la Edad de Hielo algunas comunidades humanas europeas modificaron radicalmente su forma de obtención de alimentos. En vez de sólo recolectar vegetales, comenzaron también a sembrarlos; en vez de sólo cazar animales, se dedicaron además a criarlos. Ésto les permitió, por selección de los especímenes a reproducir, mejorar sus características nutritivas y las de algunos subproductos útiles, así como facilitar su cultivo y crianza (las características seleccionadas han sido detalladamente descriptas por autores como Jared Diamond). No se sabe con certeza si la agricultura precedió a la ganadería, si fue a la inversa o ambos desarrollos se produjeron simultáneamente; probablemente el orden de aparición tuvo que ver con factores regionales, aunque en este libro se adopta la primer hipótesis. Los más importantes alimentos cultivados fueron los cereales &mdash;especialmente trigo, cebada y arroz, cuyos antepasados silvestres han sido mayoritariamente identificados (en América el cereal usado fue el maíz)&mdash; debido a la facilidad con que pueden almacenarse, el alto rendimiento en granos por unidad de superficie y el trabajo razonable necesario para obtenerlos. Al ser las tareas estacionales, dejaban además tiempo libre para otras tareas.
  
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Un importante efecto de la producción de alimentos fue el aumento de la población. La caza y la recolección tienen un límite cuantitativo que depende de la tasa natural de reposición de las plantas y animales. Cuando esta tasa se excedía las poblaciones sobrantes debían buscar nuevos territorios para satisfacer sus necesidades, lo que junto con el clina fueron las principales razones de las migraciones humanas. Otro de los efectos fue el aumento de la energía humana disponible para las tareas, en la que podían participar también los niños. Comenzaron también a proliferar asentamientos y construcciones como las tumbas construidas con grandes piedras que se encuentran en la península escandinava, Dinamarca y el norte de Alemania y Holanda. La cantidad de esqueletos encontrados en estas tumbas de la Edad Neolítica es varias centenares de veces mayor que los correspondientes a la Edad Paleolítica.
  
 
===VI. Preludio a la segunda revolución===
 
===VI. Preludio a la segunda revolución===

Revisión del 21:48 19 nov 2010

Los orígenes de la civilización es el libro de Vere Gordon Childe, publicado en 1936, donde se plantea el desarrollo prehistórico de las tecnologías como una adaptación cultural a cambiantes ambientes y conflictos sociales. En ese artículo se da un resumen de los contenidos de cada uno de los capítulos de este señero trabajo, que es a su vez un resumen de muchos otros trabajos de investigación, en especial los propios. Aunque unas pocas de sus conjeturas —él mismo aclara en el libro que muchas lo son— han sido desvirtuadas por nuevos descubrimientos, la mayor parte de su meduloso análisis aún sigue siendo válida.


Contenido

Para diferenciarlos del contenido del libro, los comentarios de los redactores se incluyen entre paréntesis.

I. Historia humana e historia natural

Childe discute inicialmente el progreso, concepto que irrumpió triunfalmente a fines del siglo XIX y que se derrumbó con las 2 guerras mundiales del siglo XX y sus catastróficas consecuencias sociales. Señala el error de confundirlo con la multiplicación de los artefactos, de los servicios y de las comodidades modernas cuando hay demasiadas personas que no gozan de sus beneficios o que sufren los perjuicios de la contaminación y de las guerras. Científicamente analizado el progreso es, a su juicio, sólo la evolución histórica de la humanidad mirada desde una perspectiva de largo plazo y planetaria, objetiva sólo si se la despoja de juicios de valor que dependan exclusivamente del punto de vista del opinante.

Señala luego cómo el aumento de información sobre el pasado ha ido ampliando la perspectiva histórica desde los 1.500 años que abarcaba la historia británica y de los 5.000 que abarca la historia de los griegos y romanos —que a él le impartieron en la escuela— hasta llegar a los 500.000 años que incluye la prehistoria de la especie humana. Se establece así un fuerte vínculo entre la visión humanista de la Historia y la visión materialista de ciencias naturales como la Biología, la Paleontología y la Geología, visión abarcadora que impregna toda la obra. Critica el concepto de Historia como

un registro de las intrigas de reyes, gobernantes, soldados y preceptores religiosos, de las guerras y persecuciones, y del desarrollo de las instituciones políticas y los sistemas eclesiásticos. (p. 14.)

En esa visión personalista la prehistoria no es historia porque no puede individualizar a sus protagonistas.

Evoca a Marx cuando insiste en la importancia fundamental de la producción y de los saberes prácticos en la generación del cambio social, visión que incluye de modo natural a la prehistoria y que convierte a la historia en historia cultural. Analiza entonces los medios que usan los historiadores prehistóricos, los arqueólogos, para sacar conclusiones en base a los restos materiales preservados hasta nuestros días: los utensilios, artefactos, armas, viviendas, el modo en que obtenían sus alimentos, monumentos. Esto requiere la combinación de ciencias como la Geología (estratos del terreno y su origen), Química (materiales y la forma en que se obtuvieron), Física (instrumentos de medición de características y procesos sufridos por los restos y la determinación de su antigüedad).

Childe considera que la 1ª etapa cultural (o de organización social) es la de los grupos familiares autosuficientes capaces de obtener por sí mismos todo lo necesario para asegurar su subsistencia y reproducción, sin que para ello sea indispensable la colaboración de otros grupos humanos (aunque haya contacto con ellos). Es la etapa de la agricultura y el transporte elemental, la huerta, los pequeños cercados, las canoas de pesca, los útiles de piedra toscamente tallados (azadas, hachas, morteros...). En esta etapa es imposible la fabricación de un útil complejo como un hacha de bronce que requiere rasgos culturales como especialización laboral y la capacidad de obtención de materias primas de regiones lejanas (medios de transporte, comercio...), rasgos que corresponden a etapas posteriores de "progreso" (véase el capítulo Escalas de tiempo).

Un concepto central de este capítulo, subyacente en todos los restantes, es el rol de la evolución cultural. Para Childe es la causa de la relativa rapidez (unas pocas generaciones) con que se producen los cambios en el modo de vida humana, en comparación con la mucho más lenta evolución física producida por la selección natural de Darwin (centenares de generaciones) (véase Teoría de la Evolución). Aparece aquí un indicador importante del éxito de una forma de vida dada: el aumento del número de personas de ese grupo, o aumento de población, directamente determinable a través de la cantidad de entierros encontrados. Ejemplifica este criterio con la Revolución Industrial, cuando se registró en Gran Bretaña una duplicación de la población en sólo 50 años, duplicación que previamente había requerido más de 2 siglos. Introduce aquí el concepto de revolución, término que aplicó en etapas como la Revolución Neolítica y la Revolución Urbana, siendo el responsable de su incorporación en las ciencias sociales[1].

II. Evolución orgánica y progreso cultural

Este capítulo está dedicado a dilucidar las semejanzas y diferencias entre la evolución natural, que modifica los rasgos físicos de los animales, y la evolución cultural, que modifica las costumbres y el entorno artificial que las personas fabrican para adaptarse mejor al medio ambiente. Se incluyen tanto los rasgos físicos que hacen posible esa capacidad tecnológica, como los mentales.

Inicialmente señala rasgos físicos que facilitan la adaptacion de algunos animales salvajes a su medio ambiente: la gruesa lana del carnero lo protege del frío clima de las alturas; los conejos pueden excavar madrigueras subterráneas para protegerse del frío y los depredadores usando su hocico y sus patas; los leones cazan su alimento valiéndose de sus dientes y garras. Las personas prehistóricas, en cambio, se calentaban haciendo fuego y usando abrigos de pieles o lana; construían viviendas con hachas, picos y palas; cazaban sus presas con flechas y lanzas. Childe conjetura aquí que los animales heredan, como instintos, las técnicas para cazar su presa, pero hoy se sabe que el aprendizaje también forma una parte importante (tal vez crucial) de su adquisición (véase, por ejemplo, Wilson SNS). Las personas, en cambio (más bien, en mucho mayor grado), aprenden de las enseñanzas y del ejemplo de sus mayores, al tiempo que heredan el inmenso bagaje de tecnologías de sus predecesores. La diferencia fundamental es que la adquisición de los rasgos corporales depende de un proceso de selección que insume centenares de generaciones, mientras que los artefactos y las costumbres humanas pueden modificarse de modo mucho más rápido, aunque ello requiera vencer una importante resistencia mental al cambio.

Mamut, reducido a trazos, de una cueva prehistórica francesa.

Childe ilustra, con un ejemplo, el proceso de selección natural. Antes de las Edades de Hielo había en Europa y Asia varias especies de elefantes, antecesores de los actuales y de piel desnuda como ellos. Al producirse la drástica disminución de temperaturas algunos elefantes desarrollaron por azar un abrigo de pelos que les permitió sobrevivir mejor al rigor del clima. No es que un día un elefante se decidió a tener pelos para estar más abrigado, sino que los que los tenían dejaron más descendencia transformándose en los mamuts que suplantaron finalmente a los elefantes de piel desnuda. La especie humana, en cambio, se adaptó mejor a esos mismos cambios climáticos mediante el uso de innovaciones técnicas que daban en herencia cultural a sus descendientes: una herencia de comportamientos adquiridos que no es genética sino cultural. La ventaja de la segunda forma de adaptación se puso en evidencia cuando la especie de los mamuts se extinguió a fines de las Edades de Hielo porque su adaptación física demasiado lenta no le permitió adaptarse al cambio de los alimentos y el aumento de las temperaturas. La especie humana, en contraposición, cambió de presas y de ropas tan pronto como fue necesario. Childe enfatiza aquí un principio general descubierto por los estudiosos de los animales fósiles: en un planeta siempre cambiante el exceso de especialización es, a largo plazo, una garantía de extinción.

La gran adaptabilidad de la especie humana a medios cambiantes proviene de su sistema nervioso, en especial de su cerebro. El sistema nervioso y los órganos sensoriales proporcionan a las personas gran cantidad de información sobre su entorno. El control que el sistema nervioso tiene sobre los músculos usa esa información para actuar de modo rápido ante cualquier peligro o aprovechar en beneficio propio oportunidades favorables de alimentación o de protección. En vez de reacciones instintivas, mínimas y muy generales en nuestra especie, las personas pueden aprender y repetir comportamientos muy variados y mejor adaptados a cada situación, destrezas que mejoran mucho nuestra capacidad de supervivencia y de reproducción. Parte esencial de esta capacidad son las representaciones mentales que se generan y comparten a través del lenguaje, transmitiéndolas a los congéneres y a la descendencia sin necesidad de experiencias reales que pueden ser de alto costo personal, como el comportamiento ante animales salvajes peligrosos. Esto no excluye la importancia de ciertos rasgos físicos indispensables para que estos comportamientos sean posibles. El carácter bípedo liberó las manos y el pulgar oponible permitió una buena prensión, esencial para fabricar herramientas. La visión binocular de 2 ojos colocados al frente de la cabeza, en vez de ambos lados como en muchos animales, permitió la visión estereoscópica que da precisión a los desplazamientos rápidos y a los movimientos de las manos al permitir un buen cálculo de distancias. La particular conformación de la laringe habilitó la emisión de una gama de sonidos mucho más amplia que la del resto de los animales, base esencial del lenguaje hablado. La plasticidad del cráneo durante los primeros años de su vida, permite el desarrollo de un cerebro mucho más grande y aumentó la capacidad de aprendizaje.

La gran importancia que el aprendizaje tiene en las personas prolonga la dependencia de los padres, la infancia, durante un tiempo mucho más largo que en los restantes animales. Esto favorece el comportamiento social, la actuación coordinada, la adquisición del lenguaje y la consecuente incorporación de experiencias ajenas y de complejas herencias culturales. Genera también una apego a la tradición que es el peor enemigo de las innovaciones, pero que no ha evitado continuos descubrimientos e inventos, frecuentemente mediante la mejora de inventos anteriores. El lenguaje también evolucionó hacia formas cada vez más abarcadoras, que Childe denomina pensamiento abstracto y corresponde a los procesos psicológicos superiores de Vygotsky. Señala, por ejemplo, que los aborígenes australianos tienen palabras diferentes para designar canguro macho, canguro hembra, canguro saltando y canguro joven, en vez de tener un único sustantivo canguro calificado por rasgos como macho, hembra, joven y estados como saltando. Esta capacidad de abstracción y especificación facilita la invención y permite crear conceptos sin contrapartida real, como el de número, o designar entes invisibles a los sentidos, como la electricidad.

Al final del capítulo Childe describe las cuatro edades clásicas de los arqueólogos: las 2 Edades de Piedra (Paleolítico y Neolítico), la Edad de Bronce y la Edad de Hierro. Analiza allí detalladamente como cada una de ella tiene requisitos culturales muy diferentes.

En el Paleolítico las personas (Childe los denomina hombres, como era la regla hasta no hace mucho tiempo)

vivían enteramente de la caza, la pesca y la recolección de granos silvestres, raíces, insectos y mariscos. Su número estuvo limitado por la provisión de alimentos ofrecida por la propia naturaleza y, en realidad, parece haber sido muy bajo.

Durante el Neolítico se dominó el abastecimiento de alimentos mediante el cultivo de plantas y la cría de animales, pudiendose abastecer a una población mucho más numerosa y generando excedentes que iniciaron el intercambio social de bienes, el comercio.

En la Edad del Bronce ya había industrias —es decir, especialización laboral— y comercio (los ingredientes del bronce, el cobre y el estaño, rara vez se encuentran juntos). Esto requería excedentes alimentarios, medios de transporte, concentración de las personas —es decir, ciudades— y buena organización social para regular y administrar todas las actividades. Una verdadera revolución cultural, la Revolución Urbana.

Gracias a la abundancia de los minerales que lo contienen, durante la Edad del Hierro se fabricaron artefactos más durables, menos costosos y más precisamente construidos que los de bronce. Los implementos de hierro permitieron abrir nuevas tierras al cultivo y facilitaron el desmonte de los bosques, generando así una nuevo explosión de población, especialmente en lugares antes inhóspitos como Escocia y Noruega.

III. Escalas de tiempo

Se discute aquí la cronología de las edades discutidas al final del capítulo precedente, comenzando con el problema de comprensión de lapsos de tiempos tan grandes como los involucrados: 340.000 años para los comienzos de la humanidad. La unidad apropiada de tiempo no es el año, ni siquiera el siglo, sino el milenio (entre 40 y 50 generaciones, según la época). Para comprender mejor la escala Childe da algunos hitos históricos y prehistóricos medidos en esa unidad respecto al presente:

  • -½ milenio: Descubrimiento de América por Colón.
  • -1 milenio: Reinado de Alfredo en Inglaterra, todavía no invadida por los normandos.
  • -2 milenios: Los tiempos de Cicerón, en Roma, cuando las Islas Británicas eran casi desconocidas por los europeos.
  • -3 milenios: No existía Roma, Grecia no se había organizado, la escritura existía sólo en Egipto y el Cercano Oriente, pero la civilización ya había madurado.
  • -5,5 milenios: En Warka, la Erech de la Biblia en la Mesopotamia asiática, ya había un gran templo.
  • Son muy anteriores las Edades del Hielo. (En la época de Childe no estaban bien datadas, pero hoy se sabe que hubo un período interglacial entre 390 y 200 milenios atrás, interrumpida por la Glaciación de Riss. Esta duró hasta 140 milenios atrás, con un nuevo período interglacial hasta 80 milenios atrás, cuando comenzó la Glaciación de Würm que se extendió hasta 8 milenios atrás. Hoy vivimos en el período interglacial que empezó entonces.)

Las edades Paleolítica, Neolítica, del Bronce y del Hierro no comenzaron y terminaron al mismo tiempo en todas partes del mundo, pero tuvieron en todas partes un orden similar de sucesión (cuando los europeos iniciaron la conquista de América, en 1492, los aborígenes sudamericanos más desarrollados, los incas, estaban en la Edad del Bronce). La etapa paleolítica fue muy prolongada en todas partes, y perdura todavía en la región ártica (con los inuits, en castellano impropiamente llamados esquimales). Los grupos humanos que iniciaron antes la Revolución Neolítica fueron los de Egipto y la Mesopotamia asiática. Cuando el capitán Cook desembarcó en Nueva Zelanda —en 1769, cuando Gran Bretaña estaba en los albores de la Revolución Industrial— sus aborígenes todavía estaban en la Edad Neolítica. Esto no significa que las personas de diferentes partes del mundo que vivían durante el Paleolítico tuvieran las mismas creencias y organización familiar y social, sólo que sus tecnologías (a veces con grandes variantes de diseño, véase ISBN 9788430660070) tenían eficacias similares.

Childe refuta aquí la generalizada creencia de que un equipamiento tecnológico simple implica una organización social o un sistema de creencias igualmente simple, dando como ejemplo a los arunta de Australia y a los bosquimanos de Sudáfrica. Las etnias más primitivas de la actualidad, aunque su equipamiento sea paleolítico, no son un fiel reflejo de los grupos paleolíticos prehistóricos.

IV. Recolectores de alimentos

Las herramientas más antiguas encontradas, cuchillos y raspadores de piedra toscamente tallada, corresponden a los comienzos del Pleistoceno, hace unos 2.600 milenios. Probablemente se usaron también otras de madera, que no se han conservado. Es presumible que los raspadores fueran usados para limpiar cueros con los que se abrigaban (se ha podido demostrar posteriormente que la deducción es correcta, véase, por ejemplo, L. H. Keely, Los usos de los intrumentos de sílex del Paleolítico, revista Investigación y Ciencia, enero de 1978, pp. 52‑60). En el transcurso del tiempo fueron mejorando tanto las técnicas para tallar las herramientas por percusión, como la selección de materiales más apropiados para fabricarlos y las formas más aptas para cada uso.

En esa misma época estos homínidos (antepasados directos o parientes cercanos de nuestra especie) ya usaban el fuego, como lo evidencian restos de fogones y huesos quemados. El fuego proporcionó calor y luz durante las frías noche, ahuyentó los animales salvajes, permitió explorar las cavernas donde se refugiaban e hizo comestibles productos que originalmente no lo eran. Fue el primer proceso químico controlado por los humanos y el que lo diferenció de modo revolucionario de otros seres vivos. Inicialmente deben haberse usado los fuegos generados naturalmente, preservandolos y propagándolos. Luego se aprendió a generarlos por percusión o fricción (ISBN 9788430660070 discute detalladamente las diferentes maneras de hacer fuego), atribuyéndoles a veces carácter sagrado, caso del fuego de Vesta en Roma. Las grandes diferencias de los métodos usados en distintos lugares sugiere que estas técnicas se desarrollaron después de que la especie humana migrara a esos sitios.

Se presume que los seres humanos más antiguos cazaban animales con trampas, recolectaban frutos silvestres, moluscos y huevos, y extraían raíces y larvas. Se cree que se abrigaban con pieles de animales. Algunos se refugiaban en cavernas, otros probablemente hacían toscas viviendas con ramas (similares a las usadas por los tehuelches de los tiempos de la conquista de América). Todo esto requería gran capaciad de observación y la adquisición y transmisión de saberes muy variados: diferenciación entre distintas partes de plantas como comestibles o venenosas, conocimiento de los hábitos y hábitats de los animales, todo en relación con diferentes épocas del año. En términos contemporáneos, su capacidad de subsistencia dependía directamente de la validez de sus saberes astronómicos, botánicos, geológicos y zoológicos; éste fue el comienzo —exclusivamente empírico— de las ciencias.

Se infiere también que, dada la pobre dotación física humana en comparación con la de la mayoría de los animales salvajes, se hizo necesaria la cooperación de muchas personas para tareas como dar caza a un mamut. Esto requería algún tipo de organización social más allá del natural grupo familiar, pero se desconocen sus detalles. En Europa, hacia fines de la última Edad del Hielo, la fabricación de útiles de pedernal constituía una verdadera industria, se encuentran mejoras significativas y variantes regionales en sus características.

Esta parte de la historia humana abarcó en Europa, el Medio Oriente, el norte de África y los valles fértiles de la India, unos 200.000 años, con rasgos principales muy similares, pero no idénticos. Los grupos humanos eran probablemente pequeños a comienzos y mediados del Pleistoceno, tal vez similares en número a los de simios actuales. Recién hace unos 50 milenios se comienza a tener información más detallada sobre algunos de ellos, los musterienses o neandertales (su exacto parentesco con nuestra especie, el Homo sapiens, todavía es motivo de debate) que habitaban cuevas en los actuales país de Francia y comunidades autónomas del norte de España. En estos grupos se encuentra por primera lo que se considera una característica exclusivamente humana, el culto a los muertos, con entierros ceremoniales. Estos neandertales se extinguieron casi simultáneamente con la aparición de los primeros humanos modernos (Homo sapiens, cuyas migraciones están comenzando a dilucidarse a través de los estudios de ADN). En el centro de Francia, entonces de clima menos inhóspito que en el resto de Eurasia, properaron las culturas auriñaciense y magdaleniense, alimentándose de los entonces numerosos mamuts, renos, bisontes, toros almizcleros, caballos y salmones. En las cavernas donde habitaban quedaron numerosos restos humanos y de sus presas, así como útiles y los residuos de su fabricación.

Aparecieron entonces las primeras máquinas, el lanzador de venablos y el arco lanzador de flechas. Hay también indicios de contactos con grupos humanos lejanos, caso de las conchas del Mediterráneo, sugerentes de alguna forma de intercambio. No hay, en cambio, evidencia de cultivo de plantas o de cría de animales. Aparecen también las primeras expresiones artísticas, pinturas hechas en paredes de cuevas y figuras talladas en marfil o modeladas en arcilla. Los ocultos lugares donde se encuentran las pinturas sugieren que tenían un propósito mágico, como facilitar la caza de los animales mediante su representación. Las pinturas son también ilustrativas de sus saberes zoológicos, caso de un bisonte cuyo corazón se exhibe traspasado por una flecha, y de la clara identificación que puede hacerse de las diferentes especies. Cuando terminó la última Edad del Hielo y desaparecieron las manadas de animales de los que se alimentaban, se produjo la decadencia de la máxima expresión europea de esta etapa, la cultura magdaleniense. La siguiente nueva etapa sería protagonizada por otros grupos asentados en otros lugares.

V. La Revolución Neolítica


Azadas neolíticas según Childe.


Apenas terminada la Edad de Hielo algunas comunidades humanas europeas modificaron radicalmente su forma de obtención de alimentos. En vez de sólo recolectar vegetales, comenzaron también a sembrarlos; en vez de sólo cazar animales, se dedicaron además a criarlos. Ésto les permitió, por selección de los especímenes a reproducir, mejorar sus características nutritivas y las de algunos subproductos útiles, así como facilitar su cultivo y crianza (las características seleccionadas han sido detalladamente descriptas por autores como Jared Diamond). No se sabe con certeza si la agricultura precedió a la ganadería, si fue a la inversa o ambos desarrollos se produjeron simultáneamente; probablemente el orden de aparición tuvo que ver con factores regionales, aunque en este libro se adopta la primer hipótesis. Los más importantes alimentos cultivados fueron los cereales —especialmente trigo, cebada y arroz, cuyos antepasados silvestres han sido mayoritariamente identificados (en América el cereal usado fue el maíz)— debido a la facilidad con que pueden almacenarse, el alto rendimiento en granos por unidad de superficie y el trabajo razonable necesario para obtenerlos. Al ser las tareas estacionales, dejaban además tiempo libre para otras tareas.

Un importante efecto de la producción de alimentos fue el aumento de la población. La caza y la recolección tienen un límite cuantitativo que depende de la tasa natural de reposición de las plantas y animales. Cuando esta tasa se excedía las poblaciones sobrantes debían buscar nuevos territorios para satisfacer sus necesidades, lo que junto con el clina fueron las principales razones de las migraciones humanas. Otro de los efectos fue el aumento de la energía humana disponible para las tareas, en la que podían participar también los niños. Comenzaron también a proliferar asentamientos y construcciones como las tumbas construidas con grandes piedras que se encuentran en la península escandinava, Dinamarca y el norte de Alemania y Holanda. La cantidad de esqueletos encontrados en estas tumbas de la Edad Neolítica es varias centenares de veces mayor que los correspondientes a la Edad Paleolítica.

VI. Preludio a la segunda revolución

VII. La Revolución Urbana

VIII: La revolución en el conocimiento humano

Nota sobre la magia, la religión y la ciencia

IX. La aceleración y la retardación del progreso

Fuentes

  • Childe, Vere Gordon Los orígenes de la civilización Edit. Fondo de Cultura Económica México 1971 (5ª reimpresión) Childe OC.