El problema de la '''objetividad''', la '''realidad''' y la '''verdad''', en sus acepciones científicas y tecnológicas, es el de la relación entre la mente humana y las cosas que hay fuera de ella, la relación entre el mundo y las ideas que nos hacemos de él. Los conceptos son considerados por muchos como pertenecientes a la Filosofía (Ontología), pasibles de discusiones académicas pero irrelevantes para el practicante de las ciencias naturales o las tecnologías y para la mayoría de las personas. Es cierto que los textos científicos y tecnológicos casi nunca discuten el tema, pero eso sólo significa que los supuestos que sus estudiosos hacen sobre ellos son implícitos en vez de ser, como es condición de cualquier [[saberes|saber racional]], explícitos. En este artículo se acomete la difícil tarea de poner en evidencia algunos de esos supuestos, aunque no necesariamente los conceptos aquí vertidos son sean simultánea o totalmente compartidos por todos los científicos y tecnólogos.
La objetividad considerada como las ideas conscientes de una persona que son independientes de sus intereses está íntimamente vinculada con el concepto de ''veracidad''. Podemos decirle a otra persona algo diferente de lo que pensamos porque de ese modo podríamos obtener de ella algo que deseamos, aunque sea inmoral hacerlo. Como nadie puede saber con total certeza lo que piensa otra persona, la objetividad de las ideas expresadas por ésta dependería de la credibilidad o buena fe que se le atribuyera. La atribución de objetividad sería en este caso sólo el reconocimiento de un ''saber autoritario'', el que se le atribuye a una persona por su reputación o estatus social. Como la historia ilustra hasta el hartazgo, las mayores autoridades civiles y religiosas — como los reyes y los papas— han mentido frecuentemente. El saber autoritario, por lo tanto, no es garantía de veracidad. (Véase también el artículo [[saberes]].)
No podemos desprendernos completamente de nuestros intereses y emociones, por lo que nuestra percepción de las cosas estará siempre teñida por nuestras emociones, tamizada por nuestras experiencias, limitada por nuestras destrezas de observación y análisis. Sin embargo, ésta no es la única limitación (tal vez ni siquiera la principal) para el logro de una mejor comprensión del mundo natural y social que nos rodea. Los investigadores del [[constructivismo]], entre los que se destacan Vygotsky y Luria, han reunido evidencias muy convincentes de que —a pesar de las tesis de Sócrates sobre el origen individual de éstos— los saberes son construcciones sociales que se generan gracias a la interacción entre personas que se comunican mutuamente experiencias mediante símbolos verbales y escritos. Sabemos "objetivamente" que el un color rojo es rojo porque todas las personas que conocemos, salvo quizás algún daltónico, lo identifican sin contradicciones entre sí. El concepto de ''objetividad'' resulta así ser equivalente al de (¿o tal vez deberíamos decir que debe ser reemplazado por el de?) ''intersubjetividad''. Es decir, se trata, hecho central para los saberes científicos, de acuerdos reflexivos, desinteresados y desapasionados sobre las características de las cosas a los que pueden arribar personas con experiencias, destrezas y capacidades de discriminación y comunicación similares pero no idénticas. No Se requiere una mínimo grado de similitud porque no es fácil, sin embargo, que concuerden entre sí un filósofo y un político, un analfabeto y una persona cultivada, un ciego y un vidente.
La manera en que se busca asegurar la objetividad puede tener consecuencias importantes sobre la calidad de la información que se brinda sobre un tema. En el caso de los estudios históricos se considera falta de objetividad la selección no explicitada de algunos aspectos del tema, debiéndose informar sobre puntos de vista alternativos al del autor. En el caso periodístico, además del obvio problema del recorte de datos inevitable en notas de longitud muy acotada, surge el problema de "no tomar partido" en temas éticos que requieren una valoración que excede la mera noticia o la contraposición de puntos de vista sobre ella[http://www.truthdig.com/report/item/the_creed_of_objectivity_killed_the_news_business_20100131/][http://www.argenpress.info/2010/02/el-criterio-de-la-objetividad-en-el.html].
Las acepciones 2, 5 y 6 corresponden a la ''veracidad'', tema ético que no se discute aquí. La 7 remite, una vez más, al concepto de ''realidad''. Las acepciones 3 y 4 —que consideran a la ''verdad'' como algo inmutable e irrefutable— corresponden a las religiones.
La acepción de verdad usado en ciencias fácticas —como la Física y la Biología— es la primera, muy diferente de la usada en la Teología. Cuando Galileo afirmó que la Tierra giraba alrededor del sol, la Inquisición lo obligó a retractarse porque la verdad enseñada por la iglesia era que el sol giraba alrededor de la Tierra, como correspondía al lugar central del hombre en el cosmos. Galileo —uno de los principales introductores del [[método experimental]] en la Física— estaba intereresado en verificar si había o no concordancia entre los movimientos elementales que podía medir en su laboratorio y los que podía extrapolar a los cuerpos celestes. Esta concordancia —deducida de lo que podía verse desde la Tierra de los movimientos del sol y los planetas— unificaba las leyes terrestres con las astronómicas de modo que en los cielos valían las mismas leyes que la Tierra. La unificación intelectual hecha por la religión seguía el camino inverso: construida la doctrina por los diversos concilios ecuménicos, en vez de limitar su rango de influencia al mundo espiritual de las normas morales y la vida que trasciende a la muerte, se quería imponer leyes también al mundo material, en vez de develarlas mediante la indagación desprejuiciada. Para Galileo las leyes de la naturaleza debían descubrirse por experimentación y satisfacer algunos principios básicos, como los de no contradicción y cuantificación. Para la iglesia estas leyes eran reveladas y no necesariamente accesibles a la comprensión humana, como es el caso del misterio de la Santísima Trinidad.
Bertolt Brecht señaló que las ciencias no buscan verdades absolutas, sino sólo acotar la perduración del error. Este limitado criterio de verdad es aplicable sólo a hechos que pueden ser definidos y cuantificados con precisión bien acotada y sobre los cuales pueden hacerse predicciones comparables con procesos registrados o con experimentos realizables en condiciones bien controladas. Las leyes así verificadas tienen un rango de validez, son "verdaderas" dentro de su rango de aplicación y falsas cuando se lo excede: es decir, no son verdades absolutas. Por ejemplo, la dinámica de Newton (las velocidades y aceleraciones resultantes de la aplicación de fuerzas a masas) es válida con error despreciable para fines prácticos en el rango de velocidades mucho menores que la de la luz. Describe bien el movimiento de automóviles y la mayoría de los movimientos astronómicos, aunque no todos. La dinámica de Einstein (la Teoría Especial de la Relatividad) describe bien los movimientos de partículas con velocidades cercanas a la de la luz y explica fenómenos como la fisión nuclear y fusión nuclear (las transformaciones de masa en energía). La dinámica de Newton es la reducción de la Teoría Especial de la Relatividad al caso de bajas velocidades, y en ese rango es "verdadera" en el sentido de que describe los hechos experimentales con precisión suficiente para las aplicaciones prácticas. Ningún ingeniero con sentido común trataría de aplicar la segunda al tránsito urbano, así como no se le ocurriría medir el ancho de una vereda al centésimo de milímetro o cronometrar una carrera de caballos con precisión de un diezmillonésimo de segundo.
===Fuentes===
* Foucault, Michel; Las Palabras y las Cosas; Siglo XXI Editores; México - España; 2008; ISBN 978-987-629-050-0.
* Luria, Alexander Románovich; ''Conciencia y lenguaje''; Pablo del Río Editor; Madrid (España); 1979.
* Popper, Karl R., Realism and the Aim of Science; Routledge; Londres (Reino Unido); 1985.
* Wittgenstein, Ludwig; Tractatus Logico-Philosophicus; Edit. Altaya; Barcelona (España); 1994; ISBN: 84-487-0156-9.
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