Positivismo en Argentina

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El positivismo es una teoría filosófica que afirma que el único saber verdadero es el científico derivado de hechos reales verificados por la experiencia. Proviene de la Epistemología desarrollada en Francia por Auguste Comte y en Inglaterra por John Stuart Mill. El positivismo fue la concepción filosófica dominante de las clases dirigentes argentinas de fines del siglo XIX y comienzos del XX.


Las tres etapas de Comte

Comte liga la emergencia de la ciencia a tres etapas del desarrollo del pensamiento humano —la teológica, la metafísica y la positiva— cuya culminación es la tercera, la etapa positiva que dio nombre a su filosofía.

Etapa teológica

La etapa teológica corresponde a la infancia de la humanidad, cuando la causa de los fenómenos naturales se atribuye a las intenciones de objetos (animismo), de varios seres sobrenaturales (religión politeísta) o de un ser único (religión monoteísta). Es la del comienzo del desarrollo del pensamiento, correspondiente al niño que al empezar a tomar conciencia de su poder atribuye lo que sucede a otros poderes superiores al suyo pero que puede convocar o persuadir (como sus padres) mediante el poder de su naciente palabra.

En el caso del animismo, toda la naturaleza se considera como un ser superior al que hay que venerar y persuadir a obrar en beneficio propio. Esta primera etapa histórica deviene luego en la personificación de las causas de los fenómenos naturales, transformándose primero en religión politeísta, con muchos dioses, y finalmente en monoteísta, con un único Dios.

Etapa metafísica

La etapa metafísica, correspondiente a la adolescencia del pensamiento humano, es aquella en que los agentes sobrenaturales son reemplazados por poderes abstractos como:

Aunque esta etapa es un avance respecto del pensamiento antropomórfico de la teológica, subordina el pensamiento a conceptos abstractos presuntamente universales. El mundo se explica entonces como consecuencia de estos principios abstractos en base a razonamientos que los consideran como fundamentos ciertos e irrefutables. Las palabras, meros símbolos sin existencia independiente, sirven entonces como explicación de la realidad.

La etapa positiva

En la etapa positiva la mente humana abandona la búsqueda de la causa primera de las cosas, limitándose a buscar las leyes de su aparición y comportamiento. El "espíritu positivo" se basa en la formulación de hipótesis y en su verificación experimental, comparando los modelos mentales con la realidad y abandonándolos cuando no se corresponden con ella.

Fuentes

El positivismo en Argentina

La mayoría de los intelectuales argentinos de la última mitad del siglo XIX adhirieron al positivismo de Augusto Comte. El núcleo central de sus ideas fue la creencia en la posibilidad de un progreso material y moral ilimitado llevado a cabo por una minoría ilustrada a pesar (o aún en contra) de los deseos de las masas ignorantes y supuestamente en su beneficio. Los medios para llevar a cabo el proyecto eran las ciencias que permitirían la comprensión de los problemas, las tecnologías que los resolverían y las leyes que asegurarían la concurrencia de los esfuerzos y la convivencia pacífica de todos los habitantes. Esta utopía racionalista fue la consecuencia natural del triunfal avance de la Revolución Industrial europea y de su contraposición con el irracionalismo rampante en el país durante el segundo cuarto del siglo XIX.

En contraposición con esta utopía racional, en su libro Apologías y rechazos, el escritorErnesto Sábato afirma:

Más que una filosofía, el positivismo constituyó en nuestro continente una calamidad, pues ni siquiera alcanzó en general el nivel comtiano: casi siempre fue mero cientificismo y materialismo primario. Hacia fines de siglo la ciencia reinaba soberanamente, sin siquiera las dudas epistemológicas que aparecerían algunas décadas más tarde. Se descubrirían los rayos X, la radiactividad, las ondas hertzianas. El misterio de esas radiaciones invisibles, ahora reveladas y dominadas por el hombre, parecían mostrar que pronto todos los misterios serían revelados; poniéndose en el mismo plano de calidad el enigma del alma y el de la telegrafía sin hilos. Todo lo que estaba más allá de los hechos controlables y medibles era Metafísica, y como lo incontrolable por la ciencia no existía, la Metafísica era puro charlatanismo. El espíritu era una manifestación de la materia, del mismo modo que las ondas hertzianas. El alma, con otros entes semejantes, fue desterrada al Museo de las Supersticiones.
El profesor Ricardo Gans, contratado por la Universidad de la Plata para dirigir su Instituto de Física, explicaba a sus alumnos (Ramón) Loyarte e (Teófilo) Isnardi el problema de la filosofía mediante este apólogo: En el comienzo de los tiempos todos los conocimientos estaban en un gran tonel. Vino un día alguien, puso la mano y sacó la Matemática; otro día alguien extrajo la Física; más tarde se extrajeron la Geografía, la Zoología, la Botánica y así durante un tiempo. Hasta que llegó quien, metiendo la mano, la movió en todas direcciones sin encontrar nada más. Eso que extrajo era la Filosofía. Siendo alumno de la facultad oí esa idea transmitida por uno de sus discípulos, lo que revela que todavía en 1930 dominaba la mentalidad positivista, por lo menos en las facultades de ciencias. Creo no exagerar si digo que esa mentalidad sigue dominando subrepticia o abiertamente en la inmensa mayoría de nuestros hombres de ciencia y en buena parte de los profesores que se titulan progresistas. Ahora no están respaldados por ranas de Galvani y modestas pilas de Volta, sino por neutrones y bombas atómicas. Pero aunque el respaldo es más espectacular, filosóficamente sigue siendo tan débil como en 1900.
La difusión del positivismo en América Latina tiene su explicación. Estos países, que salían apenas de sus guerras civiles, estaban necesitados de una filosofía de la acción concreta, de un pensamiento que promoviera el progreso y la educación popular. El fenómeno es bien visible en la Argentina, a partir de la caída de Rosas: Alejandro Korn (uno de los pensadores que inició la lucha contra el positivismo en nuestro país, y al que con la sola disculpa de la pasión política ataqué injustamente cuando yo era un estudiante marxista) sostiene que la obra civilizadora de Sarmiento y Alberdi era positivismo en acción. Aquellos hombres, después del ocaso del romanticismo se entregaron, en buena medida forzados por las circunstancias, a ese pensamiento tan unido al progreso técnico que el país necesitaba con urgencia. Esa filosofía, que estaba en el aire y era más bien un Zeitgeist que una Weltanschauung era el pensamiento de una clase dirigente progresista, liberal y laica; pues la Colonia, de la que querían sacudirse definitivamente, estaba para ellos vinculada a la religión, al atraso y a la "Metafísica". Y en esta posición dialéctica se echan de ver ya todas las virtudes y todos los defectos que un día harían necesaria la reacción antipositivista.
Pues si es verdad que la nación necesitaba progreso y educación, es un grueso paralogismo imaginar que sólo podían alcanzarse mediante aquel tipo de pensamiento; pensamiento que, llevado a sus últimas instancias, promovía un nuevo dogmatismo, más precario que el anterior y filosóficamente más superficial. Como se pudo ver cuando el tiempo redujo al absurdo sus postulados y cuando un hombre como Ingenieros se convirtió en el dechado de la ilustración argentina. Y si Paulsen pudo decir que Enigmas del Universo, de Haeckel, era una ofensa para el pueblo que había producido un Kant o un Schopenhauer, nosotros podemos afirmar que por lo menos resultó muy triste ofrecer como paradigma de nuestra cultura las obras de este epígono de Haeckel. Para Ingenieros, la lógica y la moral, la estética y la sociología, el derecho y la teología, eran simples productos de la psicología humana; y esto, a su vez, simple producto de la anatomía y la fisiología cerebral. De semejante manera, todo quedaba reducido a un monismo zoológico.
Del daño espiritual que aquella mentalidad significó, dan cuenta los textos de enseñanza que se utilizaron durante décadas (y que en muchas partes todavía se siguen usando); aquella mentalidad que desde Paraná irradió el país entero a través de miles de maestras y profesores normalistas. Alejandro Korn nos dice que el Instituto de Paraná produjo la emancipación del chato dogmatismo de sacristía. Afirmación en que hay algo cierto: la chatura de ese dogmatismo de sacristía. Lo que no dice es que fue suplantado por otro dogmatismo de signo contrario, tan chato y burdo como el anterior. Un dogmatismo que aún hoy impide a miles de estudiantes acceder con el espíritu abierto a las más altas filosofías contemporáneas. Si en aquel colegio modelo que fue en un tiempo el Colegio Nacional de La Plata, tuvimos que sobrellevar a un profesor de Psicología que nos dedicaba la casi totalidad de su tiempo a enseñarnos la anatomía del cerebro, puede imaginarse lo que ha sucedido en escuelas filosóficamente más desamparadas.

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