Neoliberalismo en Argentina

La enciclopedia de ciencias y tecnologías en Argentina

El neoliberalismo no es una teoría económica, sino una política económica cuyas pautas fueron explicitadas por el denominado Consenso de Washington. En este artículo se da una introducción al concepto y se señalan los rasgos principales de las políticas neoliberales aplicadas en Argentina por el presidente Carlos Saúl Menem.


Historia

No se puede dar una definición estática de neoliberalismo debido a que su significado ha ido cambiando en el transcurso del tiempo y no es idéntico en todos los países del planeta. Es necesario, por ello, señalar los cambios de significado que han culminado en su uso a comienzos del siglo XXI, y el uso particular que del término se hace en Argentina. Las pesquisas realizadas sobre el tema por Enrique Guersi revelan que la palabra fue usada por primera vez, aunque de manera asistemática, por destacados economistas liberales, entre los que se cuentan:

  • Ludwig von Mises en la edición inglesa de 1927 de su libro Liberalismus usa el término neoliberalism para traducir lo que en idioma alemán von Mises denominó neuen Liberalismus (nuevo liberalismo) y lo aplica a los socialistas que se hacen pasar por liberales (término que después reemplazó por seudoliberales. En su posterior libro, Socialismo, lo aplica, en cambio, a los liberales partidarios de la entonces nueva teoría subjetiva del valor, como Carl Menger.
  • Louis Baudin, en su obra de 1953 L'aube d'un nouveau libéralisme (El alba de un nuevo liberalismo), relata que el término neoliberalismo fue deliberadamente acuñado y usado para su posterior difusión en el coloquio de destacados pensadores liberales realizado en París en agosto de 1938, cuando ya se anunciaba la inevitabilidad de la Segunda Guerra Mundial. Su objetivo fue diferenciarse del entonces desacreditado liberalismo político, al que se atribuía una importante responsabilidad por haber llegado a ese callejón sin salida. Participaron en el coloquio destacados líderes de opinión del movimiento liberal como Friedrich Hayek, Ludwig von Mises, Jacques Rueff, Alexander Rüstow, Wilhelm Röpke, Detauoff, John Bell Condliffe, Michael Polanyi y el propio Baudin.
  • Edgar Nawroth, en su libro Die Sozial-und Wirtschaftsphilosophie des Neoliberalismus (1961), califica como neoliberales a los partidarios de la Escuela de Friburgo y de la Escuela de Múnich, destacando las contribuciones de Wilhelm Röpke y de Alexander Rüstow.
  • Economistas del Centro de Investigación para la Comparación de Sistemas de Dirección Económica de la Universidad de Marburgo definieron al neoliberalismo como Un concepto global bajo el que se incluyen los programas de la renovación de la mentalidad liberal clásica, cuyas concepciones básicas del orden están marcadas por una inequívoca renuncia a las ideas genéricas del «laissez faire» y por un rechazo total a los sistemas totalitarios. Entre los rasgos esenciales del neoliberalismo incluyen la garantía legal de la libre competencia y la convicción de que al libre mercado deben agregarse otras consideraciones sociales.
  • Alfred Müller-Armack, uno de los teóricos de la Economía Social de Mercado, acusa a los neoliberales (que no identifica con precisión) de no haber prestado la debida atención a los problemas sociales y sociológicos (Alfred Müller-Armack, Economía dirigida y economía de mercado, 1963, p. 226). De su obra surgen como posturas extremas el liberalismo tradicional o paleoliberalismo, el neoliberalismo que se le opone, y la intermedia Economía Social de Mercado.
  • En Latinoamérica el término suele usarse por sus detractores para hacer referencia al conjunto de políticas recomendadas en la década de 1990 por el Consenso de Washington, a las que consideran responsables de los problemas sociales de años posteriores a su aplicación, poniendo como ejemplo la crisis argentina del 2001.
  • En la última década del siglo XX y la primera del siglo XXI, el término ha sido crecientemente usado con carácter peyorativo. El escritor argentino Mario Elgue, por ejemplo, afirma (Elgue, p. 47): Ya no quedan dudas de que el modelo neoliberal es incapaz de dar respuesta a los principales problemas que siguen aquejando a la sociedad: altos índices de desempleo, trabajo en negro, pobreza y exclusión social. Su debacle fue el resultado de la aplicación de las políticas del «derrame», según las cuales bastaba con el crecimiento de los grandes grupos concentrados ya que estos últimos difundirían los beneficios hacia el resto de la sociedad productiva y laboral. Pues bien, ahora está claro que este «goteo» no llegó; que no hubo un correlato distributivo y de cohesión de la base social.

En consecuencia, y como es también usual con las diferentes acepciones del término liberal, no se puede hablar de una definición universalmente aceptada, uniforme en el espacio y constante en el tiempo, sino sólo de usos del término neoliberalismo en diferentes circunstancias.

Consenso de Washington

Se denomina Consenso de Washington a un conjunto de medidas y políticas económicas que fueron impulsadas o impuestas a los países del Tercer Mundo por los países centrales (en particular EEUU) a través de organismos financieros internacionales como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM). El término fue acuñado en 1989 por el economista estadounidense John Williamson en la ponencia What Washington Means by Policy Reform (Qué es la Reforma de Políticas para Washington) presentada en un congreso del Institute for International Economics, al que pertenece. Según el propio Williamson, las 10 políticas y medidas listadas fueron las que en ese momento eran mayoritariamente aceptadas por las instituciones económicas con sede en Washington —la Reserva Federal de EEUU, el FMI, el BM y algunos think tanks económicos— como indispensables para ordenar las economías latinoamericanas, aunque no necesariamente concordantes con sus propias ideas. Reexpresadas en términos más familiares a los argentinos, las medidas/políticas impulsadas son las siguientes:[1]

  1. Limitación del déficit fiscal para que evitar su financiación con "impuesto" inflacionario.
  2. Reorientación de las prioridades del gasto público de las áreas clientelistas hacia las de crecimiento económico e infraestructura.
  3. Aumento de impuestos de recaudación segura como el IVA, eliminando excepciones como alimentos y medicinas.
  4. Liberación de las tasas de interés para que sean fijadas por el mercado.
  5. Unificación de la tasa de cambio, eliminando distorsiones como las retenciones.
  6. Eliminación progresiva de trabas a las importaciones, reduciendo los aranceles a valores comunes mínimos.
  7. Favorecimiento de las inversiones extranjeras directas eliminando limitaciones al giro de ganancias y de la repatriación de capitales.
  8. Privatización de las empresas estatales de producción de bienes y servicios.
  9. Desregulación de las actividades de todo tipo para favorecer la libre competencia.
  10. Garantía de los derechos de propiedad privada.

El listado fue posteriormente modificado pero sin afectar su resultado principal: el aumento de ganancias de grandes empresas de países centrales a costa de problemas sociales y ambientales en los países periféricos donde operaban. Uno de los países que más acabadamente aplicó las propuestas fue Argentina bajo la presidencia de Carlos Saúl Menem con el catastrófico resultado de la crisis de diciembre de 2001. Algunos economistas señalan que Chile también lo hizo bajo la dictadura de Pinochet, pero que los resultados fueron allí totalmente diferentes. Sin embargo, los países periféricos que más crecieron desde entonces hasta hoy son China e India, que aplicaron en muchos aspectos políticas radicalmente opuestas a las del Consenso de Washington.

Dos de los mayores críticos del Consenso de Washington son el economista Joseph Stiglitz y la escritora Naomi Klein. Stiglitz, Premio "Nobel" de Economía en 2001, y economista principal y vicepresidente del Banco Mundial (1997-2000), señala los errores cometidos por los organismos internacionales en su libro El malestar en la globalización y trabajos posteriores[2], pero los atribuye a errores de juicio, no a malas intenciones. Klein, en La doctrina del shock, multiplica ejemplos para abonar su tesis de una deliberada conspiración para saquear los recursos más valiosos de los países afectados.

Neoliberalismo en Argentina

En el período 1975-2001 se revirtieron totalmente las políticas del Estado de Bienestar de pleno empleo, alta participación del salario en el Producto Bruto Interno (PBI) y servicios sociales subsidiados, así como las de industrialización autosuficiente y protegida (que había llegado ya al límite de sus posibilidades). El proceso empezó en 1975 con el Rodrigazo que anticipó las medidas de José Alfredo Martínez de Hoz, Ministro de Economía (1976-1980) del Proceso de Reorganización Nacional (1976-1983), medidas aplicadas con un rigor sólo viable por la implantación del terrorismo de estado.

Los sucesos del período reflejaron cabalmente los del resto del planeta. La formación de la Organización de Países Productores de Petroleo (OPEP) y el subsecuente encarecimiento del petróleo en 1973 generó abundantes petrodólares y la gran expansión de actividades financieras al Tercer Mundo por la deslumbrante oferta de créditos (sólo inicialmente) a muy bajas tasas de interés. El aplaudido desmantelamiento impune del Estado de Bienestar hechos por la Primer Ministro Margaret Thatcher (Reino Unido) y el Presidente Ronald Reagan (EEUU) y luego formalizadas en el Consenso de Washington (1989), promovió por "efecto demostración" el auge internacional de las políticas neoliberales. La reunificación de Alemania (1990) y el colapso de la Unión Soviética (1991) estimularon un triunfalismo capitalista uno de cuyos voceros intelectuales fue Francis Fukuyama con su declamado Fin de la Historia. El aceleramiento de los desarrollos tecnológicos productivos y su integración en procesos cada vez más eficientes, complejos y piramidales (tecnologías basadas en otras tecnologías, a su vez basadas en otras tecnologías, y así sucesivamente) crearon gran demanda de capitales cada vez mayores y más concentrados por necesidades organizativas. Los formadores de opinión construyeron el conveniente mito de la imposibilidad de desarrollo tecnológico sin aporte de capitales extranjeros. Entre 2001 y 2002 salieron legalmente de Argentina unos 26.000 millones de dólares. Si el gran ingreso de capitales del período —ensalzado en su momento como un gran éxito— hubiera estado mayoritariamente aplicado a la actualización industrial, no habría sido posible su masivo éxodo del 2001 con su nefasto saldo social: las construcciones no se fugan y las máquinas sólo lo hacen si sus tecnologías son competitivas.

Los marginados pobladores rurales trataron de mejorar sus condiciones de vida instalándose precariamente en la periferia de las grandes ciudades (villas miseria) para trabajar como obreros no calificados. El porcentaje de habitantes rurales disminuyó del 40% en 1930, al 19% en 1975 y al 10% en 2000. Aunque encontraron allí pocos de los servicios públicos básicos (calles pavimentadas, gas natural, cloacas, electricidad, agua corriente), tuvieron mayor accceso a los cruciales puestos de trabajo y a las tecnologías de la salud y la enseñanza. Los 800.000 desocupados de 1990 crecieron a más de 2 millones en 2001, y en 2002 tocaron los 6 millones. A precios constantes, el PBI de 2001 fue similar al de 1975, pero hubo una masiva transferencia de ingresos de los más pobres a los más ricos (Efecto Dooh Nibor, Robin Hood al revés). En 1990 el 10% más rico de la población tenía ingresos 15 veces superiores al del 10% más pobre; en 1999 el factor había aumentado a 24 y después fue aún mayor. En 1975 el porcentaje de la población incapaz de satisfacer de modo mínimo la totalidad de sus necesidades básicas (técnicamente denominados pobres) era el 5%; en 2001 fue el 35% y llegó a superar el 50% en 2003. En 1975 el porcentaje de la población con ingresos insuficientes para satisfacer al mínimo sólo sus necesidades alimentarias (técnicamente denominados indigentes, los que están en inminente riesgo de muerte por inanición) era el 2%; en 2001 llegó al 12% y en 2003 rozó el 25%. El salario real disminuyó durante el período alrededor del 40%. La productividad industrial (la relación entre la cantidad de producto fabricado y su costo en mano de obra) aumentó alrededor del 40%, hecho aparentemente virtuoso. La mejora de productividad no provino de una mayor eficiencia del trabajo obrero, sino del recorte de sus salarios, de las horas extras impagas y del reemplazo de mano de obra por maquinarias. La única virtud del aumento de productividad, la baja de precios, no se dió. En esas condiciones era imposible la subsistencia de una industria que hasta entonces estaba mayoritariamente orientada a un mercado interno cuyo poder adquisitivo se esfumaba rápidamente.

En 1975 la industria brindó el 35% de los puestos de trabajo, en 2001 el 16%. En 1976 comenzó la disminución de la protección arancelaria (salvo para la industria automotriz) protección que fue casi anulada de modo indiscriminado por la gestión Menem en la década de 1990, produciéndose un aluvión de productos importados de calidad "Todo por $2". Un importante industrial argentino (Eduardo Bakchellián) —cuyas fábricas de calzado deportivo distribuidas por todo el país daban tasas de ganancias del 5 al 10% y trabajo a unas 30.000 personas— señaló en la época que con esas políticas menos de 100 personas dedicadas a importar productos fabricados en países con mano de obra mal paga podían fácilmente obtener ganancias del 30 al 40%, dejando sin ingresos a la población de 15 Islas Malvinas. No hubo desindustrialización salvo al final del período (del 10%), ya que la producción industrial siguió creciendo en términos reales hasta 1998. Lo que cambió radicalmente fueron sus características.

Hubo un masivo y acelerado proceso de redistribución de actividades. Desapareció una enorme cantidad de pequeñas empresas de alta ocupación de mano de obra y aumentó el tamaño de los grandes concentrados industriales de menor ocupación de mano de obra, fenómeno que en el expendio de alimentos se expresó por la proliferación de supermercados. Las empresas oligopólicas, cuyas prácticas no fueron casi controladas por los gobiernos, duplicaron su participación en el producto bruto industrial. Disminuyó grandemente la variedad de las manufacturas argentinas y la producción se volcó a productos exportables de escaso nivel de elaboración y bajo valor agregado. La industria textil y la metal-mecánica liviana, grandes demandantes de mano de obra, fueron las que más se redujeron. La producción industrial se concentró: en 2001 el 2% de las mayores empresas (extracción de petróleo, siderurgia, petroquímica, cemento y alimentos) generaba el 60% del valor de producción y las más altas tasas de ganancias. En 1998 el 47% de las 322 mayores empresas del país estaban controladas por capitales extranjeros. Estas empresas "extranjeras" generaban el 61% de la producción industrial, el 66% de las exportaciones y el 73% de las importaciones y recaudaban el 70% de las ganancias. Aportaban el 48% de la ocupación de mano de obra y sólo el 17% del saldo positivo de la balanza comercial, dato este último indicativo de la intensa remisión de ganancias al exterior.

En la época del peso barato los inversores extranjeros no crearon nuevas industrias, compraron las existentes. Se arrendaron o vendieron los más valiosos bienes del Estado a una fracción de su valor real, alegando disminuir una deuda externa que pasó de 7.900 millones de dólares en 1975, a 150.000 millones de dólares en 2001. Se privatizó una de las más grandes empresas mundiales del rubro petrolífero, Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF), que había hecho la mayor parte de la exploración de cuencas y la más grande red nacional de surtidores de nafta, viabilizando en su época el transporte automotor hasta en el último rincón del territorio. Se alegaba la incapacidad del Estado de administrar bien empresas y la falta de recursos para actualizar su infraestructura, pero no fue necesariamente así. Mientras la telefónica estatal ENTEL no había actualizado sus tecnologías ni satisfecho las enormes demandas de conexiones, Gas del Estado había canalizado con grandes gasoductos el gas hasta entonces desperdiciado de los yacimientos. El gasoducto Comodoro Rivadavia - Buenos Aires fue en su momento el más largo del mundo, superando barreras tecnológicas que grandes países productores de petróleo consideraron entonces insalvables. El déficit de YPF se debió a los valores subsidiados de las naftas, valores que se actualizaron justo antes de su privatización. Entre 1998 y 2000 Repsol-YPF extrajo el barril de petróleo argentino a un costo inferior a 3 dólares y lo vendió al precio internacional de 20 a 30 dólares. La mayoría de las empresas privatizadas hicieron sólo, y a veces ni siquiera, las inversiones indispensables para el mantenimiento de sus servicios y frecuentemente no pagaron sus cánones. Entre 1993 y 2001 la tasa anual promedio de ganancias de las empresas privatizadas —que gozaron del insólito privilegio de reajustar sus tarifas por la inflación de EEUU— fue del 10%, mientras que la del resto de las empresas fue del 1%.

La ganadería se hizo comparativamente menos rentable y su producción disminuyó a pesar de los nuevos mercados abiertos por la crisis europea de la vaca loca y la erradicación nacional de la aftosa. El 80% de los productores de algodón del Chaco y Formosa eran minifundistas sin capital ni actualización tecnológica, y aunque el reemplazo de los braceros por cosechadoras mecánicas bajó a menos de la mitad el costo de recolección, su producción de algodón disminuyó de 130.000 toneladas en 1990 a 80.000 toneladas en 1999. El 91% de los fruticultores de Río Negro tenía menos de 25 hectáreas, un porcentaje elevado de su fruta era de baja calidad y debía ser transformada en jugos, la mayoría de las plantaciones necesitaban reconversión, mejores empaques y facilidades de almacenamiento. Salvo el asesoramiento del INTA, no hubo políticas sistemáticas de actualización tecnológica de los pequeños agricultores, y la labor de las cooperativas se vió casi imposibilitada por las altísimas tasas de interés de créditos que eran "salvavidas de plomo". Sin embargo, en la época surgió un producto que se expandió de modo fulminante ampliando las fronteras agrícolas hasta los mismos pies de la cordillera; que usaba y usa las más avanzadas tecnologías; cuya tasa de ganancias casi duplica la del trigo, el maíz y el girasol; producto que se convirtió en la estrella mayor del firmamento rural argentino. La soja nos recolocó entre los primeros productores agricolas y protagonizó el mayor experimento genético del planeta. Aunque en 2001 el producto total agropecuario era sólo el 6% del PBI, el rubro fue y sigue siendo hoy la más importante contribución a la balanza de pagos.

Se "primarizó" y extranjerizó la industria, logrando una mayor inserción en el esquema internacional de división del trabajo, donde al Tercer Mundo le toca proveer productos primarios y mano de obra barata y costear su deterioro social y ambiental. Se exportaron los alimentos que le faltaban a los más pobres, y se importaron abundantes productos (como los electrónicos de última generación) para los más ricos, algunos de ellos sin pagar siquiera derechos de aduana (como el whisky y las joyas). La cuantiosa inversión tecnológica hecha durante el período no mejoró la satisfacción de las necesidades básicas de las mayorías, enriqueció mucho a unas pocas empresas, la mayoría extranjeras, a costa del resto del país.

Fuentes

  • Elgue, Mario; La Economía social; Editorial Capital Intelectual; Buenos Aires; 2007.
  • Guersi, Enrique; El mito del neoliberalismo.
  • Klein, Noemi; La doctrina del shock. El auge del capitalismo del desastre; Edit. Paidós; Buenos Aires; 2007; ISBN 978-950-12-6451-7.
  • Solivérez, Carlos E.; El fenómeno tecnológico argentino (6ª parte). 1975-2001: tecnologías para el lucro; diario Río Negro del 15 de mayo de 2006.
  • Stiglitz, Joseph E.; El malestar en la globalización; Editorial Taurus; Madrid (España);, 2002. Analiza detalladamente los problemas que la aplicación de las políticas neoliberales del Fondo Monetario Internacional creó en diversos países.
  • Vernochet, Jean-Michel; €uro: la hipótesis de lo peor.
  • Wallerstein, Immanuel; La crisis estructural del capitalismo; Editorial Contrahistorias; México; 2005. Discusión general de los problemas actuales del capitalismo.
  • Wallerstein, Immanuel; La decadencia del poder estadounidense; Editorial Capital Intelectual; Buenos Aires; 2006. Los problemas del neoliberalismo analizados en conexión con su principal impulsor en el mundo, los EEUU.