España en tiempos de la conquista de América

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No se puede comprender bien el proceso de conquista y colonización en el actual territorio argentino, así como la cultura argentina, sin conocer como era España en tiempos de la conquista de América, tema de este artículo.


Organización política y militar de los reinos

Reinos de España a comienzos del siglo XVI.

En el momento en que "descubrió" América (véase el artículo Día de la Raza) lo que hoy se llama España no existía como nación en el sentido moderno del término, sino como una débil alianza de cinco mal integrados reinos: Aragón, Castilla y León, Cataluña, Navarra y Valencia, cuyos territorios aproximados se muestran en el mapa adjunto (basado en Elliott, p. 10). El monarca del reino de Aragón gobernaba, a través de virreyes, a los dominios institucionalmente autónomos de Cataluña y Valencia. Navarra, inicialmente también un reino independiente, fue incorporado a la corona de Castilla en 1515. El reino de Castilla y León, que cubría unos dos tercios del actual territorio español, abarcaba las regiones de Andalucía, Asturias, Castilla la Nueva, Castilla la Vieja, Extremadura, Galicia, León y Murcia, la mayoría de ellos recientemente reconquistados de los moros. Castilla era el reino más poblado, unas 6 millones de personas contra menos de 1 millón para el de Aragón.

No existía todavía el concepto moderno de Estado y los reyes, en particular los autoritarios reyes castellanos, consideraban que los territorios y habitantes de sus dominios eran sus posesiones personales. Ésto se ponía claramente en evidencia en las subdivisiones que hacían de sus reinos para darlos en herencia a sus hijos. El uso de lo que hoy se llama la cosa pública en beneficio exclusivamente personal, fue uno de los conceptos de que estaban imbuidos los conquistadores castellanos y perdura en Argentina hasta nuestros días. Por otra parte, tampoco hay evidencias de que los grandes imperios americanos, los mayas, aztecas e incas, hayan tenido concepciones diferentes. La América cuya conquista inició Colón (en esa época denominadas Las Indias) era una posesión personal de los reyes de Castilla y en tiempos de la conquista no tenían acceso a ella los vasallos de otros reinos, ni siquiera los aliados a Castilla.

Las colonias americanas fueron posesión personal de Isabel de Castilla, quien había autorizado y financiado las operaciones de conquista. Como Isabel quería favorecer los intereses de sus vasallos directos, los castellanos y leoneses, ellos fueron durante mucho tiempo los únicos que pudieron instalarse allí y comerciar con ellas. Así, el testamento de Isabel consigna que al haber sido las Indias conquistadas

a costa de estos mis reinos y con los naturales de ellos, es razón que el trato y negocio de ellas se haga y trate y negocie destos mis reinos de Castilla y León.

Sin embargo, debido a la influencia de su esposo Fernando, rey de Aragón, las instituciones y la legislación de Indias no fueron exclusivamente de origen castellano, sino tuvieron una fuerte impronta aragonesa y catalana.

Isabel La Católica, en 1482.

El casamiento de Isabel y Fernando a mediados del siglo XV había unificado sus reinos para sus descendientes, pero cada uno de ellos seguía rigiendo el suyo del modo habitual. Resultó así que los habitantes de diferentes regiones vivían bajo normas frecuentemente muy diferentes. Tampoco había unidad de las políticas exteriores, rasgo de los estados modernos inexistente en esa época. El gran mérito político de Isabel y de Fernando, fruto de 30 años de denodados esfuerzos, es haber doblegado el poder de la gran nobleza y sentado las bases para la constitución de la nación española. Sin embargo, no quisieron o no pudieron unificar la enorme y contradictoria variedad de instituciones y prácticas existentes en las muy heterogéneas regiones de sus reinos.

La organización política de Castilla tenía como basamento el gobierno de las ciudades, o poblaciones reconocidas como tales, por un Concejo Municipal integrado por los cabeza de familia (denominados vecinos) y administrado por funcionarios municipales. Éstos eran uno o más alcaldes, que ejercían funciones judiciales, varios regidores que desempeñaban tareas administrativas y una variedad de funcionarios menores tales como los alguaciles y los escribientes. La ciudad de Burgos, frecuentemente tomada como modelo de organización municipal, tenía 6 alcaldes y 16 regidores. Aunque originariamente los alcaldes y regidores debían ser nombrados y reemplazados por el Concejo Municipal, en la práctica los cargos (denominados oficios), desempeñados por la pequeña nobleza (véase más adelante), eran vitalicios por herencia o por compra. En las poblaciones bajo jurisdicción de señores feudales, las villas de señorío, originariamente los funciones municipales eran designados por éstos; posteriormente, para disminuir el poder feudal, se concedió a los concejos la autoridad de designarlos, sujeta a la confirmación del monarca. El monarca designaba directamente a 1 o más corregidores que no eran vecinos de la ciudad y ejercían funciones administrativas, judiciales y de contralor. Cuando cesaban en el cargo los corregidores debían rendir cuentas de su actuación en juicios de residencia.

Los tribunales superiores de Castilla eran las chancillerías o audiencias (nombre que tomaron en América), integradas por oidores o jueces. La máxima institución de gobierno, sólo por debajo del rey, era la Corte de Castilla, integrada por representantes de la gran nobleza, el clero y procuradores que representaban a las ciudades reconocidas (18 a comienzos del siglo XV). Las apelaciones a todas las medidas dispuestas por concejos municipales o tribunales de cualquier tipo debían presentarse a la Corte. El soberano de Castilla tenía la obligación de convocar periódicamente a la Corte, pero podía tomar medidas legislativas y administrativas por real decreto sin consultarla, a diferencia de lo que sucedía en Aragón. Aunque no fue ejercida de esa manera por Isabel, Castilla era una monarquía absoluta.

El rey Fernando de Aragón colaboraba activamente con su esposa Isabel en el gobierno de Castilla, ejerciendo entre otras responsabilidad el manejo de las relaciones exteriores de todos los reinos. Como además de rey de Aragón lo era también de Cataluña y Valencia, sus tareas le impedían estar en todos sus dominios el tiempo necesario para ejercer debidamente una conducción tan unipersonal como la monarquía. Esto fue resuelto con la institución catalano-aragonesa del virreinato. A diferencia del posterior virrey colonial, el peninsular tenía todas las atribuciones del verdadero rey. Cuando la conquista de América agregó dos nuevos virreinatos, los de Nueva España y el Perú, Fernando de Aragón participó activamente en la elaboración de la nueva legislación que allí se puso en práctica, incorporándoles varias de las instituciones aragonesas y catalanas. A pesar de que en teoría los aborígenes americanos eran súbditos con plenos derechos, en la práctica los monarcas españoles se reservaron el total poder de decisión en sus asuntos. El resultado fue un desordenado transplante de normas e instituciones peninsulares que, sólo en apariencia, habían resuelto problemas similares a los americanos. Las normas eran absurdas para los aborígenes, como las que regían el derecho de propiedad, pero también para los españoles provenientes de regiones diferentes a las de origen de las normas.

El resultado fue que España dejó a sus colonias americanas una frondosa herencia legislativa de dudoso valor práctico, así como una gran burocracia y mucha confusión o impotencia administrativa originada en la frecuente superposición de jurisdicciones y funciones. Esto generó innumerables oportunidades de corrupción a las que se sumó la heredada venalidad de la venta de los cargos públicos vitalicios y la arbitraria elección de sus ocupantes, situación que en buena medida se prolonga hasta hoy en Argentina.

Se debe a Fernando de Aragón la creación del cuerpo diplomático y del ejército profesional. El primero contó con la colaboración como embajadores de personalidades destacadas de la cultura, caso de Fernando de Rojas, autor de La Celestina. El ejército estaba bien entrenado y equipado: la infantería con yelmos ligeros y corazas de hierro, la mitad armada de largas picas, un tercio con lanzas cortas y jabalinas y un sexto con arcabuces. Este fue el ejército que dominó los campos de batalla europeos durante más de un siglo, y los americanos por más de tres siglos.

Organización social

Fernando II de Aragón, El Católico.

Con escasas excepciones los conquistadores castellanos provenían de dos de los tres estamentos bien diferenciados de la sociedad de esa época: la gran nobleza, la pequeña nobleza y la plebe. La gran nobleza —los condes, duques, marqueses, príncipes y reyes que se consideraban primos entre sí— disfrutaba de suficientes honores y riqueza como para emprender la dudosa aventura de "hacer la América". La casi totalidad de los pocos grandes nobles que vinieron al territorio lo hicieron sólo temporariamente, usualmente como virreyes de alguno de los reinos de Indias. Las dos únicas excepciones conocidas son los Fernández Campero marqueses del Valle del Tojo, encomenderos en la Puna de Atacama, y el muy posterior conde de Buenos Aires, Santiago de Liniers.

El estamento superior de los conquistadores fue así el de la pequeña nobleza: los hidalgos segundones, las nobles hermanas y hermanos menores (y sus descendientes) del primogénito varón que en virtud de la institución del mayorazgo heredaba la parte principal (indivisible e inalienable) de la fortuna familiar. El estamento inferior de los conquistadores fue el de los plebeyos sin nobleza de sangre por no tener antepasados nobles. Estos plebeyos sólo podían aspirar a alcanzar la nobleza de privilegio por servicios muy destacados, usualmente aportes de riqueza o militares a la corona. Francisco Pizarro, el analfabeto hijo bastardo de un empobrecido hidalgo extremeño, fue hecho marqués en premio a las aproximadamente 30 toneladas de plata y oro que envió al monarca castellano en concepto de participación real en el saqueo del imperio incaico. Aunque los verdaderos colonizadores del territorio, como Hernán de Mejía Mirabal, no tuvieron iguales recompensas, todos los primeros conquistadores y sus descendientes fueron reconocidos como nobles. Así lo celebra un popular dicho de la época: en las Indias, vale más la sangre vertida que la heredada.

La pequeña nobleza por sangre o por mérito podía aspirar a cargos de funcionario cuyos requisitos de designación —aparte de la indispensable gestión de personajes influyentes de la corte— eran básicamente tres:

  1. Acreditar limpieza de sangre: no tener antepasados moros, judíos, o negros hasta por lo menos la generación de los tatarabuelos.
  2. Ser ser bautizado, descendiente de matrimonios consagrados por la iglesia y creyente en la doctrina católica (cristiano viejo).
  3. No haber ejercido nunca oficios viles y mecánicos.

El primer requisito era de dudoso cumplimiento y difícil o imposible verificación. Muchos conquistadores castellanos —así como sus reyes— descendían de la nobleza de Asturias, cuyos primeros reyes casaron sus hijos con moros en prenda de alianza. El rechazo de los moros no se fundaba en prejuicios raciales sino en razones políticas. Los musulmanes del norte de África (que en rigor no eran mayoritariamente moros) habían dominado buena parte de la península ibérica durante varios siglos y su reconquista acaba de terminar cuando Colón llegó a América en 1492. Sí tenía fundamentos racistas el rechazo de los africanos de piel negra, a los que consideraban inferiores y hasta no humanos. Es así que fray Bartolomé de las Casas, que abogó por el respeto a los indígenas, justificó la esclavitud de los africanos.

El fundamento del rechazo de los judíos se originaba en la intolerancia religiosa explicitada en el 2º requisito. Cuando comenzó la conquista de América los Reyes Católicos habían expulsado a todos los judíos de los territorios de sus reinos (Edicto de Granada del 31 de marzo 1492). Para no perder sus bienes y su fe mucho judíos simularon convertirse al catolicismo, practicando su religión secretamente. De allí el requisito de ser cristiano viejo.

El tercer requisito para el acceso a los cargos públicos coloniales, especialmente los militares), y el más relevante desde el punto de vista tecnológico, era que el pretendiente y sus antepasados no hubieran hecho nunca oficios "viles". Los así denominados incluían la agricultura y la ganadería —que los gobernantes mercantilistas de la época no consideraba formas de riqueza—, así como todas las labores manuales, artesanales y técnicas, incluidos trabajos artísticos como la pintura de cuadros. Este desprecio de los nobles ibéricos por el trabajo fue imitado también por los conquistadores plebeyos. Resultó así que la aspiración común de la casi totalidad de los conquistadores era adquirir el oro y la plata que les permitirían terminar sus días alternando entre la gloria de la guerra y el ocio rodeado del máximo bienestar material. La única excepción fueron los que tomaron los hábitos religiosos, hastiados de la sangre derramada en la guerra o en busca de sustento para el ejercicio de tareas intelectuales como la escritura. Esta desvalorización cultural de las técnicas, en esa época necesariamente manuales, fue uno de los principales condicionantes de las actividades tecnológicas de los creadores de Hispanoamérica.

Fuentes