Historia de los caminos públicos de Argentina

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En Callvucurá y la dinastía de los piedra, Estanislao Zeballos escribía en 1884:

Los que tenía que viajar de Buenos Aires a Mendoza y San Juan, y viceversa, testaban antes. Se disponían a morir como cristianos, si lo eran, y daban el último adios a las cosas y los seres amados. Lo más probable era morir, lo probable era caer en la pavorosa cautividad. Los asaltos se sucedían en los caminos con frecuencia aterradora, a veces cada ocho días.
Los pasajero dormían al aire libre, dentro del foso o del denso cerco de pencas de cuatro o más metros de altura, que constituía una fortificación rústica, con un rancho miserable en el centro y un corral inmediato de zanjas, o de cactos, para las mulas, caballos y bueyes de viajeros, de árreas, de tropas de carros, de mensajerías. Eso era una posta, y en la ramada o rancho vivía el maestro de ella con su afligida familia y gauchos postillones.