Las Dos Culturas

La enciclopedia de ciencias y tecnologías en Argentina

Charles Percy Snow, autor de The Two Cultures.

Las Dos Culturas (The Two Cultures) es el título de una de las conferencias Rede que el físico y novelista inglés Charles Percy Snow dio en 1959 en la Universidad de Cambridge (Inglaterra). En ella planteó, el problema de la incomunicación entre los humanistas y los científicos-tecnólogos, la importancia de las actividades industriales, la revolución científica en curso y la influencia que todo esto podía tener sobre la reducción de la pobreza. El tema generó en su época un importante debate cuyos ecos todavía perduran hoy, aunque bastante desvirtuados al reducirse exclusivamente al primer punto.


Introducción

La "cultura" clásica, en el sentido de lo que una persona cultivada debía conocer y valorar, estuvo centrada en el conocimiento de los grandes escritores y artistas de todos los tiempos, de los cuales son sólo algunos ejemplos las obras de Aristóteles, Cicerón, Leonardo da Vinci, Shakespeare en los países de habla inglesa y Cervantes en los de lengua castellana, Beethoven , Rodin, Descartes. Estas obras no incluyen textos científicos especializados como las obras de Copérnico (sistema solar heliocéntrico), Maxwell (ondas electromagnéticas), Darwin (Teoría de la Evolución), Watson y Crick (estructura del ADN) y Cantor (Teoría de Conjuntos) a pesar de que en su momento revolucionaron la concepción vigente de sus disciplinas y, en algunos casos, del mundo. Estas últimas se consideraron obras sólo apropiadas para o reservadas a los especialistas en el campo correspondiente. El resultado fue que sólo unos pocos intelectuales sabían aunque sólo fuera lo más básico de disciplinas científicas hoy crecientemente consideradas cruciales. La antinomia entre las "dos culturas" es frecuentemente presentada como una de carácter exclusivamente intelectual entre ciencias y humanidades, lo que es falso. En primer lugar la antinomia incluye también a las tecnologías, en particular a la industria. En segundo lugar, no se trata de un dilema intelectual sino de los medios eficaces para resolver los problemas sociales.

El más citado exponente del debate (aunque no su iniciador), C. P. Snow (15 de octubre de 1905-1 de julio de 1980), fue un especialista en Física Molecular proveniente de un hogar humilde, que escribió una serie de novelas cuya médula es la lucha por el poder. Durante la Segunda Guerra Mundial estuvo a cargo de la selección de personal científico y tecnológico para proyectos bélicos y se convirtió luego en vocero de las necesidades de la comunidad científica y tecnológica de su país ante los poderes políticos, lo que le valió el apodo de Mr. Science (Sr. Tecnociencia, en la jerga de esta enciclopedia). En 1957 fue ennoblecido con el título de barón Snow por sus contribuciones a la industria y el gobierno británicos. En su doble carácter de científico y de escritor, experimentó en carne propia el divorcio entre ambos grupos de intelectuales, en su país y en Occidente en general. En su conferencia Rede, Snow relató sus propias experiencias y exploró superficialmente el origen del abismo entre la "cultura clásica" y las ciencias y tecnologías que dieron origen a la Revolución Industrial. Señaló al respecto que los intelectuales, en particular los escritores, son naturalmente luditas, lo que es una alusión claramente tecnológica, no científica. Su tesis principal es que la colaboración entre los dos tipos de intelectuales es imprescindible para que los políticos puedan resolver de modo efectivo los problemas sociales. No se trataba, entonces, de una mera preocupación intelectual sino del requisito para una tarea social de índole práctica y ética de las elites gobernantes, enmarcada además en la Guerra Fría entre "Occidente", como supuesto paladín de las libertades individuales, y la Unión Soviética.

La conferencia Rede

La conferencia de Snow se origina en un texto con el mismo título originalmente publicado en la revista New Statesman el 6 de octubre de 1956. Está dividida en 4 partes, que se discuten separadamente a continuación, de las que la primera (21 de las 51 páginas) es casi la mitad (41%) del texto, la más detallada de todas.

Las dos culturas

En el transcurso de 30 años de trabajo científico en la Universidad de Cambridge, Snow tuvo la oportunidad de codearse con algunos de los más distinguidos científicos británicos de la época, como Bragg y Rutherford. De noche, luego de finalizar su jornada de trabajo, se reunía con colegas escritores para intercambiar ideas y noticias. Señala al respecto que (p. 12):

(...) tenía la sensación permanente de moverme entre dos grupos comparables en inteligencia, racialmente idénticos, no muy diferentes en cuanto a origen social y con unos ingresos más o menos iguales por su trabajo, que habían dejado casi totalmente de comunicarse, y que tenían tan poco en común respecto a clima psicológico, intelectual y moral que (...) era como si hubiese cruzado un océano.

Señala que el problema no era exclusivamente inglés, sino que (pp. 12‑13)

(...) la vida intelectual de la sociedad occidental, en su conjunto, se está viendo cada vez más escindida en dos grupos polarmente opuestos. Y cuando digo vida intelectual incluyo también una parte considerable de su vida práctica (...)

Da como ejemplo típico justamente a los dos grupos a los que él simultáneamente pertenecía: los físicos y los escritores de ficción (p. 14), discutiendo la imagen deformada que tenían los unos de los otros. Los escritores consideraban a los científicos, como Rutherford, descomedidos y jactanciosos, ignorantes de la verdadera condición humana. Los científicos, por su parte, consideraban a los profesionales de la literatura carentes de visión de futuro, desinteresados de los problemas de sus congéneres, políticamente conservadores, perversos y obtusos, personas que reducían el arte y el pensamiento al momento existencial (p. 17‑18). Snow señala, sin embargo (hecho no valorado por críticos de sus ideas, como Briggs) que los sociólogos son un caso diferente.

Snow considera que la cultura científica lo es tanto en el sentido de la valoración de cierto tipo de saberes como en el antropológico de cosmovisión y forma de vida al tener (p. 19)

(...) actitudes comunes, pautas de comportamiento comunes, supuestos básicos y maneras de ver las cosas que son propias de todos en general. Esto es de una amplitud y un arraigo sorprendentes. Domina sobre otros hábitos mentales, como los de religión, política o clase social.

Esa uniformidad no se encuentra entre los literatos, donde la gama de actitudes es más amplia aunque todos comparten un desinterés e incomprensión total de las ciencias en general, tendiendo a ser hasta anticientíficos (p. 21). Estas ideas de Snow no surgieron de su mera experiencia privada de contacto entre ambos grupos sino de las tareas de reclutamiento de personal hechas con otros colegas durante la Segunda Guerra Mundial. En su transcurso tuvo que entrevistar entre 30.000 y 40.000 personas, de unos 30 a 40 años, con formación científica y técnica, indagando (entre otros aspectos) lo que leían y lo que pensaban sobre lo que leían. Pocos de ellos habían terminado de leer alguna obra de Dickens (parte integral de la cultura clásica inglesa), pero todos ellos tenían una buena precisión de conceptos —inexistente en los literatos— como objetivo, subjetivo, filosofía y progresivo. Leían pocos libros de historia, novelas (que erróneamente creían no aportaban saberes psicológicos) o poesía y prestaban poca atención a las artes, con la única excepción de la música (p. 23).

Respecto a los literatos, Snow señala que consideraban que la "cultura clásica" era toda la cultura y que ignoraban los conceptos más básicos de las ciencias naturales como el Segundo Principio de la Termodinámica (tal vez no un buen ejemplo ya que es más importante y fácil de entender el Principio de Conservación de la Energía), ignorancia de la que —además— se regodeaban (p. 24). Snow considera que este divorcio es un grave problema —tema que desarrolla más profundamente en las dos últimas secciones— y lo atribuye al exceso de especialización de la educación preuniversitaria inglesa (la primaria y secundaria de Argentina). Señala al respecto que la única disciplina científica que se trata con algún grado de profundidad en este nivel es la Matemática, aunque de modo muy poco satisfactorio.

Los intelectuales, luditas por antonomasia

En esta sección, la más corta de la conferencia (7 páginas, 14% del texto), Snow discute una de las consecuencias de la escisión, señalando que los no científicos (p. 32),

(…) el resto de los intelectuales de Occidente no han intentado, deseado ni podido nunca comprender la Revolución Industrial, y mucho menos aceptarla. Los intelectuales, y especialmente los literarios, son luditas por antonomasia.

Lo ilustra el hecho de que los principales inventos que la posibilitaron no fueron hechos por los científicos más destacados de la época en Gran Bretaña, EEUU y otros países europeos, sino por segundones o aficionados con buenas habilidades técnicas que usaron mayoritariamente el método de ensayo y error. También la reacción de escritores como Thoreau cuyo libro Walden es una apología del retorno a la naturaleza intocada por la mano humana (p. 35). Alemania fue la excepción porque allí las universidades brindaban ya buena formación tecnológica en las décadas de 1830 y 1840, de lo que Siemens es un ejemplo (p. 34). Sólo unos pocos científicos de primera línea comprendieron tardíamente que las "ciencias aplicadas" (tecnologías) tenían un rol central en el naciente fenómeno industrial (p. 33).

Para Snow la Revolución Industrial —opinión compartida por el editor de esta enciclopedia— fue la mayor transformación de la sociedad, con mucho, desde el descubrimiento de la agricultura. Para el Reino Unido, en particular, fue la fuente de una gran riqueza que benefició principalmente a los sectores más altos de la sociedad inglesa y una de las motivaciones de la conquista de la India, como mercado forzado de sus productos textiles. Snow tiene una visión optimisma e ingenua de la industrialización a la que considera la única esperanza para los pobres (p. 35). Señala en ese sentido lo siguiente (pp. 37‑38):

En los países desarrollados hemos podido apreciar de modo genérico y directo lo que la vieja Revolución Industrial trajo consigo. Un gran aumento de la población, porque la ciencia aplicada fue de la mano de la ciencia médica y las medidas sanitarias. Comida suficiente, por idénticas razones. Alfabetización para todos, porque una sociedad industrial no puede funcionar sin eso. Salud, alimentos, instrucción: sólo la Revolución Industrial podía haber llevado estos bienes incluso a los más pobres. Esos son beneficios básicos. También hay desventajas, naturalmente, y una de ellas es que organizar una sociedad para la industria facilita el organizarla para la guerra total. Pero los beneficios quedan. Constituyen la base de nuestra esperanza social.

Snow no dice, sin embargo, que la riqueza estuvo muy mal distribuida y que la clase obrera británica, en particular los niños, fue sometida a condiciones de vida miserables en minas y fábricas mal iluminadas y ventiladas, viviendo en suburbios contaminados por el hollín generado por las máquinas a vapor. En cuanto a los países colonizados, en particular los africanos, la situación fue muchísimo peor.

La sección ilustra que en realidad no había sólo dos culturas, sino tres: la clásica humanista, la científica y la tecnológica, cada una con su brecha separadora.

La revolución científica

En las 12 páginas de esta sección Snow diferencia entre Revolución Industrial y revolución científica, así como en los requisitos para alcanzar la segunda. En sus propias palabras (pp. 39‑40)

Por Revolución Industrial entiendo el creciente uso de máquinas, el empleo de hombres y mujeres en fábricas, el cambio experimentado en este país al pasar de una población compuesta principalmente de agricultores a otra fundamentalmente ocupada en elaborar objetos en fábricas y distribuirlos una vez elaborados. (...) De su seno surgió otro cambio, estrechamente vinculado al primero pero mucho más profundamente científico, mucho más rápido y mucho más prodigioso, quizás, en sus resultados. Este cambio proviene de la aplicación de la ciencia a la industria, no ya como antes de una forma eventual y partiendo de las ocurrencias de pintorescos «inventores», sino la ciencia de verdad. (...) Creo que la sociedad industrial de la electrónica, la energía atómica y la automación es distinta en aspectos esenciales de cuanto la ha antecedido, y cambiará el mundo mucho más. Esta transformación es la que, a mi juicio, merece con pleno derecho el título de «revolución científica».

Snow tenía razón en lo que respecta a la Electrónica y la Cibernética. En cuanto a la energía nuclear (entonces llamada "energía atómica"), las esperanzas iniciales de que proveería energía ilimitada a muy bajo costo se disiparon pronto al computar los altos costos de desmantelamiento de las plantas al final de su vida útil, sumados al alto costo ambiental y en vidas humanas de los accidentes nucleares.

Se esboza luego, aunque de modo poco claro, la diferencia entre dos tipos de ciencia, la "ciencia pura" y la "ciencia aplicada". Estas son las que en lengua castellana denominamos ciencias, a secas, y tecnologías (véanse los artículos ciencia y tecnología). Señala al respecto (p. 42)

Científicos puros e ingenieros no se entienden a veces en absoluto. Su comportamiento tiende a ser muy distinto: los ingenieros tienen que vivir en una comunidad organizada, y por excéntricos que sean en privado, se las arreglan para presentar al mundo una faz de personas ordenadas. No es éste el caso de los científicos puros. De igual manera, todavía los científicos puros, aunque no tanto como hace veinte años, dan en política una proporción estadísticamente más alta de izquierda moderada que cualquier otra profesión; no así los ingenieros, que son conservadores en su casi totalidad. No reaccionarios, en el sentido último de la palabra, sino sencillamente conservadores. Viven enfrascados en hacer cosas y el orden social presente les parece bastante aceptable.

Señala también que los científicos consideraban que las actividades tecnológicas eran una ocupación para inteligencias de segunda fila (p. 42). Tanto los literatos como los ciudadanos comunes no tienen la menor idea del tipo de tareas que hacen los científicos y tecnólogos. Atribuye el problema no sólo a la educación británica demasiado especializada, sino a su finalidad de formar únicamente una elite reducida donde por cada científico e ingeniero inglés se formaban entonces 1,5 en EEUU y 2,5 en la URSS (pp. 44 y 46), aunque de modo más exigente que en EEUU pero similar al de la URSS. A juicio de Snow, las condiciones necesarias para la revolución científica son:

  1. Estímulo a todos los estudiantes sobresalientes en ciencias para formar la elite guía del proceso.
  2. Formación de una base mucho más amplia de profesionales destacados para trabajar en investigación básica, planificación y desarrollo en el nivel directivo.
  3. Un amplio cuerpo de técnicos, capataces y organizadores de tareas.
  4. Políticos y administradores con buenos conocimientos y valoración de las ciencias.

En la parte final de esta sección (pp. 49‑50) Snow se concentra en las ventajas y desventajas de los ingleses para lograr competir con ventaja con otros países con más población y recursos naturales, tema que no se discutirá aquí y se deja librado al interés del lector.

Ricos y pobres

La sección final de la conferencia, que totaliza 11 páginas de las 51, está dedicada al aporte que la industria puede hacer a la reparación de las desigualdades sociales. Snow está convencido que la industrialización es la panacea para la eliminación de la pobreza. Se basa para ello en hechos como el siguiente (pp. 51 y 52):

(…) la población de los países industrializados está haciéndose cada vez más rica, mientras que la de los no industrializados continúa en el mejor de los casos lo mismo que estaba, de suerte que el abismo que separa a los países industrializados de los demás es mayor cada día. A escala mundial, es ésta la gran brecha abierta entre ricos y pobres. (…) la gente trabaja como siempre ha tenido que trabajar, desde el Neolítico hasta nuestros días. Para una abrumadora mayoría de la humanidad, la vida siempre ha sido, ingrata, brutal y breve. Todavía es así en los países pobres.

La primera afirmación y la última afirmación eran ciertas en aquella época y lo siguen siendo hoy, pero no es ésta la única brecha abierta entre ricos y pobres, porque está en juego la manera en que se reparten los beneficios económicos de la industrialización, generalmente muy poco equitativa. Para la reversión de esta situación no basta la industrialización o, como se la denomina hoy, "el derrame de la riqueza" por mero crecimiento económico. Su optimismo se basa sólo en aspectos técnicos, no políticos, como el siguiente:

Es, sencillamente, que la tecnología resulta bastante fácil. O más exactamente, que la tecnología es la rama de la experiencia humana que todos podemos aprender con resultados previsibles.

El problema es que además de personal científico y técnico suficiente se requiere decisión política. Asimismo, por la estructura piramidal de las tecnologías, cada tecnología productiva requiere muchas otras tecnologías de base, lo que a su vez requiere grandes inversiones de capital. Todo esto escasea en los países pobres del planeta. Snow reconoce la necesidad del capital (pp. 56‑57) y que su magnitud excede la de EEUU y la URSS separados y que lo mismo sucede con la de personal científico y técnico, especialmente el formado en los mismos países pobres (p. 58). ¿Cómo se logra todo esto con el apoyo de los dos principales países industrializados del planeta? Snow es franco al respecto (pp. 59 y 60)

yo sólo puedo contestar que no lo sé (…) Lo mejor que puede uno hacer, y desde luego no es gran cosa, es insistir, importunar, poner de manifiesto lo acuciante del problema.

Snow concluye su disertación señalando la importancia de la educación (pp. 60 y 61)

Cerrar el abismo que separa nuestras culturas es una necesidad en el sentido intelectual más abstracto así como en el más práctico. Cuando esos dos sentidos se disgregan, ninguna sociedad es ya capaz de pensar con cordura. Por consideración a la vida intelectual, por consideración a la sociedad occidental que vive precariamente rica entre los pobres, por consideración a esos pobres que no tienen por qué serlo si hay inteligencia en el mundo, estamos obligados, tanto nosotros como los norteamericanos y todo el Occidente, a mirar con ojos remozados nuestra enseñanza. (…) Y tenemos poquísimo tiempo. Tan poco que no me atrevo ni a hacer el cálculo.

Valoración del trabajo

Snow focaliza el problema del cisma entre las actividades científico-tecnológicas y las de la "cultura clásica" (literarias y artísticas) exclusivamente en las elites intelectuales de Occidente. Aunque él no lo explicita, éste es claramente un problema de valores, de las actividades que se juzgan dignas de ser practicadas por esas elites. El cisma es en realidad triple si se agrega el existente entre científicos y tecnólogos (p. 42). Los intelectuales de las humanidades valoran las actividades de tipo estético (creación de un mundo subjetivo de belleza), sea a través de la palabra (literatura), de la visión (pintura y escultura) o de la audición-emotiva (música). Los estudiosos de las ciencias las consideran el único medio válido para aproximarse a la verdad del mundo, el único apropiado para conocer la realidad. Los tecnólogos, por su parte, están más interesados en modificar el mundo en que viven mediante los productos surgidos de su ingenio sea en fábricas o en actividades profesionales como las ingenierías. Snow no indaga en las causas del cisma, sólo postula que su eliminación puede hacerse a través de la educación, aunque sin fundamentar las razones. Parece obvio, sin embargo, que es tanto un problema de buena información como de valores socialmente inculcados, cuya solución requiere no sólo de la escuela sino de todos los medios de transmisión social de información (libros, radios, televisión, y hoy especialmente de Internet), así como de las familias y de personas socialmente prestigiosas que los ensalcen y divulguen.

La situación es hoy bastante diferente en el caso de las ciencias, no porque haya mejorado el sistema educativo sino porque los especialistas están comenzando, aunque todavía lentamente y de modo excepcional, a divulgar las ideas centrales de sus disciplinas entre las personas comunes, de modo ameno, en lenguaje no especializado y evitando los farragosos análisis de evidencias y sus interpretaciones que requiere el moderno método científico. Son destacados ejemplos Isaac Asimov en variados temas, Carl Sagan en Astronomía, Jared Diamond en Biología, Stephen Hawking en Cosmología. El debate de fondo no está centrado hoy en si las ciencias son o no parte importante de la cultura (en el sentido antropológico del término, no en el de saber valorado por las elites), sino en si ciertos cuerpos de información deben o no ser considerados científicos (Astrología, Creacionismo, Homeopatía, Parapsicología...).

Con las tecnologías no ha sucedido algo comparable. Lo importante en este caso no es el mundo de las ideas sino el de los artefactos. La difusión de tecnologías apropiadas para la resolución de los problemas vitales de alimentación, vestimenta, vivienda, salud, transporte y la provisión de fuentes de trabajo suficientes para costearlas, es un fenómeno muy limitado entre los pobres del planeta.

En la sección final Snow plantea la importancia de las actividades científico-tecnológicas para la erradicación de la pobreza mundial, pero no plantea explícitamente por qué considera importante esa tarea. ¿Es una consideración basada en la igualdad de derechos de todos los seres humanos y la obligación moral de bregar por ella? No lo dice explícitamente, aunque lo sugiere vagamente en algún lugar del texto, en el mismo lugar en que afirma que si no es Occidente el que hace rápido la Revolución Industrial en los países más pobres, lo harán a tiempo los países comunistas (p. 60). Parece tratarse, entonces, más de un problema de seguridad (preocupación central de los tiempos de la Guerra Fría en que dio la conferencia) que de un mandato moral.

En síntesis, el planteo de "las dos culturas" no se reduce a un simple desencuentro entre humanistas y científicos, sino al problema de la armonización de tres órdenes muy diferentes de la vida en pos de la finalidad ética o práctica de la mejor resolución de los problemas humanos. Tarea nada simple y de acuciante actualidad.

La integración de las artes, las ciencias y las tecnologías

En el libro El camino de la esperanza —durante cuya lectura hay que recordar que en la cultura europea la ciencia incluye tanto a las ciencias como a las tecnologías—, Hessel y Morin escriben:

La cultura humanista y la cultura científica se han compartimentado y separado, al igual que sus diferentes ciencias y disciplinas. La incomunicación entre ambas culturas acarrea graves consecuencias para una y para otra. La cultura humanista revitaliza las obras del pasado; la cultura científica valora los logros del presente. La cultura humanista es una cultura general que, mediante la filosofía, el ensayo o la novela, plantea problemas humanos fundamentales y estimula la reflexión. La cultura científica despierta un pensamiento consagrado a la teoría, pero no una reflexión sobre el destino humano y el devenir de la propia ciencia. La cultura científica aporta conocimientos esenciales sobre el universo, la vida y el ser humano, pero carece de reflexividad. El molino de la cultura humanista ha dejado de recibir y de moler el grano vital de los conocimientos científicos. Ciertamente, la frontera entre las dos cultura atraviesa de parte a parte la sociología, pero ésta, desmembrada, no hace circular una lanzadera que las conecte.
Todo lo cual requiere una reformulación del pensamiento. El saber medieval estaba demasiado bien organizado, y podía revestir la forma de una «suma» coherente. El saber contemporáneo se halla disperso, desunido, compartimentado. Ya está teniendo lugar una reorganización del saber. La ecología científica, las ciencias de la Tierra y la cosmología son ciencias pluridisciplinares que tienen por objeto no un sector fragmentario fuera de contexto, sino un sistema complejo: el ecosistema. En un sentido más amplio, la biosfera en lo que respecta a la ecología, el sistema Tierra en lo que respecta a las ciencias de la Tierra y la extraña propensión del universo a formar y destruir sistemas galácticos en lo que respecta a la cosmología.
En todas partes se reconoce la necesidad de la transdisciplinariedad, ya sea a través del estudio de la salud, la vejez, la arquitectura y los fenómenos urbanos, o bien a través de la energía, los materiales de síntesis y las formas de arte producidas por las nuevas tecnologías.

Proponen entonces:

La transdiciplinariedad sólo supone una solución en el marco de un pensamiento complejo. Es preciso sustituir un pensamiento que separa por un pensamiento que une, y esta dependencia exige que la causalidad unilineal y unidireccional sea reemplazada por una causalidad en bucle (en lazo de realimentación), multirreferencial, que la rigidez de la lógica clásica sea corregida por una dialógica capaz de concebir nociones a un tiempo complementarias y antagonistas, que el conocimiento de la integración de las partes en un todo se complete con el conocimiento de la integración del todo en el interior de las partes.
La reforma del pensamiento permitirá frenar la regresión democrática suscitada, en todos los campos de la política, por la expansión de la autoridad de los expertos, especialistas de todo tipo, la cual limita a su vez la competencia de los ciudadanos, condenados a aceptar a ciegas las decisiones tomadas por los que se encuentran en el lugar del supuesto saber, pero que en realidad practican la inteligencia parcelaria y abstracta que rompe la globalidad y contextualidad de los problemas. El desarrollo de una democracia cognitiva sólo es posible en el marco de una reorganización del saber, la cual requiere una reforma del pensamiento que permite no sólo separar para conocer, sino también unir lo que está separado.
Se requiere de una reforma mucho más amplia y profunda, sin la cual una democratización de la enseñanza universitaria no tendría efectos decisivos en la conciencia de nuestra juventud. No se trata de una reforma programática sino paradigmática, que consierne a nuestra aptitud para organizar el conocimiento.
Al mismo tiempo, y por la misma razón, podremos regenerar la cultura general, pues, para llegar a conocer su esencia como ser humano, todo el mundo necesita remitirse a su situación en el mundo, la vida, la sociedad, la historia.

Fuentes

Hessel, Stéphane & Morin, Edgar; El camino de la esperanza"; Ediciones Destino de Edit. Paidós; Ciudad de Buenos Aires; 2013; ISBN 9789501208054; pp. 62‑65.

Los modos científico y literario de ver el mundo

Si uno se restringe a la versión especializada de "las dos culturas" que da Snow —el enfrentamiento entre los físicos y los escritores de literatura de ficción— hay que analizar los diferentes modos de conocimiento del mundo que practican estos especialistas. Snow no trata este tema, central para un debate profundo. En primer lugar hay que especificar mejor el tipo de literatura a tener en cuenta, ya que es muy diferente el caso de un escritor de ciencia ficción como Isaac Asimov (que puede catalogarse más precisamente como sociología ficción en el caso de su saga de la Fundación) o de Shakespeare (todas cuyas obras se centran en la descripción de los sentimientos y las pasiones humanas). La antinomia es extrema con este último caso, que también incluye a la mayoría de los poetas.

El escritor Aldous Huxley analizó el dilema en su libro Literature and Science (edit. Harper & Row, 1963), pero son más interesantes las preguntas que plantea que sus respuestas, ya que caracteriza de modo cuestionable tanto la actividad científica —descripta de un modo individualista— como la actividad creativa de los escritores.

Los físicos tratan de describir, explicar y predecir el comportamiento de la materia inorgánica: partículas elementales, átomos, moléculas y sus asociaciones en cuerpos materiales. Buscan para ello magnitudes mensurables que pueden cuantificarse mediantes operaciones matemáticas y físicas bien especificadas, en base a consensos intersubjetivos entre los miembros de su comunidad en base a criterios de convalidación bien establecidos. Esto permite tanto descripciones verificables por cualquiera de sus pares, como a predicciones que son la base de tecnociencias como la Electrónica y a artefactos de funcionamiento estable y seguro, como un automóvil o cualquier electrodoméstico. Se basan para ello en leyes generales del comportamiento de categorías muy generales de entes, como la ley de gravitación universal.

Los escritores que apelan a los sentimientos y pasiones humanas no están interesados en las características compartidas por todas las personas, sino en aquellas que las hacen únicas y peculiares. Así, el santo, el villano, el loco, el criminal, el mártir y el ingenuo (y sus versiones femeninas) son algunos de sus personajes favoritos. No tratan de predecir comportamientos, porque la impredecibilidad del desarrollo es parte esencial de su obra. Tampoco quieren medir nada, sólo buscan convencer por empatía. Ni siquiera describir de manera precisa e inconfundible, ya que —como bien señalara el semiólogo Humberto Eco— la ambigüedad es parte esencial del fenómeno literario, la que permite que el lector llene el molde que se le ofrece con aquello que es más afín a su interpretación del mundo, a sus sentimientos y pasiones. En la literatura de este tipo todo es subjetivo y personal; se apela con palabras a aquello que nos cuesta expresar con palabras, por lo que hay que sugerir, usar continuamente metáforas, evocar más que describir.

Es comprensible, por lo tanto, que estas dos versiones del saber den descripciones incompatibles de un mismo objeto o sujeto. El problema, sin embargo, no es reconciliar estas dos visiones del mundo, sino hacerlas convivir, porque cada una de ellas tiene un papel diferente en la vida de las personas. Un físico puede disfrutar de la música sin entender por qué lo conmueve; del mismo modo, un poeta puede sentir la satisfacción de entender el funcionamiento de un reloj, sin sentir amor u odio por él. Son esferas diferentes, complementarias, de la vida.

Las "dos culturas" en Argentina

En Argentina las ciencias no gozan de gran prestigio. El reconocimiento público de los científicos más importantes se hizo antes en el exterior que en el país. El ejemplo más notorio es el de los tres premios Nobel de Ciencias argentinos —Houssay, Leloir y Milstein— que eran casi totalmente desconocidos para el gran público hasta el momento en que se les otorgó el galardón.

En lo que respecta a las tecnologías, su difusión está restringida a la industria y ni siquiera se ha podido llevar bien a cabo la comprensión elemental del fenómeno a través de la Educación Tecnológica. Pocos argentinos tienen más herramientas en su casa que las más elementales (destornillador, martillo, pinza) y las usan poco y con mala técnica.

No hay mayoritariamente en Argentina, entonces, un enfrentamiento entre diferentes formas de ver el mundo, sino un desconocimiento de otro modo que no sea el propio.

Fuentes

Fuentes generales

  • Snow, C. P.; Las dos culturas y un segundo enfoque; Alianza Editorial; Madrid (España); 1987; ISBN 9788420616711. Traducción de Salustiano Masó.
  • Ashby, Eric; Technology and the Academics, Papermacs; Australia; 1963.
  • Briggs, Asa; C. P. Snow and Sir Eric Ashby on «the two cultures»: scientific and nonscientific; revista Scientific American, 201; EEUU; 1959; pp. 201-206.
  • Ramos Carreño, Remis; Las «Dos Culturas», la «Tercera Cultura» y la «Guerra de las Ciencias»; Universidad de Chile; Chile: año ?.